sábado, 7 de octubre de 2017

EDUCAR PARA EL TIEMPO LIBRE



Comúnmente se entiende por ocio – como dice Google- “al tiempo libre que se dedica a actividades que no son ni trabajo ni tareas domésticas esenciales, y que pueden ser consideradas como recreativas”. Eso mismo, pero de forma más explícita nos lo dirá la definición de  González Seara en su obra “La muchedumbre solitaria: “ocio es toda actividad no obligatoria a la que uno se dedica después de haber cumplido sus deberes laborales, familiares y sociales”.

  El concepto de ocio ha variado en el transcurso de la historia- Hablar, por eso, de la dimensión histórica del ocio, es afirmar la evolución del concepto de ocio. No siempre, en efecto, el ocio ha sido igualmente valorado. Su concepto, como valor o desvalor, ha pasado por diferentes momentos históricos. Podría decirse que tanto en Grecia, como en Roma, en la Edad Media, en la Edad Moderna y Contemporánea, la valoración del ocio está en función del modo como se emplea.
  Para el griego la skholé, que significaba ocio en Grecia, por contraposición al trabajo (a-scholé), era el tiempo del que disponía la élite ciudadana, libre de ocupaciones o trabajos serviles, para dedicarse al desarrollo y la creatividad personal. Solo gozaban de esta privilegiada situación la alta sociedad de los pocos ciudadanos libres que, gracias precisamente a la estratificación social de aquella sociedad, hacían recaer el trabajo sobre la esclavitud.

  En Roma encontramos una nueva acepción y valoración del concepto de ocio. El romano no solo valora el otium/ocio, sino también el nec-otium, el trabajo. Aunque sea de distinto signo, el romano hace extensivo el ocio también al pueblo llano y a los esclavos. El de los ciudadanos libres, como entre los griegos, no era sinónimo de inactividad, sino tiempo dedicado a actividades libremente elegidas. Del ocio de las clases altas Seneca decía que “el ocio sin el estudio es la muerte y sepultura en vida del hombre (otium sine litteris mors est, et hominis vivi sepultura), el ocio de los esclavos, respondiendo a la motivación por la que les era otorgado, nos viene definido por aquello de “panem et circenses”.


  En la Edad Media siguió imperando el concepto romano, con la diferencia en esta época del nuevo rango social de las personas ociosas. Ahora no hay esclavos, pero sí una clase libre trabajadora que, a diferencia de la élite social, está obligada a trabajar para poder vivir. Su ocio, por eso, si lo tenía, era el que le permitía su trabajo. También en esta sociedad el disfrute, de por vida, del ocio fue privilegio de unos pocos favorecidos por la fortuna, aquellos que ostentaban la categoría social de nobles.
  Con la llegada de la Edad Moderna, bajo los postulados del valor ético y religioso asignado por el protestantismo y el nacimiento de la primera revolución industrial, el trabajo se revaloriza hasta el punto de empezar a considerarse el ocio un vicio. El proverbio de la época “all work and no play”, lo dice todo.


  En la Edad Contemporánea, con la segunda revolución industrial y el triunfo de la filosofía del capitalismo, se elevó a tal extremo la exigencia al trabajador de su tiempo de trabajo, que no pudo por menos de provocar en la masa trabajadora un movimiento reivindicativo, cada día más hostil y acrecido, cuya consecuencia fue la provocación de un proceso legislativo sobre la jornada laboral y el aumento de los salarios, que no ha cesado hasta nuestros días. El primer gran logro de este ininterrumpido proceso fue el mover a la Asamblea de las Naciones Unidas a aprobar en el año 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en cuyo artículo 24 se proclama que “toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”.


  El ocio griego y romano podría calificarse de ocio aristocrático, por poder disfrutarlo solo la élite o aristocracia social de aquellos pueblos, En cambio, el ocio actual, del que disfrutan, en mayor o menor medida, todas las clases sociales, y del que, cada día, van a poder disfrutar mayor número de personas y durante mayor cantidad de tiempo, podría denominarse, por esta circunstancia, ocio social.
  La política educativa respecto al tiempo libre debería seguir y hacer realidad la política educativa de los pueblos originarios de esta civilización o cultura, es decir, de  Grecia y Roma, cuya  meta  era  conseguir de sus ciudadanos el recto y digno empleo del “tiempo libre”, lo que los latinos denominaban “otium cum dignitate, y Juvenal expresaría en el conocido  principio “mens sana in corpore sano”, Este tiempo libre estaba destinado a desarrollar todas las potencialidades humanas, tanto las capacidades de la mente, como las del cuerpo y las del espíritu. Debería hacerse realidad lo que en su día ya dijo B.Russel, “el último producto de la civilización es hacernos capaces de emplear inteligentemente el tiempo”.


  Si, como afirmaba  Disraeli, “los dos agentes de la civilización humana son la acumulación de bienes y la acumulación de ocios”, hoy vamos camino de una nueva civilización a la que podría calificarse de civilización o cultura del ocio, de un ocio, por supuesto, digno, creativo, recreativo y autorrealizador. Ese ocio que ya está en nuestros días masivamente posibilitando, por ejemplo, tiempo para el estudio y la lectura, la visita de museos, el ejercicio de las distintas bellas artes, los deportes, las excursiones, la realización de los hobbies personales, etc.
  Es responsabilidad de la sociedad, a través, principalmente, de la familia y la educación, el enseñar a las nuevas generaciones a saber utilizar el tiempo libre de forma creativa y responsable, pues, como sostenía Bertrand Russel: “el sabio uso del ocio es un producto de la civilización y de la educación”.
                                                                     Isaías Díez del Río



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