IV. RETORNO A LA RELIGIÓN DENOSTADA: EL TESTAMENTO
Pues bien, nos refiere Carlos Valverde que,
investigando personalmente en documentos antiguos, en el número
de abril de 1778 de la revista francesa "Correspondance Littéraire, Philoso- phique et Critique
(1753-1793)", (págs. 87-88) encontró la copia de la profesión de fe de M. Voltaire en el
trance de su muerte, profesión de fe que nos ofrece, a la vez
que nos lo contextualiza y explica. Tanto el testamento,
como la contextualización, literalmente dicen así:
"Yo, el que suscribe, declaro que
habiendo padecido un vómito de sangre hace
cuatro días, a la edad de ochenta y cuatro años y no habiendo podido ir a la
iglesia, el párroco de San Sulpicio ha querido añadir a sus buenas obras la de enviarme a M. Gautier, sacerdote. Yo me he confesado con él y, si Dios dispone de mí, muero
en la santa religión católica en la que he nacido esperando de la misericordia
divina que se dignará perdonar todas
mis faltas, y que si he escandalizado a la Iglesia, pido perdón a Dios y a ella".
Firmado: Voltaire, el 2 de marzo de 1778 en la casa del marqués
de Villete, en presencia del señor abate Mignot, mi sobrino y del señor marqués de Villevielle. Mi amigo ".
Firman también: el abate Mignot,
Villevielle. Se añade:
"declaramos
la presente copia conforme al original, que ha quedado en las manos del señor abate Gauthier y que ambos hemos
firmado, como firmamos el presente certificado.
En París, a 27 de mayo de 1778. El abate Mignot, Villevielle".
Residencia de Voltaire
Que la relación puede estimarse como auténtica lo demuestran otros dos documentos que se encuentran en el número de junio de la misma revista -nada clerical, por cierto-, pues estaba editada por Grimm, Diderot y otros enciclopedistas.
Que la relación puede estimarse como auténtica lo demuestran otros dos documentos que se encuentran en el número de junio de la misma revista -nada clerical, por cierto-, pues estaba editada por Grimm, Diderot y otros enciclopedistas.
Voltaire murió el 30 de mayo de 1778. La revista le ensalza como
"el más grande,
el más ilustre, quizá, ¡ay!, el único monumento de esta época gloriosa en la que todos los
talentos, todas las artes del espíritu humano parecían haberse elevado al más
alto grado de perfección".
La familia quiso que sus restos reposaran en la abadía de Scellieres.
El 2 de
junio, el obispo de Troyes, en una breve nota, prohíbe severamente al prior de la abadía que
entierre en sagrado el cuerpo de Voltaire. El 3 responde el prior al obispo
que su aviso llega tarde, porque -efectivamente- ha sido enterrado en la misma
abadía.
Castillo-abadía de Sèllieres
La carta del prior es larga y muy interesante por los datos que aporta. He aquí los que más nos interesan ahora: La familia pide que se le entierre en la cripta de la abadía hasta que pueda ser trasladado al castillo de Ferney. El abate Mignot presenta al prior el consentimiento firmado por el párroco de San Suplicio y una copia -firmada también por el párroco-
La carta del prior es larga y muy interesante por los datos que aporta. He aquí los que más nos interesan ahora: La familia pide que se le entierre en la cripta de la abadía hasta que pueda ser trasladado al castillo de Ferney. El abate Mignot presenta al prior el consentimiento firmado por el párroco de San Suplicio y una copia -firmada también por el párroco-
"de la profesión de fe católica, apostólica y romana que M.
Voltaire ha
hecho en las manos de su sacerdote, aprobado en presencia de dos testigos, de los cuales uno es M.
Mignot, nuestro abate, sobrino del penitente,
y el otro, el señor marqués de Villevielle (...) Según estos documentos, que me parecieron y aún me parecen
auténticos continúa el prior-,
hubiese creído faltar a mi deber de pastor si le hubiese rehusado los
recursos espirituales (...) Ni se me pasó por el pensamiento que el párroco de San Suplicio hubiese podido negar la
sepultura a un hombre cuya profesión de fe él había legalizado. Pienso que no
se puede rehusar la sepultura a
cualquier hombre que muera en el seno de la Iglesia (...) Después de mediodía, el abate Mignot ha hecho en
la iglesia la presentación solemne del cuerpo de su tío. Hemos cantado
las vísperas de difuntos; el cuerpo
permaneció toda la noche rodeado de cirios. Por la mañana, todos los eclesiásticos
de los alrededores (...) han dicho una misa en presencia del
cuerpo y yo he celebrado una misa solemne a las once, antes de la inhumación
(...) La familia de M. Voltaire partió esta mañana contenta de los
honores rendidos a su memoria y de las oraciones que hemos elevado a Dios por el descanso
de su alma. He aquí los hechos, monseñor, en la más exacta verdad".
Así
parece que pasó de este mundo al otro aquel hombre que empleó su temible y fecundo
ingenio en combatir ferozmente a la Iglesia ".
Hasta aquí
el testamento de Voltaire, que nos depara Carlos Valverde, así como el propio
texto del autor que lo contextualiza y aclara.
A pesar de esta constatación documental de la vuelta de Voltaire a la fe
en los
últimos momentos de su vida, no faltan quienes lo niegan. Su negación, sin embargo, no se
apoya en documentos directos, como el aducido aquí por C. Valverde, sino,
más bien, en referencias ajenas y, quizás y sobre todo, en sus deseos. Y es comprensible.
No deja de ser, efectivamente, un revulsivo para los profesionales de la
increencia esta confesión de fe católica del -por alguien erróneamente
calificado- "el ateo de más talento que el mundo ha conocido".
Uno de los que han negado esta conversión es Carlyle (1795-1881),
reconocida máxima autoridad masónica. Consignamos este dato de afiliación ideológica,
únicamente por lo que haya podido influir esta militancia en su juicio sobre el asunto en
cuestión, como luego tendremos ocasión de verificar. La descripción que
hace Carlyle en sus "Essays" del momento final de Voltaire, la
apoya en otro
suceso de su vida, que dice haber hallado en los escritos de Wagniére,
secretario que fue de Voltaire. Es decir, intenta interpretar el suceso de la muerte (1778)
en base a otro acontecimiento que tuvo lugar mucho antes (1768) en la vida de
Voltaire.
Thomas Carlyle
No son pocas ni irrelevantes las objeciones que podrían hacerse a la versión que ofrece Carlyle de la muerte de Voltaire. Una, ente otras, que su base de información para describir/interpretar lo acontecido en el momento de la muerte de Voltaire, es una referencia ajena y, además, sobre un hecho anecdótico, acontecido mucho anteriormente; la versión, en cambio, de su conversión en el lecho de la muerte, que en estas líneas se defiende, se apoya en un documento auténtico, escrito personalmente por el mismo protagonista del suceso, que se narra en el documento. El soporte, por otra parte, de la relación de los sucesos que Carlyle quiere interrelacionar, para interpretar la escena de la muerte de Voltaire, no sobrepasa la mera suposición. Y conjeturar la realidad por la posibilidad, no es un método adecuado para averiguar la verdad. Hay un principio lógico universal que se formula: "ab posse ad esse non valet illatio: de la posibilidad no puede concluirse la realidad".
No son pocas ni irrelevantes las objeciones que podrían hacerse a la versión que ofrece Carlyle de la muerte de Voltaire. Una, ente otras, que su base de información para describir/interpretar lo acontecido en el momento de la muerte de Voltaire, es una referencia ajena y, además, sobre un hecho anecdótico, acontecido mucho anteriormente; la versión, en cambio, de su conversión en el lecho de la muerte, que en estas líneas se defiende, se apoya en un documento auténtico, escrito personalmente por el mismo protagonista del suceso, que se narra en el documento. El soporte, por otra parte, de la relación de los sucesos que Carlyle quiere interrelacionar, para interpretar la escena de la muerte de Voltaire, no sobrepasa la mera suposición. Y conjeturar la realidad por la posibilidad, no es un método adecuado para averiguar la verdad. Hay un principio lógico universal que se formula: "ab posse ad esse non valet illatio: de la posibilidad no puede concluirse la realidad".
Para negar, en efecto, la conversión de Voltaire, se basa Carlyle
en la decisión del Obispo de Annecy, que en 1768, según información de Jean-Louis
Wagniére, había
"prohibido a cualquier cura, sacerdote y monje de su Diócesis,
confesar, absolver
o dar la comunión al señor de Ferney, sin su expresa autorización , bajo pena de excomunión ", decisión que, al parecer, Voltaire se
juró que no se cumpliría, como parece que
así fue, simulando una grave enfermedad en la que le fueron administrados los sacramentos prohibidos. Carlyle, en
base a esta referencia, que, por otra parte, no deja de ser anecdótica, sin
ningún otro apoyo documental interpreta el último comportamiento de
Voltaire como la escenificación de una consciente farsa -la última escenificación-
en relación con la religión, similar a la
aquí mencionada.
En el fondo, el fundamento de quienes se aferran a esta postura, es un
razonamiento lógico,
no una constatación real. Es decir, para éstos es incomprensible que un
hombre, que había criticado tanto y durante tanto tiempo, a la religión cristiana/católica, se
hubiera retractado al final de su vida, reconciliándose
con la Iglesia. Pero, apoyarse en semejante razonamiento, no refuerza en absoluto la argumentación a su favor.
En primer lugar, porque eso no es un
documento, sino una suposición, que a lo más que puede llegar es a formular la posibilidad. Por otra parte, las
conversiones/retractaciones suelen darse
principalmente al final de la vida, cuando realmente se acumulan materias,
actuaciones y motivos que, en una mirada retrospectiva, recaban la atención y
el examen final, para su revisión y
posible confirmación o rectificación.
Además, Carlyle no
acepta o pasa por alto que en la contestación documental que le da el prior
al obispo de Troyes, para justificar el otorgarle la sepultura cristiana, está la
afirmación de que no se puede negar la sepultura eclesiástica a quien muere profesando
la fe en la Iglesia, como es el caso concreto de Voltaire. "Pienso -dice- que no
se puede rehusar la sepultura a cualquier hombre que muera en el seno de
la Iglesia". Es decir, que el Abad, junto al reconocimiento de haberle otorgado
la sepultura en sagrado, en la justificación de esa decisión certifica, al mismo
tiempo, la conversión de Voltaire. ¿No sería una premonición de este decisivo paso de su conversión,
la confesión que, cuatro meses antes de su
muerte, hizo en carta a su secretario Vagniére: "muero adorando a Dios,
amando a mis amigos, no
odiando a mis enemigos y detestando la superstición? "
Su correligionario
en la masonería,
Condorcet (Marie-Jean-Antoine Nicolás de Caritat, marqués de
Condorcet, 1743-1794), en cambio, más cercano y próximo que Carlyle en el
tiempo y en el espacio a Voltaire, pues era su contemporáneo, sí admite la
veracidad/autenticidad de la conversión de Voltaire. Según nos relata en su "Vida de Voltaire",
publicada en 1789, en la que, dicho sea de paso, muestra la misma aversión a
la Iglesia que Voltaire, el final de su vida sucedió así: el Abbe Gautier,
traído ante el lecho de muerte de Voltaire por el sobrino de éste el Abbe
Mignot, para atenderle espiritualmente, "confesó a Voltaire,
recibiendo de éste la profesión de fe, en la que declaraba que moría en la
religión católica, en la que había nacido". Esta versión de Condorcet fue
generalmente aceptada en su tiempo como la verdadera historia de lo acontecido.
Como decimos,
Carlyle interpreta el último testamento de Voltaire como una
escenificación burlesca de la religión, similar al espectáculo que montó para poder recibir
los sacramentos, que tenía prohibidos por el obispo de Troyes. Este
juicio, aparte de ser un supuesto sin aval documental alguno en que apoyarse,
denota reconocer poca inteligencia en Voltaire. Voltaire, en efecto, era demasiado
inteligente, como para convertir en objeto de escarnio a la religión el último
y más trascendental momento de su vida.
Fue su tiempo una época tan convulsa, original y de tan vertiginoso
cambio, que
lo que sucedió en la vida de Voltaire aconteció en la de no pocos de los
protagonistas de la Revolución francesa, que le siguieron en el tiempo y en comunión de
pensamiento. La conversión de Voltaire, en efecto, recuerda no poco el final del famoso revolucionario
Fouché, tal como ese final nos es relatado
por Stefan Zweig. Así fueron, según este magnífico biógrafo, sus últimos
momentos: "En sus últimas horas hace las paces con su Dios y con los hombres. Paz con Dios: el viejo ateo, el rebelde,
el perseguidor del cristianismo, el
destructor de altares, el iconoclasta, hace llamar en los últimos días de diciembre a uno de esos "embusteros
infames " (como él los llamaba en
el mayo florido de su jacobinismo), a un sacerdote, y recibe, las manos devotamente cruzadas, los Santos
Sacramentos". ¿Qué otra
cosa hizo Voltaire en los últimos
momentos de su vida con "su" Dios?
Sepulcro de Voltaire
Dada la falta de base documental, el manifiesto interés de Carlyle, y otros autores, por denegar la veracidad de su conversión, ¿no estará motivado por una predilección personal, es decir, por no querer reconocer que Voltaire volvió al seno de la Iglesia, después de haberse iniciado al final de sus días -exactamente, dos meses antes de morir-, con manifiesto regocijo y publicidad de la asociación, en la masonería? ¿Quién no recuerda aquellas retóricas frases del panegírico de Lalande en el acto -no se sabe a ciencia cierta si académico o de iniciación- que le ofreció la logia de "Las Nueve Hermanas", en las que, entre otras exageraciones, decían: "la época más gloriosa para esta logia estará en adelante señalada por el día de vuestra adopción. Hacía falta un Apolo en la logia de Las Nueve Hermanas? ".
Dada la falta de base documental, el manifiesto interés de Carlyle, y otros autores, por denegar la veracidad de su conversión, ¿no estará motivado por una predilección personal, es decir, por no querer reconocer que Voltaire volvió al seno de la Iglesia, después de haberse iniciado al final de sus días -exactamente, dos meses antes de morir-, con manifiesto regocijo y publicidad de la asociación, en la masonería? ¿Quién no recuerda aquellas retóricas frases del panegírico de Lalande en el acto -no se sabe a ciencia cierta si académico o de iniciación- que le ofreció la logia de "Las Nueve Hermanas", en las que, entre otras exageraciones, decían: "la época más gloriosa para esta logia estará en adelante señalada por el día de vuestra adopción. Hacía falta un Apolo en la logia de Las Nueve Hermanas? ".
Contar con Voltaire
como miembro de la institución masónica, ha sido tenido siempre por los
afiliados como un motivo de orgullo y honra. Es más. Dice José A. Ferrer Benimeli
que "una de las circunstancias que más se suelen citar al hablar de
Voltaire es la de pertenecer a la Francmasonería, intentando establecer una especie de semejanza o
correspondencia entre masonismo y volterianismo
". Esto explica que la iniciación masónica, en el
declinar de su vida
-en el supuesto de que el acto celebrado en la logia Les Neuf Soeurs hubiera sido una
verdadera iniciación y no un mero homenaje de admiración pública y oficial
de la institución a su ingente obra literaria-, está considerada por la masonería
como uno de los grandes acontecimientos de los que se siente orgullosa la
asociación.
La afiliación personal de Voltaire a la masonería es, indudablemente,
más incierta que su conversión final a la fe cristiana. De hecho, no existe
ninguna prueba
documental de esa adscripción del rango del documento de su conversión al catolicismo. Entre los prestigiosos
investigadores que ponen en duda esa afiliación están Denys Román, Pierre
Chevalier, A. Germain, Daniel Ligou, etc.
No deja de ser extraño que su secretario Wagniére, que era masón, negase en sus memorias esa afiliación del maestro.
La polémica sobre estos últimos momentos en la
vida de Voltaire, tal vez nunca llegue a
acabarse. La explicación de esta permanencia en el tiempo, posiblemente habrá que buscarla en el hecho de
estar sostenida y alimentada por protagonistas situados en posiciones
ideológicas opuestas -creencia vs. increencia-,
opciones interesadas en defender una u otra posición.
La mayoría
de sus biógrafos no dejan de señalar que los testimonios de los testigos de la
muerte de Voltaire suelen diferir abiertamente sobre sus últimos momentos,
dependiendo de su adscripción religiosa. Nos refieren estos historiadores que, según el testimonio
de unos testigos, los últimos momentos de Voltaire fueron agónicos; según el
testimonio de otros, su muerte fue la mar de tranquila/pacífica. En lo único
que sí coinciden todos es en que se prohibió a la prensa dar la noticia de su
muerte, y que, también, se tardó en hacerla pública al pueblo.
Muchos de estos historiadores describen
la muerte y sepultura tal como han sido aquí relatadas en el documento aducido por C. Valverde.
Algunos autores, sin embargo, se preguntan si
todo lo escenificado por Voltaire en esos
momentos finales no tendría otro objetivo que el lograr ser enterrado en sagrado, como, al parecer, siempre deseó.
Conviniendo en que "de internis nemo iudicat: nadie puede juzgar la intención no exteriorizada", lo único cierto que sabemos es lo que está
testificado. Y lo testificado es que Voltaire escribió una pública confesión de fe; que, en vista de esa
confesión, recibió la absolución sacramental; y que, como consecuencia de ambas acciones, fue
enterrado en sagrado. Ante la fuerza argumental de este
documento, quienes no están
dispuestos a aceptar resignadamente su
sincera conversión arguyen que, en el supuesto
de haber tenido su vida ese desenlace final, no deja de ser "un
instante final de
flaqueza". De flaqueza,
según ellos; de coraje y valentía, según otros.
Es probable que la controversia en torno a este asunto nunca llegue a
su fin, por la sencilla razón de que no es previsible que las partes
discrepantes lleguen a ponerse de acuerdo en la interpretación de los datos sobre
el acontecimiento de la discordia. Pero, tal como hoy está la cuestión, los argumentos más
sólidos parecen estar de parte de los defensores de la conversión. Los documentos sobre los que
éstos se apoyan, garantizan mucha más
cercanía, autenticidad y objetividad respecto del acontecimiento, que la que ofrecen las fuentes sobre las que se
basan los que sostienen la hipótesis
contraria, esto es, la no conversión.
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