RUPTURA Y LUCHA CONTRA LA RELIGIÓN ESTABLECIDA
La religión,
cualquier religión, no lo olvidemos, es la respuesta del hombre a Dios. Como
respuesta, es obra o creación humana. Sus manifestaciones, por tanto,
participan de los defectos inherentes a los productos humanos. Contra estos
defectos -que en la Iglesia de aquella época no eran pocos ni pequeños-era contra los que
se ensañaba Voltaire. Era contra la Iglesia institucionalizada/organizada de su época, no la religión
en cuanto tal. Muchas de sus críticas son,
de hecho, meras denuncias de las lacras de aquella Iglesia, que se caracterizaba
por el uso teocrático que hacían sus representantes del poder.
Fanático
de la libertad de pensamiento, la tolerancia religiosa y la justicia social, se alzó
contra todos los sistemas de pensamiento y los poderes constituidos, que socavaban e impedían la emergencia y
el ejercicio de esos derechos. El poder/institución en el que creía ver
encarnados los mayores obstáculos para la implantación
y florecimiento de los nuevos valores, que él propugnaba, era la prepotente Iglesia de aquel entonces y en
aquella sociedad. De ahí que esta institución,
a la que siempre vio como símbolo y fuente de fanatismo, despotismo e intolerancia, se convirtiera en blanco principal
de sus furibundos ataques.
La obsesión
de Voltaire fue siempre la libertad y la tolerancia. Por eso, se dedicó durante
toda su vida a combatir el fanatismo y la violencia imperantes en su tiempo. Y los poderes que ejercitaban tanto el
fanatismo como la violencia en su tiempo eran
todas las instituciones que constituían y conformaban el orden establecido. No sólo
era el estamento clerical y las personas relacionadas con la Iglesia, sino
también los monarcas y la nobleza establecida. Iglesia y Monarquía eran los poderes
omnipotentes que en aquella época mantenían el control total de la sociedad en todos los ámbitos
de la realidad. Iglesia y Monarquía eran, por tanto, las instituciones a las
que había que abatir. Así era en teoría, pero, no en la práctica. Porque,
llevado por egoístas intereses personales, se atrevió
a combatir mucho más el poder de la Iglesia, que el poder civil. Es más,
durante toda su vida procuró arrimarse y cortejar incluso más a los príncipes
y monarcas que al pueblo. Al parecer, galantear a la Iglesia, en su caso no era rentable; sí lo era, en cambio, y
mucho, el cortejo a los príncipes y monarcas. Las armas más utilizadas por
Voltaire en este combate ideológico fueron
la ironía y el sarcasmo. El sarcasmo, ya se sabe, es la misma ironía, pero en su forma más mordaz, sangrienta y cruel.
La fuente de la que emanó su actitud vital y, por consiguiente, el
origen y sostén
de su pensamiento rebelde frente al orden heredado, nos la testifica Voltaire en aquella
confesión de "Cándido": "il
faut cultiver notre jardin: hay que cultivar nuestro
jardín". En
efecto, todo su pensamiento, arropado en forma de sarcasmo, giró en torno a
la "humanización" del hombre. De ahí sus ataques a todos los sistemas
de pensamiento, religiosos, políticos y sociales que, de una u otra forma, impidieran
al hombre poder llegar a la plenitud de ser sí mismo.
Lo que a
Voltaire realmente le interesaba era la dignidad de la condición humana,
el respeto debido a cada hombre. Para lograr ese objetivo, se requería el reconocimiento y la aceptación de la plena
libertad individual, de la igualdad de derechos
de todos los hombres y, como consecuencia, de la fraternidad existente entre
ellos; y, todo, por el mero hecho de ser hombres. La paradoja fue que, mientras exigía la libertad y la tolerancia a
todos, en todo, y para todos, él se las
negó a la Iglesia y a los judíos, mereciéndose por tal actitud el calificativo
de hipócrita, con el que le han
obsequiado no pocos de sus biógrafos.
En la novela "Cándido ", una de las obras
más reveladoras de su pensamiento, Voltaire expresa claramente su postura
religiosa en consonancia, precisamente, con ese humanismo que propugnaba.
Su propuesta a favor del hombre la veía impedida bloqueada principalmente por la
intolerancia de la religión de su tiempo. Por eso, el estudio que en esta obra hace
de la evolución del hombre,
a la par que le lleva a denunciar a la religión y el poder del clero, al mismo tiempo no deja de expresar una clara
afirmación de su creencia en Dios. Un Dios -y ésta es, quizás, la
singularidad-, que está presente en la naturaleza
como entidad creadora y ordenante, pero no en la historia como ser actuante en el desenvolvimiento del ser humano. El
deísmo
es precisamente la creencia en un Dios fuera/lejos de nosotros,
al contrario del Dios con/cerca de nosotros del
cristianismo
Posiblemente excluyó a Dios de la
historia humana, porque el Dios que de niño le enseñaron y que seguía predicando
la Iglesia de su tiempo, era, en primer lugar, un Dios excluyente, pues sólo
era Dios de los cristianos; no era un Dios universal, de toda la humanidad, como
Voltaire lo pensaba. Ese Dios, por otra parte, no se avenía y armonizaba con la dignidad
del hombre con la que
él soñaba. Por eso, frente a esa religión revelada que, a su juicio, tal como se
manifestaba en la actuación de la Iglesia de su tiempo, era una institución
alicorta y antihumana, Voltaire quería "una religión natural sin dogmas, ni
sacerdotes, nada coercitiva y con grandes valores humanos " (A. Díaz Cereceda). Una
religión, en suma, cosmopolita - que incluyera a todos los seres humanos
-, y profundamente humana.
Acorde con lo que venimos aquí sosteniendo, un autor de
nuestros días afronta
el tema afirmando que "la crítica volteriana a los inquisidores
cristianos no
involucra un rechazo a la religión, sino que está dirigida contra las acciones
persecutorias, intolerantes, fanáticas que han ejecutado ciertos creyentes. Sus argumentos,
si bien referidos al ámbito religioso, serían enteramente aplicables contra
las prácticas de intolerancia política" (C. E. Miranda). Según
este autor, el objetivo principal de sus ataques a los fanáticos e intolerantes "no
era atacar a la Iglesia ni menos aún a la religión, sino más bien atacar los
crímenes que en nombre de la religión se han cometido. Él se declaraba
respetuoso de la religión, cuyas verdades no pretendía comprender, porque ellas
sobrepasaban su capacidad de entendimiento y la de todos los hombres".
Precisamente por eso, porque Voltaire reconocía y confesaba la
incapacidad propia
y ajena para comprender las verdades de la metafísica y de la teología, condena a los
fanáticos que, sintiéndose en posesión de estas verdades, y apoyados y movidos
por ellas -convirtiendo, en este caso, su creencia en ideología-,
recurrían a la fuerza del castigo, la tortura, la cárcel o la hoguera, para imponérselas
a los demás. No es extraño que entre los promotores y actores de estas
actitudes y acciones estuvieran los representantes de la Iglesia, que se creían en
posesión de los dogmas religiosos y en la obligación de defenderlos a
cualquier precio.
Aunque Voltaire no fuera ateo, ni luchara directamente contra la
religión
en cuanto tal, hay que reconocer que, como dice un autor, "dejó abierto
un amplio
cauce por el que discurrirán los filósofos de la Ilustración, los cuales convertirán su escepticismo en negación, su agnosticismo en
incredulidad, su deísmo en ateísmo,
sus restos de vago espiritualismo en grosero materialismo, su liberalismo en revolución y su relativa
tolerancia en persecución sangrienta" (G. Fraile, Historia de la
Filosofía,
vol III, Madrid 1966, p. 888).
Carlos Valverde, a quien debemos el
conocimiento de ese testamento, al ofrecérnoslo en la publicación antes citada, lo introduce
con las siguientes pinceladas sobre
Voltaire:
"Todos sabemos quién fue Voltaire: el peor enemigo que
tuvo el cristianismo en aquel siglo XVIII, en el que tantos tuvo y tan crueles. Con los años crecía su odio al cristianismo y a la
Iglesia. Era en él una obsesión.
Cada noche creía haber aplastado a la "infame" y cada mañana
sentía la necesidad de volver a empezar: el Evangelio sólo había traído desgracias a la Tierra. Manejó como
nadie la ironía y el sarcasmo en sus
innumerables escritos, llegando hasta lo innoble y degradante. Diderot le llamaba el anticristo. Fue
el maestro de generaciones enteras
incapaces de comprender aquellos valores superiores del cristianismo, cuya desaparición envilece y
empobrece a la humanidad".
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