(Publicado en Anuario Jurídico y Económico Escurialense, XLIV, 2011, 519-535)
INTRODUCCIÓN
P
|
ocos dudan de que François Mane Arouet, generalmente
más conocido por el seudónimo de Voltaire, sea el
personaje más representativo y relevante de la Ilustración francesa. Nacido en Chatenay el 2 de febrero de 1694,
falleció en París el 30 de mayo de
1778. Fue la encarnación radical del pensamiento rebelde de su época frente a toda la cultura heredada,
definida sustancialmente por la cultura religiosa/eclesiástica.
Su actitud
hostil a la religión tradicional, en la
que fue educado, fue tan constante, notoria
y significativa, que, desde entonces, el adjetivo volteriano/na, en
castellano "dícese del que, a la manera de Voltaire, afecta o
manifiesta incredulidad o impiedad cínica y
burlona"; y, también, todo
lo "que denota o implica este género de incredulidad o impiedad".
A pesar de que nadie ignora su faceta cínica y antirreligiosa, pocos
saben, sin
embargo, de su conversión o retorno al catolicismo en el último momento de su vida. Pocos lo
saben, porque poco o nada se ha escrito/publicado, y poco o nada se sigue escribiendo/publicando
-¡vaya usted a saber el porqué!-, para dar a conocer este, de ser cierto,
importante suceso biográfico. Para cooperar a su conocimiento, precisamente, van destinadas estas líneas,
cuyo mayor mérito es la publicación del testamento o última voluntad de Voltaire
en relación con la religión, a la que tanto en su vida fustigó. Este testamento
fue hallado y publicado en el diario
"YA", el 2 de junio de 1989, por el Catedrático de Filosofía Carlos Valverde. A pesar, no obstante, de
haberse dado a conocer en aquella
fecha, ya un tanto lejana, el acontecimiento sigue siendo prácticamente desconocido para la generalidad de
la gente.
El evento de la conversión, que aquí comentamos, a simple vista
carecería de causa
o soporte humanamente explicativo, si su biografía no contase con algunos datos y realidades
de índole religiosa muy significativos y relevantes. Siendo las realidades que
constituyen el entorno o circunstancia de cada persona, las que influyen poderosamente
en la configuración personal del individuo, esos datos de su más inmediato
entorno, a los que aquí nos referimos, podrán darnos la clave ideológica, para poder
explicar el, para no pocos, extraño suceso. Porque, el significado más auténtico de ese último acto de rectificación existencial,
tal vez no fue
otro que el propósito consciente de dotar a su vida entera de un sentido que un
día tuvo y que, luego, perdió.
Busto de Voltaire
Busto de Voltaire
II. ENTORNO FAMILIAR Y PRIMERA EDUCACIÓN
Voltaire, para empezar, recibió en su juventud una esmerada
educación en
el colegio jesuita Louis-le-Grand de París, de la que salió muy agradecido a la
formación cultural que allí le ofrecieron. De su formación religiosa, sin embargo, guardará
siempre un penoso y perseverante recuerdo, que lo dejará plasmado en una actitud
irreverente, rebelde y burlona, frente la Iglesia, sus instituciones y
dogmas.
Otro dato importante, por lo que toca a nuestro tema, es la religiosidad
de su entorno familiar. Si, como decía Ortega, "yo soy yo y mis
circunstancia ", la circunstancia o entorno religioso más inmediato
de nuestro protagonista estaba constituido por un padre jansenista, es
decir, católico rigorista, y un hermano, Armand, católico fundamentalista. La
rebelión contra el rigorismo religioso en el que de niño fue educado, es una de
las causas, precisamente, que suelen aducirse para explicar la posterior ruptura
y hostilidad contra la religión establecida.
Un caso parecido, entre el de otros no pocos célebres personajes,
lo tenemos en James Joyce (James Augustine Aloysius Joyce, 1882-1941). También
Joyce, a
pesar de haber sido educado con los jesuitas, hasta estar a punto de ingresar al noviciado,
luego se convirtió en un fervoroso apóstata de la fe cristiana, caracterizándose
también por violentos ataques contra el catolicismo. Sin embargo, en
relación con su alejamiento de la religión, Harry Levin, con conocimiento de
causa, dice de Joyce que "perdió su religión, pero conservó sus categorías
" (James Joyce: A Critical Introduction, 1941). Esta afirmación de Levin sobre
Joyce, tal vez nos dé la clave también de la no desvinculación total de Voltaire
de la religión en la que fue educado, y, como resultado, la decisión final de
su vida con respecto a ella, de la que aquí vamos a hablar.
Uno y otro caso, entre el de otros muchos célebres personajes, nos hablan
de la importancia
que, para la correcta recepción del mensaje cristiano, tiene el hecho de ser
ofrecido/proclamado en su pureza evangélica, y siempre, en cada circunstancia,
de la forma más adecuada a la idiosincrasia de sus destinatarios. Pero, no es el
tema de la correcta evangelización el asunto que aquí atrae nuestra atención,
aunque éste sea, posiblemente, la causa desencadenante de toda la situación,
sino el dar a conocer el final religioso de la vida de Voltaire. Porque, se da la circunstancia de que, así como sus
pensamientos hostiles
a la religión son continua y profusamente citados por quienes en sus escritos tocan -a veces con malévola
intención-, el tema de la religión, muy pocos
son los escritores -si alguno hay- que hablan de su rectificación final.
La vuelta de Voltaire, al final de su vida, a la casa paterna de la
Iglesia, como lo manifiesta la confesión del testamento, que subscribió en el
último momento de su vida, entre otros
factores de distinta índole a que el hecho podría atribuirse, a nivel de
ideología tal vez esté explicada, como hemos dicho, por lo que H. Levin
dice de Joyce, es decir, porque, a pesar de perder la fe de la religión católica -en el supuesto de que la perdiera
totalmente-, siguió, no obstante, "conservando sus
categorías".
Entre las categorías religiosas que
Voltaire siguió conservando, una fue la condición de la religión
católica respecto de las demás religiones. No son pocos los textos y contextos
en los que lo deja traslucir. En el "Diccionario filosófico ", por ejemplo, dice de la religión católica:
"la nótre est sans doute la seule
bonne, la seule vraie; mais nous avons fait tant de mal par son moyen
que, quand nous parlons des autres, nous devons étre modestes":
"nuestra religión es, sin duda, la única buena, la única verdadera; pero
por medio de ella hemos causado tanto daño,
que cuando hablamos de las otras, debemos
ser muy indulgentes". Es decir,
que, a pesar de todo, a pesar de todas
las maldades del cristianismo/catolicismo, sigue reconociendo o dando por supuesto que la religión católica es "la
única verdadera". (Voltaire, Dictionaire philosophique, Editions
Garnier Fréres, 1967, p. 368)?.
Y no es ese el único lugar donde se refiere a esta religión en parecidos
términos, es decir, con la misma calificación. En otro texto de este mismo diccionario, en efecto, se dice: "Aprés
notre sainte religión, qui sans doute est
la seule bonne, quelle serait la moins mauvaise?: después de nuestra santa
religión , que es probablemente la única buena, ¿cuál sería la menos
mala?" (Id., ibid, p.
366). Claro que, quienes no están dispuestos a admitir la conversión final de nuestro personaje, dicen que lo que aquí
afirma Voltaire, lo dice con ironía,
esa "burla fina y disimulada, que consiste en dar a entender lo
contrario de lo que se
dice" (Dic. RAE). Pero,
quienes esto sostienen, tendrán que reconocer que su afirmación/interpretación no deja de ser una conjetura o mera suposición.
Es cierto que no
se sabe a punto cierto cuál era la intención de esa y otras afirmaciones de
Voltaire, dado el sarcasmo con que siempre abordaba los asuntos, sobre todo los referentes a temas
religiosos. Tampoco hay que olvidar que, como dice Dan Graves, "su vida
entera fue una paradoja. Despreciaba la humanidad
y, sin embargo se interesaba con pasión por los hombres. Ridiculizó el clero y dedicó uno de sus libros al Papa. Se
burlaba de la realeza, y él aceptó la pensión del rey Federico el Grande. Odiaba la intolerancia,
y fue intolerante en su actitud hacia los
judíos. Se burló de la vanidad de las riquezas
y adquirió una gran fortuna (por medios que no siempre eran honestos). No creía en Dios, y se pasó toda la vida
buscándolo... " (Scientists of Faith, Grand Rapids, MI
(1996), p. 86). Pero, de cualquier forma, lo que sí es cierto es que "quod
scripsi, scripsi", lo escrito y expresado, mientras no se demuestre lo contrario, es
lo escrito y expresado. Y dice, lo que dice. ¿Acaso una de las definiciones más aceptadas de verdad no
es aquella de "adaequatio rei et intellectus:
la concordancia entre el lenguaje y su referente extralingüístico " (St.Tomas, Suma Teológica, I, 16, 1).
Que mantuvo siempre una mentalidad o, mejor, una sensibilidad católica, lo demuestran sus
mismos pronunciamientos y comportamientos contradictorios con la religión.
Por ejemplo, a pesar de ser un rabioso anticlerical, siempre habló bien de sus
maestros jesuitas, que le inculcaron el amor a las letras. De hecho, dio refugio en su casa durante
trece años al P. Adam, cuando éste fue expulsado
de Francia. Su fobia contra los religiosos, a los que en algún lugar califica de sátiros, inmorales, avaros y
antiéticos, se contradice con la valoración general que hace de esta institución eclesial, cuando afirma que "los
conventos han sido asilos
abiertos a todos los que querían huir de las opresiones de los Gobiernos godo y vándalo; fueron consuelo para el
género humano, conservando los pocos
conocimientos que quedaron después de la decadencia de Roma". En otro conocido texto dirá sobre la vida
religiosa que "no había mayor sacrificio en la tierra que
el que hace una joven religiosa al consagrarse al servicio de los pobres y los enfermos..., no hay caridad tan generosa
como ésta".
A mayor abundamiento de lo que decimos, sus biógrafos refieren
que erigió una iglesia junto a su castillo, en la que puso la inscripción: "Deo
erexit
Voltaire 1761", a la que iba a misa los domingos acompañado de
varios guardaespaldas.
¿No nos cuentan sus biógrafos que, mientras los creyentes le tildaban de infiel
y descreído, los Enciclopedistas le acusaban de ser cristiano?
Lienzo de la Ilustración
Estas contradicciones -habituales, por otra parte, en Voltaire-, nos llevan a pensar que, aunque Voltaire durante toda su vida fue ideológicamente/racionalmente anticatólico, sentimentalmente nunca se apagó del todo en su corazón la llama de esta religión. En un estudio sobre Voltaire y la religión, la autora, tras aducir los tres tipos en los que Jung clasifica a los seres religiosos, coloca a Voltaire en el grupo tercero, es decir, en el grupo de los que "ya no creen en las tradiciones religiosas, mientras que en alguna otra, menos racional, siguen creyendo". Esta autora llega a afirmar de nuestro protagonista que "su cabeza era irreligiosa, mientras sus sentimientos y emociones parecían seguir siendo ortodoxos " (A. Díaz Cereceda). Y, si pensamos que la religión cae dentro del ámbito de los sentimientos/del corazón, nos explicaríamos como lógica o, al menos, no nos extrañaría su retractación final. Esa decisión respondería a las razones a las que aludía Pascal (1623-1662) con aquello de que: "el corazón tiene sus razones, que la razón desconoce " (Pensamientos, 4, y 282).
Estas contradicciones -habituales, por otra parte, en Voltaire-, nos llevan a pensar que, aunque Voltaire durante toda su vida fue ideológicamente/racionalmente anticatólico, sentimentalmente nunca se apagó del todo en su corazón la llama de esta religión. En un estudio sobre Voltaire y la religión, la autora, tras aducir los tres tipos en los que Jung clasifica a los seres religiosos, coloca a Voltaire en el grupo tercero, es decir, en el grupo de los que "ya no creen en las tradiciones religiosas, mientras que en alguna otra, menos racional, siguen creyendo". Esta autora llega a afirmar de nuestro protagonista que "su cabeza era irreligiosa, mientras sus sentimientos y emociones parecían seguir siendo ortodoxos " (A. Díaz Cereceda). Y, si pensamos que la religión cae dentro del ámbito de los sentimientos/del corazón, nos explicaríamos como lógica o, al menos, no nos extrañaría su retractación final. Esa decisión respondería a las razones a las que aludía Pascal (1623-1662) con aquello de que: "el corazón tiene sus razones, que la razón desconoce " (Pensamientos, 4, y 282).
Dejando aparte la intervención de Dios en estos acontecimientos,
entre las
diversas clases de conversión que suelen describirnos los especialistas en
psicología religiosa: conversión intelectual, mística, experimental, afectiva,
coercitiva,..., la de Voltaire, por lo que venimos diciendo, habría sido una conversión intelectual-afectiva,
es decir, una conversión racional motivada por la necesidad emocional de
reencontrar o reconstruir el sentido de su vida.
Lo que, desde
luego, no puede afirmarse de Voltaire es que fue ateo. La existencia de Dios, con independencia de la religión que lo invoque y
predique, es
para Voltaire una verdad racional evidente. Así de claro lo manifiesta: "It is perfectly evident to
my mind that there exists a necessary, eternal, supreme, and intelligent being. This is no matter
of faith, but of reason: Es perfectamente evidente para mi mente que
existe un ser necesario, eterno, supremo, e inteligente. No es un asunto de fe, sino de la
razón" (Pilos. Dic., chap. 196, faith).
Federico de Prusia
Federico de Prusia
La creencia sin
fisuras en un Dios creador le llevó a afirmar del ateísmo: "creo
que el ateísmo es tan pernicioso como la superstición". Entre otros textos donde descalifica al ateísmo, puede aducirse aquel otro que dice: "Siempre
he considerado el ateísmo como el mayor de los extravíos de la
razón, pues decir que la armonía del mundo no
prueba la existencia de un supremo artífice es tan ridículo como necio
sería decir que un reloj no prueba la existencia
de un relojero". Su
anticlericalismo no debe llevarnos, por eso, a suponer que Voltaire defendió una postura atea. De hecho, es famosa su afirmación
de que "Si Dieu n'existait pas, il l'faudrait invente: "Si Dios no
existiera, sería necesario inventarlo, (Epitre à l'auteur du Livre des Trois Imposteurs, Carta al autor del libro "Tres
impostores", Obras completas, París,
Garnier, 1877-1885, t. 10,
pp.402-405). Célebre frase que volvió a citar en carta al príncipe Federico Guillermo de Prusia (1770),
acompañándola con la siguiente argumentación: "Si Dios no
existiera, habría que inventarlo. Pero toda la naturaleza clama que existe: que existe una inteligencia suprema, un
poder inmenso, un orden admirable, y
todo lo que nos enseña nuestra propia dependencia de él".
Lo mínimo que puede
concedérsele en el ámbito religioso, es que fue "deísta", el "titán del
deísmo", como alguien le ha calificado. Nos cuentan sus biógrafos que
estando en cierta ocasión contemplando el cielo estrellado desde la terraza de su castillo de Ferney, exclamó: "Hay que
ser ciego para no
quedar boquiabierto contemplando la Naturaleza; hay que ser estúpido para no reconocer a su autor y hay que ser loco para
no adorarlo". La presencia
del Creador en sus criaturas era tan evidente para Voltaire, que no faltan autores que califican de panteísta esta
su visión de la realidad trascendente en la naturaleza.
Castillo de Ferney
Castillo de Ferney
La afirmación del Dios Creador, es reiterativa en
sus escritos. A pesar de su pesimismo
cognoscitivo, salva siempre el conocimiento de la existencia de un ser
necesario y eterno. En el "El filósofo ignorante " argumenta: "Me
siento inclinado a creer que el mundo es siempre emanado de esta causa primitiva y necesaria, como la luz emana del sol.
¿Por qué concatenamiento de ideas me
veo siempre llevado a creer eternas las obras del Ser Eterno? Por muy pusilánime que sea mi concepción, tiene la
fuerza de alcanzar al ser necesario
que existe por sí mismo". Por
eso, todos sus dardos irreligiosos no
iban nunca dirigidos contra Dios, sino contra el Dios de la religión convencional. Es decir, su crítica no iba
dirigida contra la religión en sí, sino contra la religión de su tiempo y de su
concreta circunstancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario