Comúnmente se entiende
por ocio – como dice Google- “al tiempo libre que se dedica a
actividades que no son ni trabajo ni tareas domésticas esenciales, y que pueden
ser consideradas como recreativas”. Eso mismo, pero de forma más explícita
nos lo dirá la definición de González
Seara en su obra “La muchedumbre solitaria:
“ocio es toda actividad no obligatoria a
la que uno se dedica después de haber cumplido sus deberes laborales,
familiares y sociales”.
El concepto de ocio ha
variado en el transcurso de la historia- Hablar, por eso, de
la dimensión histórica del ocio, es afirmar la evolución del concepto de ocio. No siempre, en efecto, el
ocio ha sido igualmente valorado. Su concepto, como valor o desvalor, ha pasado
por diferentes momentos históricos. Podría decirse que tanto en Grecia, como en
Roma, en la Edad Media, en la Edad Moderna y Contemporánea, la valoración del
ocio está en función del modo como se emplea.
Para el griego
la skholé, que significaba ocio en Grecia, por contraposición al trabajo (a-scholé), era el
tiempo del que disponía la élite ciudadana, libre de ocupaciones o trabajos serviles,
para dedicarse al desarrollo y la creatividad personal. Solo gozaban de esta
privilegiada situación la alta sociedad de los pocos ciudadanos libres que, gracias
precisamente a la estratificación social de aquella sociedad, hacían recaer el
trabajo sobre la esclavitud.
En Roma
encontramos una nueva acepción y valoración del concepto de ocio. El romano no
solo valora el otium/ocio, sino
también el nec-otium, el trabajo. Aunque
sea de distinto signo, el romano hace extensivo el ocio también al pueblo llano
y a los esclavos. El de los ciudadanos libres, como entre los griegos, no era
sinónimo de inactividad, sino tiempo dedicado a actividades libremente elegidas. Del ocio de las clases altas Seneca
decía que “el ocio sin el estudio es la
muerte y sepultura en vida del hombre (otium
sine litteris mors est, et hominis vivi sepultura), el ocio de los esclavos,
respondiendo a la motivación por la que les era otorgado, nos viene definido
por aquello de “panem et circenses”.
En la Edad
Media siguió imperando el concepto romano, con la diferencia en esta época
del nuevo rango social de las personas ociosas. Ahora no hay esclavos, pero sí una
clase libre trabajadora que, a diferencia de la élite social, está obligada a
trabajar para poder vivir. Su ocio, por eso, si lo tenía, era el que le
permitía su trabajo. También en esta sociedad el disfrute, de por vida, del
ocio fue privilegio de unos pocos favorecidos por la fortuna, aquellos que
ostentaban la categoría social de nobles.
Con la llegada de la Edad Moderna, bajo los postulados del valor ético y religioso asignado
por el protestantismo y el nacimiento de la primera revolución industrial, el
trabajo se revaloriza hasta el punto de empezar a considerarse el ocio un vicio. El proverbio de la época “all
work and no play”, lo dice todo.
En la Edad Contemporánea, con la segunda revolución industrial y el triunfo de la
filosofía del capitalismo, se elevó a tal extremo la exigencia al trabajador de
su tiempo de trabajo, que no pudo por menos de provocar en la masa trabajadora un
movimiento reivindicativo, cada día más hostil y acrecido, cuya consecuencia
fue la provocación de un proceso legislativo sobre la jornada laboral y el
aumento de los salarios, que no ha cesado hasta nuestros días. El primer gran
logro de este ininterrumpido proceso fue el mover a la Asamblea de las Naciones
Unidas a aprobar en el año 1948 la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, en cuyo artículo 24 se proclama que “toda persona tiene derecho al descanso, al
disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del
trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”.
El ocio griego y romano podría calificarse de ocio aristocrático, por poder
disfrutarlo solo la élite o aristocracia social de aquellos pueblos, En cambio,
el ocio actual, del que disfrutan, en mayor o menor medida, todas las clases
sociales, y del que, cada día, van a poder disfrutar mayor número de personas y
durante mayor cantidad de tiempo, podría denominarse, por esta circunstancia, ocio social.
La política educativa respecto al tiempo libre debería
seguir y hacer realidad la política educativa de los pueblos originarios de
esta civilización o cultura, es decir, de
Grecia y Roma, cuya meta era conseguir de sus ciudadanos el recto y digno
empleo del “tiempo libre”, lo que los latinos denominaban “otium cum dignitate, y Juvenal expresaría en el conocido principio “mens
sana in corpore sano”, Este tiempo libre estaba destinado a desarrollar
todas las potencialidades humanas, tanto las capacidades de la mente, como las
del cuerpo y las del espíritu. Debería hacerse realidad lo que en su día ya
dijo B.Russel, “el último producto de la
civilización es hacernos capaces de emplear inteligentemente el tiempo”.
Si, como afirmaba Disraeli, “los
dos agentes de la civilización humana son la acumulación de bienes y la
acumulación de ocios”, hoy vamos camino de una nueva civilización a la que podría
calificarse de civilización o cultura del ocio, de un ocio, por supuesto,
digno, creativo, recreativo y autorrealizador. Ese ocio que ya está en nuestros
días masivamente posibilitando, por ejemplo, tiempo para el estudio y la
lectura, la visita de museos, el ejercicio de las distintas bellas artes, los
deportes, las excursiones, la realización de los hobbies personales, etc.
Es responsabilidad de la sociedad, a través,
principalmente, de la familia y la educación, el enseñar a las nuevas
generaciones a saber utilizar el tiempo libre de forma creativa y responsable,
pues, como sostenía Bertrand Russel: “el
sabio uso del ocio es un producto de la civilización y de la educación”.
Isaías
Díez del Río
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