viernes, 2 de junio de 2017

LA RELIGIÓN EN VOLTAIRE (I)

(Publicado en Anuario Jurídico y Económico Escurialense, XLIV, 2011, 519-535)



INTRODUCCIÓN


P
ocos dudan de que François Mane Arouet, generalmente más conocido por el seudónimo de Voltaire, sea el personaje más representativo y relevante de la Ilustración francesa. Nacido en Chatenay el 2 de febrero de 1694, falleció en París el 30 de mayo de 1778. Fue la encarnación radical del pensamiento rebelde de su época frente a toda la cultura heredada, definida sustancialmente por la cultura religiosa/eclesiástica.
Su actitud hostil a la religión tradicional, en la que fue educado, fue tan constante, notoria y significativa, que, desde entonces, el adjetivo volteriano/na, en castellano "dícese del que, a la manera de Voltaire, afecta o manifiesta incredulidad o impiedad cínica y burlona"; y, también, todo lo "que denota o implica este género de incredulidad o impiedad".
A pesar de que nadie ignora su faceta cínica y antirreligiosa, pocos saben, sin embargo, de su conversión o retorno al catolicismo en el último momento de su vida. Pocos lo saben, porque poco o nada se ha escrito/publicado, y poco o nada se sigue escribiendo/publicando -¡vaya usted a saber el porqué!-, para dar a conocer este, de ser cierto, importante suceso biográfico. Para cooperar a su conocimiento, precisamente, van destinadas estas líneas, cuyo mayor mérito es la publicación del testamento o última voluntad de Voltaire en relación con la religión, a la que tanto en su vida fustigó. Este testamento fue hallado y publicado en el diario "YA", el 2 de junio de 1989, por el Catedrático de Filosofía Carlos Valverde. A pesar, no obstante, de haberse dado a conocer en aquella fecha, ya un tanto lejana, el acontecimiento sigue siendo prácticamente desconocido para la generalidad de la gente.
El evento de la conversión, que aquí comentamos, a simple vista carecería de causa o soporte humanamente explicativo, si su biografía no contase con algunos datos y realidades de índole religiosa muy significativos y relevantes. Siendo las realidades que constituyen el entorno o circunstancia de cada persona, las que influyen poderosamente en la configuración personal del individuo, esos datos de su más inmediato entorno, a los que aquí nos referimos, podrán darnos la clave ideológica, para poder explicar el, para no pocos, extraño suceso. Porque, el significado más auténtico de ese último acto de rectificación existencial, tal vez no fue otro que el propósito consciente de dotar a su vida entera de un sentido que un día tuvo y que, luego, perdió.
Busto de Voltaire
II. ENTORNO FAMILIAR Y PRIMERA EDUCACIÓN
Voltaire, para empezar, recibió en su juventud una esmerada educación en el colegio jesuita Louis-le-Grand de París, de la que salió muy agradecido a la formación cultural que allí le ofrecieron. De su formación religiosa, sin embargo, guardará siempre un penoso y perseverante recuerdo, que lo dejará plasmado en una actitud irreverente, rebelde y burlona, frente la Iglesia, sus instituciones y dogmas.
Otro dato importante, por lo que toca a nuestro tema, es la religiosidad de su entorno familiar. Si, como decía Ortega, "yo soy yo y mis circunstancia ", la circunstancia o entorno religioso más inmediato de nuestro protagonista estaba constituido por un padre jansenista, es decir, católico rigorista, y un hermano, Armand, católico fundamentalista. La rebelión contra el rigorismo religioso en el que de niño fue educado, es una de las causas, precisamente, que suelen aducirse para explicar la posterior ruptura y hostilidad contra la religión establecida.
Un caso parecido, entre el de otros no pocos célebres personajes, lo tenemos en James Joyce (James Augustine Aloysius Joyce, 1882-1941). También Joyce, a pesar de haber sido educado con los jesuitas, hasta estar a punto de ingresar al noviciado, luego se convirtió en un fervoroso apóstata de la fe cristiana, caracterizándose también por violentos ataques contra el catolicismo. Sin embargo, en relación con su alejamiento de la religión, Harry Levin, con conocimiento de causa, dice de Joyce que "perdió su religión, pero conservó sus categorías " (James Joyce: A Critical Introduction, 1941). Esta afirmación de Levin sobre Joyce, tal vez nos dé la clave también de la no desvinculación total de Voltaire de la religión en la que fue educado, y, como resultado, la decisión final de su vida con respecto a ella, de la que aquí vamos a hablar.
Uno y otro caso, entre el de otros muchos célebres personajes, nos hablan de la importancia que, para la correcta recepción del mensaje cristiano, tiene el hecho de ser ofrecido/proclamado en su pureza evangélica, y siempre, en cada circunstancia, de la forma más adecuada a la idiosincrasia de sus destinatarios. Pero, no es el tema de la correcta evangelización el asunto que aquí atrae nuestra atención, aunque éste sea, posiblemente, la causa desen­cadenante de toda la situación, sino el dar a conocer el final religioso de la vida de Voltaire. Porque, se da la circunstancia de que, así como sus pensamientos hostiles a la religión son continua y profusamente citados por quienes en sus escritos tocan -a veces con malévola intención-, el tema de la religión, muy pocos son los escritores -si alguno hay- que hablan de su rectificación final.
La vuelta de Voltaire, al final de su vida, a la casa paterna de la Iglesia, como lo manifiesta la confesión del testamento, que subscribió en el último momento de su vida, entre otros factores de distinta índole a que el hecho podría atribuirse, a nivel de ideología tal vez esté explicada, como hemos dicho, por lo que H. Levin dice de Joyce, es decir, porque, a pesar de perder la fe de la religión católica -en el supuesto de que la perdiera totalmente-, siguió, no obstante, "conservando sus categorías".
Entre las categorías religiosas que Voltaire siguió conservando, una fue la condición de la religión católica respecto de las demás religiones. No son pocos los textos y contextos en los que lo deja traslucir. En el "Diccionario filosófico ", por ejemplo, dice de la religión católica: "la nótre est sans doute la seule bonne, la seule vraie; mais nous avons fait tant de mal par son moyen que, quand nous parlons des autres, nous devons étre modestes": "nuestra religión es, sin duda, la única buena, la única verdadera; pero por medio de ella hemos causado tanto daño, que cuando hablamos de las otras, debemos ser muy indulgentes". Es decir, que, a pesar de todo, a pesar de todas las maldades del cristianismo/catolicismo, sigue reconociendo o dando por supuesto que la religión católica es "la única verdadera". (Voltaire, Dictionaire philosophique, Editions Garnier Fréres, 1967, p. 368)?.
Y no es ese el único lugar donde se refiere a esta religión en parecidos términos, es decir, con la misma calificación. En otro texto de este mismo diccionario, en efecto, se dice: "Aprés notre sainte religión, qui sans doute est la seule bonne, quelle serait la moins mauvaise?: después de nuestra santa religión , que es probablemente la única buena, ¿cuál sería la menos mala?" (Id., ibid, p. 366). Claro que, quienes no están dispuestos a admitir la conversión final de nuestro personaje, dicen que lo que aquí afirma Voltaire, lo dice con ironía, esa "burla fina y disimulada, que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice" (Dic. RAE). Pero, quienes esto sostienen, tendrán que reconocer que su afirmación/interpretación no deja de ser una conjetura o mera suposición.
Es cierto que no se sabe a punto cierto cuál era la intención de esa y otras afirmaciones de Voltaire, dado el sarcasmo con que siempre abordaba los asuntos, sobre todo los referentes a temas religiosos. Tampoco hay que olvidar que, como dice Dan Graves, "su vida entera fue una paradoja. Despreciaba la humanidad y, sin embargo se interesaba con pasión por los hombres. Ridiculizó el clero y dedicó uno de sus libros al Papa. Se burlaba de la realeza, y él aceptó la pensión del rey Federico el Grande. Odiaba la intolerancia, y fue intolerante en su actitud hacia los judíos. Se burló de la vanidad de las riquezas y adquirió una gran fortuna (por medios que no siempre eran honestos). No creía en Dios, y se pasó toda la vida buscándolo... " (Scientists of Faith, Grand Rapids, MI (1996), p. 86). Pero, de cualquier forma, lo que sí es cierto es que "quod scripsi, scripsi", lo escrito y expresado, mientras no se demuestre lo contrario, es lo escrito y expresado. Y dice, lo que dice. ¿Acaso una de las definiciones más aceptadas de verdad no es aquella de "adaequatio rei et intellectus: la concordancia entre el lenguaje y su referente extralingüístico " (St.Tomas, Suma Teológica, I, 16, 1).
Que mantuvo siempre una mentalidad o, mejor, una sensibilidad católica, lo demuestran sus mismos pronunciamientos y comportamientos contradictorios con la religión. Por ejemplo, a pesar de ser un rabioso anticlerical, siempre habló bien de sus maestros jesuitas, que le inculcaron el amor a las letras. De hecho, dio refugio en su casa durante trece años al P. Adam, cuando éste fue expulsado de Francia. Su fobia contra los religiosos, a los que en algún lugar califica de sátiros, inmorales, avaros y antiéticos, se contradice con la valoración general que hace de esta institución eclesial, cuando afirma que "los conventos han sido asilos abiertos a todos los que querían huir de las opresiones de los Gobiernos godo y vándalo; fueron consuelo para el género humano, conservando los pocos conocimientos que quedaron después de la decadencia de Roma". En otro conocido texto dirá sobre la vida religiosa que "no había mayor sacrificio en la tierra que el que hace una joven religiosa al consagrarse al servicio de los pobres y los enfermos..., no hay caridad tan generosa como ésta".
A mayor abundamiento de lo que decimos, sus biógrafos refieren que erigió una iglesia junto a su castillo, en la que puso la inscripción: "Deo erexit Voltaire 1761", a la que iba a misa los domingos acompañado de varios guardaespaldas. ¿No nos cuentan sus biógrafos que, mientras los creyentes le tildaban de infiel y descreído, los Enciclopedistas le acusaban de ser cristiano?
Lienzo de la Ilustración
Estas contradicciones -habituales, por otra parte, en Voltaire-, nos llevan a pensar que, aunque Voltaire durante toda su vida fue ideológicamente/racio­nalmente anticatólico, sentimentalmente nunca se apagó del todo en su corazón la llama de esta religión. En un estudio sobre Voltaire y la religión, la autora, tras aducir los tres tipos en los que Jung clasifica a los seres religiosos, coloca a Voltaire en el grupo tercero, es decir, en el grupo de los que "ya no creen en las tradiciones religiosas, mientras que en alguna otra, menos racional, siguen creyendo". Esta autora llega a afirmar de nuestro protagonista que "su cabeza era irreligiosa, mientras sus sentimientos y emociones parecían seguir siendo ortodoxos " (A. Díaz Cereceda). Y, si pensamos que la religión cae dentro del ámbito de los sentimientos/del corazón, nos explicaríamos como lógica o, al menos, no nos extrañaría su retractación final. Esa decisión respondería a las razones a las que aludía Pascal (1623-1662) con aquello de que: "el corazón tiene sus razones, que la razón desconoce " (Pensamientos, 4, y 282).
Dejando aparte la intervención de Dios en estos acontecimientos, entre las diversas clases de conversión que suelen describirnos los especialistas en psicología religiosa: conversión intelectual, mística, experimental, afectiva, coercitiva,..., la de Voltaire, por lo que venimos diciendo, habría sido una conversión intelectual-afectiva, es decir, una conversión racional motivada por la necesidad emocional de reencontrar o reconstruir el sentido de su vida.
Lo que, desde luego, no puede afirmarse de Voltaire es que fue ateo. La existencia de Dios, con independencia de la religión que lo invoque y predique, es para Voltaire una verdad racional evidente. Así de claro lo manifiesta: "It is perfectly evident to my mind that there exists a necessary, eternal, supreme, and intelligent being. This is no matter of faith, but of reason: Es perfectamente evidente para mi mente que existe un ser necesario, eterno, supremo, e inteligente. No es un asunto de fe, sino de la razón" (Pilos. Dic., chap. 196, faith).
Federico de Prusia
La creencia sin fisuras en un Dios creador le llevó a afirmar del ateísmo: "creo que el ateísmo es tan pernicioso como la superstición". Entre otros textos donde descalifica al ateísmo, puede aducirse aquel otro que dice: "Siempre he considerado el ateísmo como el mayor de los extravíos de la razón, pues decir que la armonía del mundo no prueba la existencia de un supremo artífice es tan ridículo como necio sería decir que un reloj no prueba la existencia de un relojero". Su anticlericalismo no debe llevarnos, por eso, a suponer que Voltaire defendió una postura atea. De hecho, es famosa su afirmación de que "Si Dieu n'existait pas, il l'faudrait invente: "Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo, (Epitre à l'auteur du Livre des Trois Imposteurs, Carta al autor del libro "Tres impostores", Obras completas, París, Garnier, 1877-1885, t. 10, pp.402-405). Célebre frase que volvió a citar en carta al príncipe Federico Guillermo de Prusia (1770), acompañándola con la siguiente argumentación: "Si Dios no existiera, habría que inventarlo. Pero toda la naturaleza clama que existe: que existe una inteligencia suprema, un poder inmenso, un orden admirable, y todo lo que nos enseña nuestra propia dependencia de él".
Lo mínimo que puede concedérsele en el ámbito religioso, es que fue "deísta", el "titán del deísmo", como alguien le ha calificado. Nos cuentan sus biógrafos que estando en cierta ocasión contemplando el cielo estrellado desde la terraza de su castillo de Ferney, exclamó: "Hay que ser ciego para no quedar boquiabierto contemplando la Naturaleza; hay que ser estúpido para no reconocer a su autor y hay que ser loco para no adorarlo". La presencia del Creador en sus criaturas era tan evidente para Voltaire, que no faltan autores que califican de panteísta esta su visión de la realidad trascen­dente en la naturaleza.
Castillo de Ferney
La afirmación del Dios Creador, es reiterativa en sus escritos. A pesar de su pesimismo cognoscitivo, salva siempre el conocimiento de la existencia de un ser necesario y eterno. En el "El filósofo ignorante " argumenta: "Me siento inclinado a creer que el mundo es siempre emanado de esta causa primitiva y necesaria, como la luz emana del sol. ¿Por qué concatenamiento de ideas me veo siempre llevado a creer eternas las obras del Ser Eterno? Por muy pusilánime que sea mi concepción, tiene la fuerza de alcanzar al ser necesario que existe por sí mismo". Por eso, todos sus dardos irreligiosos no iban nunca dirigidos contra Dios, sino contra el Dios de la religión convencional. Es decir, su crítica no iba dirigida contra la religión en sí, sino contra la religión de su tiempo y de su concreta circunstancia.

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