martes, 17 de octubre de 2017

EDUCAR PARA LA CIUDADANÍA



A nadie se le oculta que el  tema de la ciudadanía está estrechamente relacionado con el de la convivencia. Eso quiere decir que sus respectivos contenidos se rozan, se implican, y mutuamente se refuerzan y completan.
En el concepto de ciudadanía se incluyen aquí los derechos y deberes inherentes, por su condición humana, a todo ciudadano, así como los  valores y cualidades que deben adornar al ciudadano, para posibilitar la paz y la armonía social en su grupo o comunidad de pertenencia. Sólo compartiendo y respetando los mismos derechos, deberes y valores, puede lograrse en una comunidad/colectividad una convivencia ciudadana pacífica y armoniosa.


El hombre nace, el ciudadano se hace. El hacer de un hombre un buen ciudadano ha sido siempre tarea de la educación y, también,  de la socialización. No basta impartir los valores ciudadanos en la familia y la escuela; es necesario también que la sociedad sea espejo donde los jóvenes puedan ver reflejados, a través de una acertada socialización, esos valores que en el hogar y la escuela les son inculcados.
La "juventud", en efecto, es por naturaleza el período vital en el que se desarrollan los procesos clave de la educación y de la socialización del individuo. Del éxito o fracaso en el desarrollo de estos dos procesos, dependerá la suerte y la cualificación del futuro ciudadano, así como la calidad de la convivencia ciudadana. De la cantidad y calidad de las adquisiciones cognitivas y éticas logradas en la etapa juvenil, dependerá el grado de cualificación humana alcanzado en la mayoría de edad o etapa adulta del ciudadano.


         En una cultura cívica, es decir, en una convivencia civilizada, entre los valores a resaltar siempre están los  valores democráticos. Entre los valores democráticos a destacar  están el de la libertad, frente a la intolerancia; el del respeto a las personas, frente a la desconsideración; el de la igualdad, frente a la desigualdad; el de la integración o inclusión, frente a la exclusión; el del diálogo, frente a la cerrazón y el conflicto; el de la tolerancia, frente a la intransigencia; el de la solidaridad, frente al desinterés y la  indiferencia. De todos ellos, los más fundamentales, es decir, aquellos que posibilitan el ejercicio de los demás, son el respeto y la tolerancia. Además de esos valores democráticos, entre las cualidades que deben adornar a un  ciudadano educado en la excelencia, son las de sociabilidad, afabilidad, cortesía, servicialidad y responsabilidad; es decir, todo ese conjunto de cualidades englobadas en el concepto social de convivencia civilizada, aquella que se distingue por los buenos modales de los  ciudadanos.



La escuela no solo debe enseñar a ser, sino también a saber vivir juntos o convivir. Por eso, la educación en ciudadanía, únicamente debe ser una formación en valores sociales compartidos, tanto a nivel universal de condición humana, como a nivel de identidad grupal. Hubo un tiempo que en el Estado Español se impartía la asignatura “Educación para la Ciudanía” (EpC), con el fin de alcanzar esos objetivos. En el Decreto oficial por el que se implantaba esta materia (2006) se dice textualmente: "la Educación para la Ciudadanía tiene como objetivo favorecer el desarrollo de personas libres e integras a través de la consolidación de la autoestima, la dignidad personal, la libertad y la responsabilidad y la formación de futuros ciudadanos con criterio propio, respetuosos, participativos y solidarios, que conozcan sus derechos, asuman sus deberes y desarrollen hábitos cívicos para que puedan ejercer la ciudadanía de forma eficaz y responsable". Esto mismo, todavía con mucha más riqueza de matices, se dice en el Real Decreto 1513/2006 (BOE, 8/12/2006, p.43061).

Para la visión  utópica  -y, como tal, un tanto exagerada en sus valoraciones -, de los defensores de la mencionada asignatura, como, hasta cierto grado, es el caso de quien esto escribe, "la nueva asignatura... pone las bases de un futuro comportamiento cívico, democrático, patriótico de verdad, informado, responsable y participativo. Promueve el respeto y la ampliación de todos los derechos humanos y de toda minoría social; presenta el diálogo como única solución de los conflictos, la igualdad de géneros, la solidaridad sin fronteras, la paz en la justicia; combate la xenofobia y el racismo; describe objetivamente y ensalza la pluralidad política sin autoritarismos, así como la nacional, cultural y lingüística de los españoles; la laicidad del Estado y el valor de la religión, las reglas éticas entre partidos, el análisis científico de las ideologías y los deberes ecológicos; todo ello sin sectarismo ni dogmas doctrinales impuestos a los alumnos" [J. A. González Casanova, El País, 02/05/2007]. Por cuestiones controvertidas y susceptibles de posible adoctrinamiento políticoreligioso, esta materia fue legalmente sustituida  (2012) por otra parecida titulada “Educación Cívica y Constitucional” (ECC), pero que no llegó a implantarse.

Es de lamentar la supresión de esta asignatura, habida cuenta de la importancia de los objetivos que se proponía alcanzar para lograr la paz y la armonía social, de las que tan necesitada está nuestra sociedad. Este es un tema sobre el que han reflexionado y escrito no poco y bien la conocida Catedrática de Ética Adela Cortina , y el profesor y escritor José Antonio Marina, autor de un texto sobre la materia, muy  digno de estimación y aprecio.                                                            
Isaias Díez del Rio
 

sábado, 7 de octubre de 2017

EDUCAR PARA EL TIEMPO LIBRE



Comúnmente se entiende por ocio – como dice Google- “al tiempo libre que se dedica a actividades que no son ni trabajo ni tareas domésticas esenciales, y que pueden ser consideradas como recreativas”. Eso mismo, pero de forma más explícita nos lo dirá la definición de  González Seara en su obra “La muchedumbre solitaria: “ocio es toda actividad no obligatoria a la que uno se dedica después de haber cumplido sus deberes laborales, familiares y sociales”.

  El concepto de ocio ha variado en el transcurso de la historia- Hablar, por eso, de la dimensión histórica del ocio, es afirmar la evolución del concepto de ocio. No siempre, en efecto, el ocio ha sido igualmente valorado. Su concepto, como valor o desvalor, ha pasado por diferentes momentos históricos. Podría decirse que tanto en Grecia, como en Roma, en la Edad Media, en la Edad Moderna y Contemporánea, la valoración del ocio está en función del modo como se emplea.
  Para el griego la skholé, que significaba ocio en Grecia, por contraposición al trabajo (a-scholé), era el tiempo del que disponía la élite ciudadana, libre de ocupaciones o trabajos serviles, para dedicarse al desarrollo y la creatividad personal. Solo gozaban de esta privilegiada situación la alta sociedad de los pocos ciudadanos libres que, gracias precisamente a la estratificación social de aquella sociedad, hacían recaer el trabajo sobre la esclavitud.

  En Roma encontramos una nueva acepción y valoración del concepto de ocio. El romano no solo valora el otium/ocio, sino también el nec-otium, el trabajo. Aunque sea de distinto signo, el romano hace extensivo el ocio también al pueblo llano y a los esclavos. El de los ciudadanos libres, como entre los griegos, no era sinónimo de inactividad, sino tiempo dedicado a actividades libremente elegidas. Del ocio de las clases altas Seneca decía que “el ocio sin el estudio es la muerte y sepultura en vida del hombre (otium sine litteris mors est, et hominis vivi sepultura), el ocio de los esclavos, respondiendo a la motivación por la que les era otorgado, nos viene definido por aquello de “panem et circenses”.


  En la Edad Media siguió imperando el concepto romano, con la diferencia en esta época del nuevo rango social de las personas ociosas. Ahora no hay esclavos, pero sí una clase libre trabajadora que, a diferencia de la élite social, está obligada a trabajar para poder vivir. Su ocio, por eso, si lo tenía, era el que le permitía su trabajo. También en esta sociedad el disfrute, de por vida, del ocio fue privilegio de unos pocos favorecidos por la fortuna, aquellos que ostentaban la categoría social de nobles.
  Con la llegada de la Edad Moderna, bajo los postulados del valor ético y religioso asignado por el protestantismo y el nacimiento de la primera revolución industrial, el trabajo se revaloriza hasta el punto de empezar a considerarse el ocio un vicio. El proverbio de la época “all work and no play”, lo dice todo.


  En la Edad Contemporánea, con la segunda revolución industrial y el triunfo de la filosofía del capitalismo, se elevó a tal extremo la exigencia al trabajador de su tiempo de trabajo, que no pudo por menos de provocar en la masa trabajadora un movimiento reivindicativo, cada día más hostil y acrecido, cuya consecuencia fue la provocación de un proceso legislativo sobre la jornada laboral y el aumento de los salarios, que no ha cesado hasta nuestros días. El primer gran logro de este ininterrumpido proceso fue el mover a la Asamblea de las Naciones Unidas a aprobar en el año 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en cuyo artículo 24 se proclama que “toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”.


  El ocio griego y romano podría calificarse de ocio aristocrático, por poder disfrutarlo solo la élite o aristocracia social de aquellos pueblos, En cambio, el ocio actual, del que disfrutan, en mayor o menor medida, todas las clases sociales, y del que, cada día, van a poder disfrutar mayor número de personas y durante mayor cantidad de tiempo, podría denominarse, por esta circunstancia, ocio social.
  La política educativa respecto al tiempo libre debería seguir y hacer realidad la política educativa de los pueblos originarios de esta civilización o cultura, es decir, de  Grecia y Roma, cuya  meta  era  conseguir de sus ciudadanos el recto y digno empleo del “tiempo libre”, lo que los latinos denominaban “otium cum dignitate, y Juvenal expresaría en el conocido  principio “mens sana in corpore sano”, Este tiempo libre estaba destinado a desarrollar todas las potencialidades humanas, tanto las capacidades de la mente, como las del cuerpo y las del espíritu. Debería hacerse realidad lo que en su día ya dijo B.Russel, “el último producto de la civilización es hacernos capaces de emplear inteligentemente el tiempo”.


  Si, como afirmaba  Disraeli, “los dos agentes de la civilización humana son la acumulación de bienes y la acumulación de ocios”, hoy vamos camino de una nueva civilización a la que podría calificarse de civilización o cultura del ocio, de un ocio, por supuesto, digno, creativo, recreativo y autorrealizador. Ese ocio que ya está en nuestros días masivamente posibilitando, por ejemplo, tiempo para el estudio y la lectura, la visita de museos, el ejercicio de las distintas bellas artes, los deportes, las excursiones, la realización de los hobbies personales, etc.
  Es responsabilidad de la sociedad, a través, principalmente, de la familia y la educación, el enseñar a las nuevas generaciones a saber utilizar el tiempo libre de forma creativa y responsable, pues, como sostenía Bertrand Russel: “el sabio uso del ocio es un producto de la civilización y de la educación”.
                                                                     Isaías Díez del Río