Los Colegios Mayores
Universitarios son, nunca mejor dicho, «toda una institución»
dentro del panorama universitario español. Desde su nacimiento -siglo xiv- hasta el término de su apogeo
-finales del xvii-, fueron la institución universitaria
ligada a la Universidad socialmente más prestigiosa, significativa y relevante.
Desde el siglo
xvii, sin embargo, comenzaron un
continuo declinar que, con raras excepciones y tras muchos avalares, no cesó
hasta la contienda civil de 1936. Al término de ésta volvieron a
resurgir con fuerza (1943), iniciando una nueva andadura, en un rápido
proceso siempre ascendente,
hasta que la trayectoria se interrumpió, definitivamente, durante el conocido
Período de la Transición, proceso histórico éste del que, como es de todos
sabido, salieron radicalmente cambiados todos los órdenes de la
realidad española, incluida la realidad de los Colegios Mayores. ¿Cuál es la
realidad de estas Instituciones en la actualidad? A despejar este interrogante
quieren contribuir, en la medida de lo posible, las reflexiones que siguen.
I. el colegio mayor y la universidad
Un Colegio Mayor no es, ciertamente, en su
configuración
actual, un
«College» inglés, lugar donde, al mismo tiempo que se vive, se enseña y se
imparten oficialmente grados académicos. No es tampoco -en su ideario, al menos-
una mera Residencia Universitaria. Es una «realidad intermedia» entre
College y Residencia. Este «ser- algo-intermedio», impreciso y vago -sobre todo
en y a partir de la LRU de 1983-, que es lo que debe conferir a la Institución
su particular
idiosincrasia o identidad, es, al mismo tiempo, lo que le crea -precisamente por
esa su imprecisión- una situación proclive a suscitar constantemente el
problema de su identidad. Pues toda su problemática se deriva y reduce a
no tener una identidad de contornos nítidamente definidos en los últimos
pronunciamientos legislativos. Porque ¿cuál es la propia
identidad de esta Institución universitaria, sobre todo a partir de la LRU?
A juzgar por la legislación vigente, que los define como Órganos
integrados en el Órgano superior de la Universidad, es lógico pensar que la
propia identidad de los Colegios Mayores debe dimanar de y definirse en razón
de la identidad de la propia Universidad; es decir, es razonable pensar que los objetivos concretos de
los Colegios Mayores deben estar englobados
e integrados en los objetivos asignados por la sociedad a la misma
Universidad. Pero ¿cuáles son los objetivos
que, según la legislación pertinente, directa y cumplidamente aborda o debe abordar la Universidad, y
cuáles otros los que deben ser directamente acometidos, como objetivos
específicos suyos, por los Colegios
Mayores?
Dejando aparte, para abordar más adelante, la suscitada
problemática
sobre la misión u objetivos a alcanzar, vamos a intentar señalar brevemente
aquí la importancia que los Colegios Mayores tienen y debieran tener para la
Universidad y, consiguientemente, también para la sociedad. Y lo vamos a hacer
teniendo por punto de referencia lo que está pasando en el extranjero con las
Residencias Universitarias desde mediados del siglo pasado.
Considerando a los Colegios Mayores en su más mínima expresión de
residencias universitarias -que, aun en la peor de las apreciaciones, son algo
más, como luego se tratará de justificar-, por necesidad la Universidad española
habrá de reconocerles las mismas virtualidades formativas que las Universidades
extranjeras asignan y reconocen a sus residencias de estudiantes. Pues
bien, en una época no muy lejana (década de los 70), por circunstancias
políticas a nivel nacional de todos conocidas, a los Colegios Mayores no les
fue reconocido ni ese mínimo grado de potencialidad y capacitación formativa. Y, desde
entonces, ya no han vuelto a recuperar, en este sentido, su prestigio, ni a
estar, por distintas motivaciones, justamente valorados por nuestra Universidad ni
por la sociedad.
Este poco aprecio o desvaloración de los Colegios Mayores por parte de la
Universidad española contrasta, por cierto, con el aprecio que las
Universidades extranjeras tienen de sus Residencias Universitarias. Las
Universidades europeas han estado dando, precisamente a partir de la década de los
años 70, una importancia singular a sus residencias para estudiantes. En
Alemania, por ejemplo, donde antes de la Segunda Guerra Mundial las residencias
universitarias apenas tenían significación
alguna, «en el período de la postguerra las residencias para estudiantes
alcanzaron tal grado de estructuración que han pasado a ocupar un lugar
destacado en la vida de la Universidad». En Inglaterra, por citar otro
ejemplo, también a partir de esa misma época, «simultáneamente a la ampliación
de las universidades,
se desarrolla un extenso programa para la construcción de residencias
estudiantiles, «halls of residence», a las que se concede una importancia
excepcional».
¿Cuáles han sido las causas que han motivado el
aprecio y estimulado
el desarrollo de las residencias de estudiantes en las Universidades europeas
a partir de la Segunda Guerra Mundial? Paulhans Peters, autor de las
referencias precedentes y de otras que vendrán a continuación (cfr. Residencias
colectivas, Gustavo gili, Barcelona
1973), nos ofrece
las siguientes causas: «En primer lugar, la creciente dificultad que los
estudiantes tienen para encontrar dónde vivir, al ser tan reducidas las
viviendas sociales de nueva construcción que no permiten el alquiler de
habitaciones. En segundo lugar, el notable crecimiento de la población
estudiantil. No obstante, los motivos básicos del aumento de las
residencias estudiantiles deben buscarse dentro de otras
consideraciones. Muchos de los estudiantes, especialmente los más jóvenes, encuentran
particularmente duro el medio de vida en
que se desenvuelven. Su ambiente y compañía actuales, sobre todo hacia el término de los estudios y posteriormente, ya no son como los de la época escolar en
casa. Además, ni la Universidad ni
los estudios científicos les harán sentirse en su hogar. En tal situación
muchos tratan de recrear éste en una nueva vivienda. Las residencias estudiantiles ofrecen a los
estudiantes adecuadas posibilidades
para un especial y personal desenvolvimiento que logran en contacto con estudiantes de su mismo nivel o de un nivel superior. La conformación de los pequeños grupos
con idénticos intereses, organizados
libre y espontáneamente, ofrecen una apetecible compensación a las condiciones
de trabajo frecuentemente difíciles
e insuficientes en las actuales universidades masificadas. Estos hogares ejercen también una poderosa atracción al
dar ocasión de desarrollo de una vida en continuidad académica abierta a todos
los experimentos».
Esa concienciación que las Universidades europeas han tenido y siguen teniendo de
la necesidad e importancia de las residencias universitarias, ya la tuvo nuestro
maestro Ramón y Cajal a finales del siglo xix con respecto a la Universidad española. En el año 1894,
a su regreso de un viaje científico a Londres,
Oxford y Cambridge, escribió en sus Memorias: «Impresionóme
también penosamente el ver a nuestros estudiantes aislados, sin espíritu
corporativo, desperdigados en ruines, insalubres y sórdidas casas de
huéspedes, y entregados a una libertad muy parecida al abandono; y a
los profesores mismos,
encastillados en sus cátedras como lechuzas en campanario, desconociéndose
entre sí y ajenos por completo a los nobles anhelos de una colaboración orgánica,
como si no formaran parte de un mismo cuerpo ni conspiraran al mismo fin».
¿Cuál sería hoy el juicio de nuestro universal histólogo al ver que uno, por
lo menos, de los motivos
de sus penas ha sido eliminado de la Universidad española gracias, en gran
parte, a los Colegios Mayores?
Las impugnaciones más frecuentes que desde la década de los 70 se han venido
haciendo a los Colegios Mayores son: su confort material y su deficiente labor
formativa. Por lo que respecta al confort material, puede afirmarse
-teniendo también aquí a Europa como punto de referencia- que nuestros
Colegios Mayores se mueven, en cuanto a confort, en la «línea europea» de
las Residencias Universitarias; es más, en general, actualmente la mayoría de
ellos están
por debajo del nivel europeo en lujo y comodidad . «El tipo de residencia para
estudiantes en Europa -vuelvo a citar a P. Peters- ha evolucionado hoy
desde el "hogar juvenil perfeccionado", hasta una Art Boarding-Haus y
se aproxima, en lo que a confort y acondicionamiento se refiere, cada vez más
al hotel». La queja, por eso, sobre el confort ha desaparecido completamente en la
actualidad, pues dado
el nivel de desarrollo alcanzado por la sociedad española, el confort de los
Colegios Mayores ha quedado incluso por debajo de la demanda de esta sociedad y de
lo que hoy se estila por Europa y, en general, en el mundo
desarrollado occidental. Hoy, de haber quejas en este sentido, es
precisamente por lo contrario, por la falta en muchos de ellos de ciertas
comodidades elementales, que hoy se consideran ya imprescindibles para una
residencia digna.
La acusación más corriente y razonable, y el lamento también
de las
propias Direcciones de ayer y de hoy, es la ineficacia de los Colegios Mayores en su
función formativo-educativa, a juzgar por los resultados obtenidos de los
proyectos educativos diseñados para ellos por la Ley. Advirtiendo, nuevamente, que
los Colegios Mayores, a pesar de todas sus deficiencias, son algo más que lo
que hasta la
fecha han venido llamándose residencias universitarias, pensamos que lo menos que
debe reconocérseles es la misma eficacia formativa
que las Universidades extranjeras reconocen a sus residencias universitarias.
Pues bien, al hablar sobre los «objetivos de las residencias para estudiantes dentro de la Universidad inglesa», el
tantas veces citado P. Peters dice textualmente: «La residencia universitaria
posibilita 1a formación de grupos pequeños aglutinados alrededor de unas
mismas ideas e intereses. El hecho de que
estas viviendas agrupen a estudiantes
procedentes de facultades diversas, condiciona que muchas y distintas
opiniones circulen libremente dando pie a polémicas y debates. Esta forma
desembarazada y no reglamentada de formación
y educación que la residencia universitaria ofrece, al margen de los auditorios y laboratorios, llena el
vacío que el estudio de las ciencias técnicas, sometidas a un constante y
progresivo avance, dejan sentir respecto de conocimientos culturales e
ideológicos. El libre intercambio de ideas, experiencias y conocimientos,
facilita a los estudiantes la ampliación y
revisión crítica de su postura individual. El estudiante no sólo
perfecciona sus conocimientos especiales,
también se ve en la tesitura de tomar parte frente a puntos de vista
generales. Con ello, la residencia para estudiantes asume una parte importante de la formación básica
absolutamente necesaria para una
educación integral. Los "Halls of residence" evitan el progresivo funcionalismo y especialización de los
estudios técnicos, que amenaza
extenderse a otras disciplinas, combatiendo un utilitarismo a todas luces
nefasto. Queda, pues, de manifiesto la importancia de las residencias estudiantiles en las universidades. La
"residencial university",
con sus estrechas relaciones entre universidad y residencia para estudiantes y
sus amplias posibilidades de formación,
impide que las Facultades degeneren en Escuelas Técnicas aisladas y específicas.
La ampliación de los horizontes intelectuales de los
estudiantes -sigue la cita- no es el único
fin de las universidades británicas. Tratan también de influir sobre los
comportamientos sociales e imbuir a los estudiantes sentido de responsabilidad.
En Inglaterra se considera fundamental la autoeducación dirigida. De este modo
el estudiante podrá adquirir un carácter disciplinado, la virtud de la
cortesía, el respeto, la tolerancia y la adaptabilidad».
A
la vista del aprecio que las Universidades europeas tienen de sus residencias de estudiantes, así como del
reconocimiento que hacen de su eficacia educadora, no resulta fácil
comprender la poca importancia que dan a la institución de los Colegios
Mayores, así como el desinterés que manifiestan sobre su labor educadora los miembros de nuestra Comunidad Universitaria
española.
La causa de la falta de sintonía en la apreciación y
valoración de los
Colegios Mayores por parte de sus defensores y por parte de la institución
universitaria, es resultado, en gran medida, de posibles errores de
perspectiva: el comparar los Colegios Mayores actuales con los
tradicionales del pasado, cuando en realidad son dos instituciones muy
distintas; o el identificarlos con las Residencias Universitarias, que entre
nosotros son instituciones distintas. Los Colegios Mayores existentes en España
-desde su origen, siglo xiv, hasta
que la
creación y el desarrollo de la Universidad Pública asumió sus enseñanzas y
terminó por suplantarles casi en todas sus funciones-, al igual que sus
pares «colleges» ingleses, eran lugares donde generalmente se vivía, se enseñaba
y, en algún caso, hasta se llegaron a conferir grados académicos superiores. Los Colegios
Mayores actuales, sin embargo, no gozan de
aquella privilegiada situación jurídico-académica
pretérita, ni mucho menos, del prestigio y de la apreciación social que sus antepasados disfrutaron en aquella sociedad. El legislador moderno español, en un momento
histórico de ensoñaciones imperiales tras la guerra civil, empeñado en querer hacer resurgir, de algún modo, una gloriosa
institución universitaria del pasado, lo único que volvió a recrear fue un
nombre, vaciado de auténtica realidad sustantiva o, al menos, de aquella
realidad sustantiva que tuvo en algún tiempo pasado. Por eso, tan impropio e
injusto es hablar de los Colegios Mayores actuales, tomando como punto de referencia y comparación a sus homónimos del
pasado, como lo es comparándolos con
las llamadas, entre nosotros, Residencias Universitarias.
Con una visión ciertamente más
realista que ensoñadora, el legislador moderno inglés, al formular los
principios básicos por los que debía regirse la Universidad moderna inglesa, no
consideró viables más que tres instituciones educativas universitarias básicas
y efectivas:
La Universidad (cátedra), el «College» tradicional (cátedra y hogar), y la
Residencia para estudiantes (hogar). En la reciente legislación educativa
española («Ley 1411970, de 4 de agosto, General de Educación y
Financiamiento de la Reforma Educativa», y posteriores Leyes de
Educación), en cambio, entre las instituciones educativas universitarias
se contemplan: la Universidad (cátedra), el Colegio Universitario (cátedra), la
Residencia universitaria (hogar) y el Colegio Mayor (hogar y ¿ ...
?).
Con vistas a una
mayor simplicidad, claridad y, consiguientemente, eficacia,
¿no sería oportuno y
conveniente definir a los Colegios Mayores como Residencias universitarias, en el
supuesto de exigir a éstas el ser órganos universitarios de residencia y
convivencia; o como auténticos Colegios Mayores, esto es, con algunas,
al menos, de las atribuciones
académicas que estas instituciones tuvieron, en algún momento y en algún sentido, en el pasado, siendo por ello órganos
universitarios de residencia, convivencia y docencia? Con cualquiera de las dos opciones apuntadas y/u otras posibles
se vencería probablemente el
problema de identidad de estas instituciones universitarias. Porque, posiblemente, la problemática
institucional de los Colegios Mayores
-en el supuesto de existir tal problemática, como luego veremos- en
relación con las Residencias Universitarias pudiera no ser otra cosa, en el fondo, que un simple problema de
nombre y definición, esto es, de
una clara asignación de competencias, fines y funciones a una y otra
Institución.
II.
naturaleza y fines del colegio mayor
Desde la Ley de 1970, a los Colegios Mayores se les define como «órganos de
formación y convivencia educativa, integrados en la Universidad». Como Órganos
de la Universidad, su identidad les adviene, obviamente, de los objetivos
que les asigna la Universidad. Es decir, les viene dada a través de la «complementariedad»
formativa, esto es, a través de una «cosa que se añade a otra cosa para
hacerla íntegra o perfecta». Con el término «complementariedad» se quiere
significar la aportación específica de los Colegios Mayores a la
formación-educación asignada por la sociedad a la Universidad y que ésta, de
algún modo, delega en y comparte con los Colegios Mayores. Esa contribución o
complementariedad viene especificada en los fines que les fueron asignados a
estos Centros por esa legislación, es decir,
a) Inculcar en los
colegiales el sentido comunitario de la convivencia en orden a su formación integral.
b) Formar a los colegiales en el espíritu de
responsabilidad, especialmente
a través del estudio y aprovechamiento académico profesional.
c) Proporcionar los
medios para una mejor y más lograda formación humana, cívica y
social, religiosa y ética.
d) Participar de una manera activa en la promoción e integración social del
universitario.
Con vistas a una
mayor simplicidad, claridad y, consiguientemente, eficacia,
¿no sería oportuno y
conveniente definir a los Colegios Mayores como Residencias universitarias, en el
supuesto de exigir a éstas el ser órganos universitarios de residencia y
convivencia; o como auténticos Colegios Mayores, esto es, con algunas,
al menos, de las atribuciones
académicas que estas instituciones tuvieron, en algún momento y en algún sentido, en el pasado, siendo por ello órganos
universitarios de residencia, convivencia y docencia? Con cualquiera de las dos opciones apuntadas y/u otras posibles
se vencería probablemente el
problema de identidad de estas instituciones universitarias. Porque, posiblemente, la problemática
institucional de los Colegios Mayores
-en el supuesto de existir tal problemática, como luego veremos- en
relación con las Residencias Universitarias pudiera no ser otra cosa, en el fondo, que un simple problema de
nombre y definición, esto es, de
una clara asignación de competencias, fines y funciones a una y otra
Institución.
II.
naturaleza y fines del colegio mayor
Desde la Ley de 1970, a los Colegios Mayores se les define como «órganos de
formación y convivencia educativa, integrados en la Universidad». Como Órganos
de la Universidad, su identidad les adviene, obviamente, de los objetivos
que les asigna la Universidad. Es decir, les viene dada a través de la «complementariedad»
formativa, esto es, a través de una «cosa que se añade a otra cosa
para hacerla íntegra o perfecta». Con el término «complementariedad» se quiere
significar la aportación específica de los Colegios Mayores a la
formación-educación asignada por la sociedad a la Universidad y que ésta, de
algún modo, delega en y comparte con los Colegios Mayores. Esa contribución o
complementariedad viene especificada en los fines que les fueron asignados a
estos Centros por esa legislación, es decir,
a) Inculcar en los colegiales el sentido comunitario de
la convivencia en orden a su formación integral.
b) Formar a los colegiales en el espíritu de
responsabilidad,
especialmente a través del estudio y aprovechamiento académico profesional.
especialmente a través del estudio y aprovechamiento académico profesional.
c)
Proporcionar los
medios para una mejor y más lograda formación humana, cívica y
social, religiosa y ética.
d) Participar de una manera activa en la promoción e integración social del
universitario.
e) Procurar que arraigue sólidamente en los colegiales el espíritu de libertad y
disciplina, austeridad, amor al trabajo y servicio a la sociedad.
f) Facilitar a los colegiales una formación académica profesional complementaria
de los estudios específicos de la Universidad, así como impartir otras
enseñanzas de acuerdo con la legislación vigente.
g) Proporcionar a los colegiales alojamiento y ambiente adecuado para lograr el desarrollo pleno de su
personalidad.
h) Proporcionar
una orientación
que facilite la elección de la especialidad y el
ejercicio de la profesión.
i) Completar la formación
física y deportiva de los colegiales.
[Decreto 2780/1973, de 19 de octubre, por el que se
regulan los Colegios Mayores Universitarios, «BOE»,10-XI-1973.]
Dentro del conglomerado de fines de la Universidad, los fines concretos delegados por la Universidad y
expresamente asignados por esta Ley a los
Colegios Mayores son: inculcar en los colegiales sentido comunitario, sentido de responsabilidad, de estudio y de aprovechamiento; proporcionar medios adecuados para
conseguir una formación humana, cívica,
social, religiosa y ética; participar en la promoción social del estudiante,
fomentar el espíritu de libertad y disciplina, dar una formación complementaria,
proporcionar alojamiento y completar la formación físico-deportiva de los colegiales.
¿Se pueden pedir
más fines y más concreción? ¿Cabe más amplia y elevada misión?
Alguien, con toda razón, puede pensar que ese perfil de Colegio Mayor descrito en
esta Ley ni ha existido, ni existe, ni existirá nunca en la realidad. Y
eso, porque son tantos, tan variados y tan altos los fines al Colegio Mayor
asignados, que son imposibles de alcanzar en la realidad. Efectivamente, es una
meta, tal vez, inasequible, pero no deja de ser una «propuesta» como meta
deseable. Un perfil de Colegio Mayor tan ideal como el descrito no es posible
plasmar en la realidad.
Pero no hay que olvidar que en la existencia humana una cosa es el arquetipo o
ideal y otra la vida real. Sabido por todos es la enorme distancia que siempre media
entre el proyecto y la realización, entre el ideal marcado y la realidad
conseguida. El ideal nos marca siempre el horizonte, el lejano punto de
referencia hacia el que deben ir dirigidos nuestros pasos, cuando
caminamos en pos de un objetivo que alcanzar. Y todos sabemos por propia
experiencia que, como dice san Agustín, por muy lejos
que hayamos llegado en nuestro empeño, el ideal está siempre más allá. Y es
que ese horizonte
tiene que ser, por eso, lo suficientemente alto y lejano como para posibilitar y
conseguir mantener al viandante en tensión constante en el intento de
lograr acercar, un poco más cada día, la realidad al ideal. Unos, en su empeño, se
acercarán más que otros a la meta señalada. El lograr aproximarse más o menos
al punto de llegada, depende de muchas y muy diversas y variadas
circunstancias. En virtud, precisamente, de las circunstancias que le
afectan, cada Colegio debe confeccionar su propio proyecto de objetivos a
alcanzar dentro de
ese amplio paquete de objetivos que le asigna la ley, en razón de su carácter propio
y de sus posibilidades. Ordinariamente, el diseño de objetivos que cada Colegio
tiene por ideario alcanzar, es el que está reproducido en el proyecto
formativo que figura en los Estatutos del Colegio.
En realidad, en el
Decreto 2780/1973 se recoge y sintetiza toda la doctrina sobre los Colegios Mayores que venía elaborándose en la legislación
anterior. Pues con anterioridad a esta Ley, concretamente en un Decreto
de 21 de septiembre de 1942, ya se decía, en términos a tono con la
circunstancia de la ideología predominante en aquella época de fantasías
imperiales, que los Colegios Mayores «han de ser el órgano fundamental de la
Universidad que renace, donde se forja la personalidad íntegra del
estudiante, en su universal dimensión, natural y sobrenatural,
individual y social, intelectual, estética y física, completando así la
preparación científica encomendada a las Facultades y persiguiendo, en
definitiva, formar al alumno en esta compleja y desatendida
profesión: la profesión de hombre» (el subrayado en negrita es
nuestro). ¿Existe, acaso, una expresión más lúcida y grávida de sentido que la
que acabamos de subrayar, para definir la misión o cometido del Colegio
Mayor? A la Universidad se le asigna la función de la formación del
profesional; al Colegio Mayor se le encomienda la tarea de la formación del
hombre, del ciudadano.
En el texto citado, cuyo contenido se reafirma por la posterior Ley
de Ordenación
Universitaria de 29 de julio de 1943, ya se le señalan al Colegio Mayor
las áreas hacia las que debe dirigir la formación del estudiante universitario,
para que ésta sea una formación integral. Se habla de forjar la
personalidad del estudiante en su dimensión natural y sobrenatural,
individual y social, intelectual, estética y física. Esta «formación
integral» fue recogida y resaltada posterior- mente por el Decreto de 26 de octubre de 1956. Pero donde los
fines, que en el documento de 1942
meramente se enuncian, tendrán su más cumplida reformulación es en el Decreto
de 1973, en el que se explicita con mucha mayor amplitud las áreas o
dimensiones de la personalidad
en las que debe ser formado el universitario que reside en un Colegio
Mayor.
A pesar de todas sus deficiencias, es evidente que los actuales Colegios Mayores Universitarios comportan, además de la autoeducación humana que
en el extranjero se reconoce y asocia a las residencias universitarias, la
formación y educación que puede derivarse de los fines expresamente asignados
por la legislación española para ser conseguidos por estos centros. El citado
Decreto de 1973 -dicho sea de paso- viene a recoger, y hasta reproducir, los
contenidos formativos que a los Colegios Mayores venían adjudicándoles significativos ideólogos y
mentores de aquel Régimen; entre otros, Fernando Suárez. En su obra Teoría
del Colegio Mayor, este autor sostiene que los Colegios Mayores deben
formar a sus colegiales para ser hombres religiosos, hombres de irreprochable
moralidad, hombres de estudio, hombres cultos, hombres con conciencia
social, hombres políticos
y hombres deportivos.
Años antes, otro
conocido e ilustre pensador de aquel Régimen, Torcuato Fernández Miranda,
había escrito un memorable artículo en la revista Alcalá, titulado Inventemos
los Colegios Mayores, en el que «sentaba una serie de bases, planteaba una
serie de tesis y argumentaba una serie de pautas o directrices sobre cómo
debía funcionar un Colegio Mayor» para poder cumplir realmente sus objetivos, que no eran otros
que la formación integral del universitario, otorgando especial atención en esta
formación a su desarrollo cultural, humano y, por supuesto, moral. Ni que decir
tiene que, como reflejo de la circunstancia sociopolítica de aquel entonces,
la formación integral
que la Ley y estos pensadores definían como función principal de los Colegios
Mayores debería estar inspirada en los principios del Movimiento y la doctrina de
la Iglesia Católica.
En los objetivos asignados a los Colegios Mayores por el Decreto de 1973 quedan explícitamente especificados los
contenidos de esa
su «complementariedad» educativa respecto de la formación reservada para la
Universidad, que, en esencia, es lo que constituye su identidad. En este marco
educativo queda perfectamente definida la «misión» general de los Colegios
Mayores dentro de la Universidad. Misión general que luego cada Colegio
traducirá/concretizará en función de su ideario,
carácter propio o identidad, originándose así el pluralismo de Colegios
Mayores dentro de una básica común unidad. Pluralismo, que puede responder a la
diversidad cosmovisional del Titular; unidad, que define su común
identidad. La misión o cometido general de los Colegios Mayores, por tanto,
no se la inventan o confieren ellos, sino que les viene dada e impuesta desde
arriba por
la Ley o la Universidad, de la que son órganos dependientes. A ellos les queda la
tarea y el compromiso de traducir y concretizar esa misión en razón de las
circunstancias, de sus posibilidades y de su idiosincrasia particular. Como de
hecho, por lo general, así sucede. Porque, aparte y además de esos objetivos
comunes, cada Colegio Mayor puede tener, y de hecho muchos de ellos
tienen, unos objetivos específicos como especial misión añadida que cumplir.
El problema, por consiguiente, no reside en que al Colegio Mayor le falte misión definida, sino en disponer
de mayor o menor capacidad/incapacidad -derivadas de no pocos, diferentes y
complejos factores- para poder alcanzar, en su empeño, esos objetivos
educativos tan numerosos y elevados que le señala esta Ley, a los que hay que
añadir, quizás, otros que le marca su propia Institución.
III. ayer y hoy de la misión
del colegio mayor
En la década
de los 70, durante el conocido Período de la Transición, se desató -como todos
sabemos- una amplia y profunda crisis en todas las instituciones
españolas, entre las que sobresalió la crisis de la Universidad. La proyección
y conciencia de esa crisis no podía dejar de afectar también a la institución del
Colegio Mayor como institución del ámbito universitario. Con tal motivo, y por
aquellos días, se reflexionó no poco sobre el tema objeto de esta consideración por parte de
sus Directores; y, como fruto de aquellas reflexiones, se elaboraron no pocos y
valiosos documentos en torno a la «misión» de los Colegios Mayores.
Concretamente, en el documento elaborado en las I Jornadas sobre Colegios
Mayores, celebradas en Madrid en julio de 1978, titulado Funciones
educativa y formativa de los Colegios Mayores, se considera y
reafirma como «absolutamente válida la definición de Colegio Mayor
recogida en el artículo lº, párrafo 1º del Decreto 27/1973, de 19 de octubre».
En el mismo documento se recogen y asumen también como «perfectamente válidos y
vigentes» los fines que les asigna el citado Decreto.
Desde entonces hasta nuestros días, la vigencia de esos
objetivos nunca
ha sido objeto de cuestionamiento en ninguna de las Jornadas habidas hasta
ayer. Digo hasta ayer porque hoy, a la altura de 2002, parece volver a
resurgir aquella primitiva problemática sobre los fines o misión de los Colegios Mayores. ¿Será porque
los Colegios Mayores han vuelto a entrar,
de verdad, en una crisis, o, simplemente, se trata del olvido de la
«memoria» histórica o del rechazo a esa memoria? Evidentemente, no puede
negarse que ni la sociedad ni la Universidad
española actuales son las que eran cuando esta normativa sobre los Colegios
Mayores fue promulgada, ni tampoco la juventud de hoy es la juventud de aquel entonces. Esta nueva circunstancia
ya sugiere que lo que la situación hace hoy razonable e incluso reclama es revisar y adecuar la misión de
los Colegios Mayores en razón de la nueva sociedad, la nueva Universidad y los
nuevos valores de la juventud
actual. De esta revisión y adecuación pudiera surgir otro modelo, un
nuevo paradigma de Colegio Mayor más realista y más acorde con la
realidad o circunstancia actual.
En definitiva,
pensamos que si no se rechazan o dan por totalmente caducados los valores expresados
en el Decreto de 1973, no falta «misión» al Colegio Mayor. Lo que sí se precisa, tal vez con urgencia, es «actualizar» esa misión. Pero, sobre
todo, lo que más se echa de menos es lo que el P. Dionisio Aranzadi, en
encomiable y generoso trabajo (Misión del
Colegio Mayor), llama «sentido de misión»: ese «compromiso
emocional, de carácter personal» de los miembros del Colegio Mayor con los
valores de la institución, que, como
muy bien dice el citado autor, es lo que confiere a todos los implicados
en la institución «energía, entrega y entusiasmo» para llevar a cabo la misión del Colegio Mayor. Sería muy interesante saber por qué falta, en general, el sentido de
misión. Tal vez la explicación y
conocimiento de esta carencia podría aportarnos la clarificación de algunas,
al menos, de las actuales deficiencias formativas de los Colegios Mayores.
En el supuesto de que los fines, que en su día les fueron asignados a los Colegios Mayores por la autoridad competente, sigan vigentes -y mientras no se demuestre lo contrario hay que darlo por supuesto-, la actualización legal de aquéllos y/o el otorgamiento legal de otros debería venir del mismo legislador. No en vano en la legislación actual estos Centros siguen siendo considerados «Órganos dependientes de la Universidad», como en las legislaciones precedentes. Si esa adecuación a la circunstancia histórica actual no la realiza el legislador pertinente -y ningún indicio apunta en esta dirección-, puede hacerla, bien el colectivo de Colegios Mayores a nivel general, bien cada Colegio Mayor a nivel particular. En el primer supuesto, pueden consensuarse unos fines comunes a compartir y lograr por todos los Colegios Mayores, quedando para el Colegio particular el añadir a estos fines comunes sus fines específicos. En el segundo, esto es, en el caso de hacer la adaptación los propios Colegios Mayores, los fines ya vendrían adecuados en una sola y misma acción, no sólo a la realidad social de la circunstancia general actual, sino también a la propia circunstancia y a la peculiar realidad o identidad de cada Colegio Mayor. En la praxis, esto es lo que está sucediendo, con mayor o menor fortuna y acierto, a través de las revisiones del proyecto educativo que todos los años, al comienzo del curso académico, suelen realizar los Colegios.
En el supuesto de que los fines, que en su día les fueron asignados a los Colegios Mayores por la autoridad competente, sigan vigentes -y mientras no se demuestre lo contrario hay que darlo por supuesto-, la actualización legal de aquéllos y/o el otorgamiento legal de otros debería venir del mismo legislador. No en vano en la legislación actual estos Centros siguen siendo considerados «Órganos dependientes de la Universidad», como en las legislaciones precedentes. Si esa adecuación a la circunstancia histórica actual no la realiza el legislador pertinente -y ningún indicio apunta en esta dirección-, puede hacerla, bien el colectivo de Colegios Mayores a nivel general, bien cada Colegio Mayor a nivel particular. En el primer supuesto, pueden consensuarse unos fines comunes a compartir y lograr por todos los Colegios Mayores, quedando para el Colegio particular el añadir a estos fines comunes sus fines específicos. En el segundo, esto es, en el caso de hacer la adaptación los propios Colegios Mayores, los fines ya vendrían adecuados en una sola y misma acción, no sólo a la realidad social de la circunstancia general actual, sino también a la propia circunstancia y a la peculiar realidad o identidad de cada Colegio Mayor. En la praxis, esto es lo que está sucediendo, con mayor o menor fortuna y acierto, a través de las revisiones del proyecto educativo que todos los años, al comienzo del curso académico, suelen realizar los Colegios.
Por supuesto que, al
hablar aquí
de la adecuación de fines, nos estamos refiriendo a la revisión de los fines
asignados a los Colegios Mayores por el Decreto de 1973. Porque también
pudiera suceder
que se quiera prescindir en absoluto de estos fines -como que no existieran-
y arrancar de cero, con la elaboración y asignación de otros fines totalmente
diferentes a los de este Documento. En cualquier caso, lo que siempre habrá que salvaguardarse en esta posible «redefinición» de Colegio Mayor es la
posibilidad del pluralismo de
Centros dentro de una básica común unidad. A juzgar por la presentación del proyecto a estudiar y
debatir en las próximas Jornadas de
2003, este intento o propuesta de actualización de la misión del Colegio Mayor en marcha bien pudiera
ser el inicio de la revitalización y,
con ella, del esperado resurgir del Colegio Mayor.
Queremos pensar que
es este mismo proyecto educativo del Decreto de 1973 el que también implícitamente asumen tanto
la Ley Orgánica
de Reforma Universitaria (LRU), de 25 de agosto de 1983, como la Ley
Orgánica 6/2001, de 21 de diciembre, de Universidades (LOU), cuando en su «disposición adicional cuarta» (LRU) o
«disposición adicional quinta» (LOU)
establecen que «los Colegios Mayores
son centros universitarios que, integrados en la Universidad,
proporcionan residencia a los estudiantes y promueven la formación cultural y
científica de los que en ellos residen». Digo que quiero pensar -que en este
caso es lo mismo que creer (asentir a lo que
no se ve)- porque, de hecho, ninguna de las Leyes lo dicen expresamente. Es más, sobre el pronunciamiento
de que los Colegios Mayores son «centros universitarios integrados en la
Universidad», sobran
razones -que no viene al caso referir aquí- para pensar que esa integración no
lo es, desde luego, ni en el rango ni en la amplitud formativa que lo formuló la
legislación precedente, particularmente la Ley de 1973.
La falta de
explicitación
y concreción de objetivos en estas dos últimas Leyes parece querer decir que,
mientras no se establezcan para estos Centros nuevos fines para conocer y tener
clara su misión, los Colegios
Mayores tienen que seguir con la mirada puesta en la Ley de 1973. No solamente
no están claros en la legislación actual los
objetivos, es que ni siquiera se mencionan, pues sólo se habla en abstracto de
formación cultural y científica. Porque ¿en qué y cómo promueven los Colegios
Mayores la formación cultural y
científica de los residentes? Además, esos objetivos, de esa forma tan genérica formulados, los pueden perseguir y
persiguen muchas otras instituciones. Tampoco están diáfanas las implicaciones y consecuencias de esta
«integración en la Universidad». Y
todo por falta de puntualización y de referencias concretas. Porque ¿en qué consiste esta integración
y qué efectos o consecuencias
conlleva? Esta integración ¿es una mera dependencia jurídica de los Colegios de la Universidad? En este caso, ¿en qué se manifiesta esa dependencia y para qué sirve
o qué fines persigue?
Es obvio que este
privilegiado ámbito
de educación y formación, que teóricamente es residencia/hogar, y, por lo que
acabamos de señalar
y seguiremos señalando, muchas cosas, más mientras mantenga su actual
configuración y oferta educativa, seguirá siendo un ámbito de educación
privilegiado bajo la denominación de Colegio Mayor o de Residencia
Universitaria. El nombre es lo de menos. La cuestión esencial es responder en
la práctica, es decir, con hechos y realidades, a lo que en teoría una institución
de estas características formativas es y su razón de ser demanda, sea bajo el
nombre de Colegio
Mayor o de Residencia Universitaria. El problema, por eso, si existe, estará
en clarificar -en el supuesto de seguir existiendo ambas denominaciones- cuál de
ellas tiene y realiza estas capacidades formativas y cuál de ellas no.
IV. la convivencia: ámbito básico de formación del colegio mayor
Independientemente de la formación que puede reportar el estudio y las
actividades culturales, artísticas y deportivas que se desarrollan en el
Colegio Mayor, hablo aquí de educación privilegiada por la enorme carga
educativa que conlleva el mero hecho de vivir en comunidad, es decir,
de convivir. Así como hay serias y fundadas dudas sobre la eficacia
formativa del proyecto educativo de los Colegios Mayores, nunca podrá
dudarse de la educación y la autoeducación que dimanan de la vida en
comunidad. De ahí que consideremos a la convivencia como el principal vector de
la formación en el Colegio Mayor.
Recogiendo y perfilando lo que previamente ya ha sido aquí señalado, y
desarrollando el pensamiento que en el acto de clausura de un Colegio Mayor
inició, en cierta ocasión, el Rector de la Complutense, Rafael Puyol, no está
de más recordar algunos de los rasgos que distinguen la vida que se desarrolla
en un Colegio Mayor, frente a los que definen la vida universitaria que
se desarrolla normalmente
fuera de estos Centros. La vida de quien reside en un Colegio Mayor se
caracteriza por ser un convivir frente al mero vivir, pues se vive en una
comunidad que intenta prolongar/recrear el hogar familiar; un sentirse ser alguien
con personalidad activa y reconocida en una comunidad, frente al simple estar
y pasar desapercibido
en el anonimato de su ordinario entorno vital; un poder formarse integralmente,
mediante el enriquecimiento que conlleva el intercambio de ideas y experiencias
con otros estudiantes de distintas
geografías, especialidades y mentalidades, frente al mero informarse intelectualmente en el ámbito de la propia Facultad; un compartir afanes y proyectos en grupo o comunidad, que promueve la recta socialización e integración social, en
vez de vivir aisladamente el fragmento de la propia tarea particular; un crear
compañerismo y afianzar y
ejercitar amistades, al posibilitarle el encuentro del grupo afín en intereses e ideales, frente al
mero transitar superficialmente
por las relaciones personales, con el posible riesgo de desarraigo social.
Con esta
complementariedad educativa, que a modo de osmosis se adquiere en la
convivencia colegial, se pretende superar la mera erudición que se imparte en
las aulas, y escalar la sabiduría, que proporciona el roce diario de
la vida compartida. La ciencia, como es sabido, son
conocimientos que se imparten en las aulas y/o se adquieren en los libros; la sabiduría, en cambio, es humanidad que
sólo se adquiere a modo de osmosis en el roce y ejercicio cotidiano de la vida en
sociedad/comunidad. Siempre, naturalmente, que convivir sea la verificación de
lo que el término significa: vivir profundamente la relación con los demás,
participando y colaborando activamente en los empeños, las tareas y las
actividades comunes en un plano de amistad.
Toda la legislación sobre los
Colegios Mayores a partir de los años 40 (Decreto del 21 de septiembre de
1942) coincide en señalar que la misión principal del Colegio Mayor no es
instructiva, sino formativa. Formar en el «sentido de la convivencia»,
formar en «un espíritu
de responsabilidad personal y de entendimiento social de sus tareas y de su
futura dedicación profesional». Esta importancia de la convivencia como
factor educativo ya la percibió y recogió la «Ley General de
Educación», de 4 de agosto de 1970, que en el artículo 101 define
a los Colegios Mayores como «Órganos de formación y convivencia educativa,
integrados en la Universidad». No deja, por eso, de llamarnos poderosamente la
atención que la definición de los Colegios Mayores como «órganos de
convivencia educativa -factor formativo
al que aquí tanta importancia le estamos dando-,
otorgada por la Ley de Educación de 1970 y asumida y desarrollada en el Decreto de 1973, no haya sido
recogida ni por la LRU ni por la
LOU. ¿No será el momento de retomarla en la nueva revisión que se pretende
hacer de la misión de los Colegios Mayores y asignarle la importancia que merece?
Convivir es
cohabitar con los otros/diferentes en armonía. Convivir significa
estar habitualmente con otras personas que pueden pensar, creer y sentir
de distinta manera que uno piensa, cree y siente. Personas que tienden a actuar y a comportarse según
su propio carácter, sus propias creencias,
costumbres y leyes. La convivencia es
aceptar la diversidad y -a partir y a través del diálogo, la tolerancia y el respeto a los otros- vivir en armonía y
paz, y a ser posible, también en amistad con los otros/diferentes. Convivir es
vivir en «comunión» respetando las
diferencias. Convivir en un Colegio Mayor
es compartir un proyecto de vida. En cualquier comunidad de vida se presupone
la existencia de un grado mínimo de sentido compartido que proporciona la unión dentro de la diferencia y marca la
identidad o estilo de vida de los residentes.
El Colegio Mayor
promueve la creación
de una conciencia ético-social en el marco de la convivencia. La
significación, precisamente, y principal valor de la convivencia institucional
radica en que su alcance
formativo responde al conjunto de valores/actitudes que Adela Cortina,
entre otros estudiosos actuales de la sociedad, describe dentro del
concepto de «ciudadanía». El hombre no nace ciudadano, se hace ciudadano. Y un
hombre no se hace ciudadano en solitario; se hace en la «polis», en el grupo,
en convivencia con otros, que son sus iguales. La convivencia implica, por eso,
una serie de valores/actitudes
cívicos, entre los que los autores suelen destacar:
• el respeto, frente
al menosprecio o desprecio a las personas;
• la igualdad, frente
a la desigualdad;
• la integración,
frente a la exclusión;
• el diálogo, frente
a la conflictividad;
• la tolerancia,
frente a la intransigencia;
Entre los beneficios, que de este encuentro y diálogo amistoso entre la
diferencia/variedad de seres y de saberes pueden originarse, cabrían citarse,
aparte de los muchos ya apuntados:
* El enriquecimiento y ampliación del propio pensa miento, saliendo del fragmento
cognitivo de la propia especialización y adquiriendo una
visión de totalidad de la realidad
y de la vida.
* La posibilidad de confrontar opiniones y compartir conocimientos, emociones e inquietudes, así como
nuevas experiencias que, a la par
que ofrecen una visión más comprehensiva
y comprensiva de
la realidad y de la vida, enriquecen y
forman
al individuo como persona. «Sólo viviendo en la colectividad
-dijo ya Marx- consigue el hombre perfeccionar
sus disposiciones en todas las
direcciones».
*La apertura, junto con el respeto y la valoración de las
ideas, las realidades y los valores de los
otros, que facilita la ampliación y revisión del propio criterio
individual.
* La consecución de criterios más amplios y objetivos para poder juzgar la realidad propia y
ajena con mayor acierto y ecuanimidad.
* El enriquecimiento, desarrollo y afianzamiento de la propia identidad, al verse confrontada con las identidades de los demás. La identidad se ejerce,
se desarrolla y potencia en la medida en que se afirma en la diferencia, en la medida en que se reconoce la alteridad, los otros.
* La adquisición de la virtud de la disciplina, de la cortesía,
del respeto y de la sociabilidad,
así como el acrecentamiento del espíritu de
tolerancia y de solidaridad, etc., superando el individualismo narcisista e insolidario, tan
predominante en la sociedad actual.
* El hallazgo del ámbito propicio para el nacimiento, el ejercicio y el desarrollo de la amistad.
* El poder descubrir día a día la esencia de la condición humana: «ser-con-los-demás», que diría
Heidegger, que impulsará al colegial a desarrollar y vivir los
valores de la ciudadanía o "cultura cívica".
* En la convivencia, en fin, «se aprende
la tolerancia de las diferencias, la capacidad de superar
los conflictos y las tendencias, la colaboración entre
personas diferentes, la acción organizada, la disciplina
comunitaria, la fidelidad a la palabra y a los compromisos» (J.
Comblin).
Hablando de la «convivencia» en el Colegio Mayor como factor formativo, el P.
Pedro Ferrer Pi ya escribió en la década de los 60 que nadie mejor que el
Colegio Mayor para «formar en el sentido de la convivencia, que no es el de
la mera coexistencia pacífica, como puede ser la de los estudiantes en una
"Residencia"; convivencia que supone una simbiosis, una
coparticipación de experiencias, impresiones, inquietudes. El solo
hecho de convivir auténticamente durante un curso jóvenes
universitarios de distintas carreras, distintas regiones, y aun naciones, los
cuales discuten en voz alta toda suerte de problemas, supone un despertar
continuo a nuevas experiencias, una adivinación de ese futuro que la juventud
vagamente intuye. Y cuanto más universal es ese trasiego de ideas, cuanto menos
estanquismo
y menos grupos dentro de la comunidad universitaria, mayor será el beneficio de
todos. Con razón, pues, el legislador centra como la primera finalidad del
Colegio Mayor la de la convivencia, lograda en el ejercicio continuo de una
vida auténticamente comunitaria».
Dentro del marco de
la convivencia quiero resaltar especialmente el valor de la amistad. La identidad, el «sí mismo» es
esencialmente
un producto relacional. El hombre se descubre como «ser-con- los-demás», que diría
Heidegger, antes que reconocerse como individuo aislado. Es decir, somos
relación y crecemos en la intersubjetividad. La identidad, al descubrirse y
desarrollarse en las relaciones interpersonales, viene a ser el resultado del reconocimiento mutuo entre el individuo y los otros, o comunidad a la que
pertenece. Si la identidad le adviene al
individuo por el diálogo y la relación-con-los-demás, parece
lógico pensar que cuantas más, más variadas y profundas sean las relaciones
entre los integrantes de un grupo, tanto mayor y más desarrollada y enriquecida
debe de estar la conciencia ética y social de los miembros de esa comunidad. El
convivir en una comunidad
pequeña, como es un Colegio Mayor, donde los individuos se sienten vinculados a
proyectos y actos comunes, alimenta la esperanza de que, al verse
acrecidas la intensidad y la calidad de la interrelación humana, se acreciente
también entre los miembros de esa comunidad el nivel y la calidad de su
conciencia ética. Pues la identidad ética se configura «en el compromiso
respetuoso con los demás/diferentes» (M. Maceiras). Identidad o conciencia
ética ésta que
el colegial está llamado a proyectar en la Universidad y luego en la sociedad.
Pues bien, ya desde Aristóteles la forma básica de la relación institucional
(convivencia) entre seres humanos «diferentes» es la amistad. El profesor M.
Maceiras, en línea con este pensamiento aristotélico, afirma también que la
amistad es la «forma ética básica de la institución colegial, la que
convierte el hecho de vivir juntos en institución ética con caracteres
propios y específicos y, por tanto, con consecuencias durables para las personas».
Y es que, al convertirse en ejercicio y práctica institucional, se eleva la
relación amistosa a vínculo objetivo de todos para con todos. Por eso, como
acertadamente
dice en texto precedente Pedro Ferrer Pi, cuanto más generalizada sea la
intercomunicación colegial, cuantos menos grupos haya dentro de la
comunidad colegial, tanto mayor será el beneficio de la convivencia,
porque, de ese modo, se alargará más el radio de acción de la
interrelación amistosa.
Resaltamos la amistad dentro de la convivencia, porque la amistad es mucho más que respeto y tolerancia al
otro, al diferente. La amistad, que viene a ser -dice M. Maceiras- el substrato
estructural de
la convivencia, «implica el reconocimiento fundamental de la estima mutua del
«sí mismo» de cada uno por encima de toda diferencia empírica. A esto se
añade el desinterés en la relación que no espera nada más que su propia
perseverancia. Sólo la amistad promueve la solicitud mutua no manipuladora y
el afecto igualmente desposeído de otros fines. Ella es acuerdo básico
originado en la comunicación,
concordia no basada en la coincidencia de objetivos, de bienes, de opiniones o de situaciones, sino en una armonía fundamental a pesar de
las desigualdades y diferencias». Tras la profunda y bella reflexión que el autor hace sobre el tema,
concluye que:
• La amistad es la
estructura ética fundamental de un Colegio Mayor.
• Y ella es, a su
vez, la condición de una conciencia social legítimamente motivada. Lo cual
duplica, y también complica, la responsabilidad de la institución colegial («Identidad
moral y convivencia»).
Hay que reconocer
que pocos marcos institucionales hay más propicios para el surgimiento y
el ejercicio de la amistad que el ámbito del Colegio Mayor, donde, a pesar de
las diferencias de procedencia geográfica, de mentalidad, de estudios, de
carácter... de los colegiales, existen los vínculos que genera entre
sus residentes la convivencia
continuada en la comunidad colegial. Por eso, si la amistad es «el punto más alto
de perfección de las relaciones humanas» (Montaigne), elevar la «relación
amistosa» a norma institucionalizada
de convivencia colegial, es la mejor ejemplarización de la excelencia en la oferta educativa.
Elevar, por otra
parte, la relación
amistosa a vínculo objetivo de todos para con todos, y luchar por que esta
propuesta se haga realidad colegial, es también la mayor aspiración a que
puede llegar la oferta
educativa del Colegio Mayor. Pues la amistad es el valor más alto que se puede
compartir en una vida de comunidad. Porque ¿qué es la amistad? «La amistad -nos dirá P. Laín
Entralgo- es una relación genuinamente
interpersonal. En un acto personal, íntimamente vivido como propio, el amigo quiere el bien del amigo (benevolencia personalizada), habla bien de él, sin faltar, por
supuesto, a la verdad (beneficencia personalizada), procura efectivamente su
bien (beneficencia personalizada) y
le confía verbalmente algo sólo para él (benefidencia personalizada). Aunque tanto se abuse socialmente de los
términos «amistad» y «amigo», sólo en esto consiste la verdadera amistad, sólo así se es verdadero amigo» (El
problema de ser cristiano). Éstos son los cuatro momentos estructurales que
según Laín tienen que darse en una ética de la amistad. Estos cuatro
momentos son un verdadero programa para
construir relaciones interpersonales y
cívicas. Por eso, cultivar y vivir la amistad en un contexto comunitario
contribuirá en gran medida a que las personas nos humanicemos un poco más y a que nuestras relaciones
humanas y cívicas sean cada vez más
cordiales.
Sólo en una
comunidad social puede practicarse, a través de la convivencia, el aprendizaje
de la serie de virtudes que formuló Juan José Lope Burniol en la
ponencia que pronunció en las Jornadas de Barcelona (verano de 2001), a saber:
• El amor a la
libertad y al saber.
• El repudio de la
injusticia.
• La honradez
intelectual.
• La sencillez y la
consecuencia.
• La vocación de
universalidad.
• El espíritu
crítico.
• El respeto por la
obra ajena.
• Y la voluntad de
servicio a los demás.
Otro vector eminentemente formativo, también estrechamente asociado a la
convivencia, es el diálogo o encuentro personal del educador/Dirección
con el educando/Colegial. No vamos a insistir aquí sobre la eficacia educativa
que supone el contacto personal del educador (Dirección) con el educando
(Colegial). Y es evidente que este encuentro y contacto personal sólo es
posible en una residencia configurada al estilo de Colegio Mayor, es decir, en
aquella que exista convivencia
comunitaria y está especialmente dotada de una estructura propicia al estudio, a la participación y al encuentro. En
la mente del legislador es de tal importancia educativa el contacto personal entre la Dirección y los Colegiales, que en
el primer decreto orgánico sobre
Colegios Mayores universitarios (BOE de 14 de noviembre de 1956), en base a la consideración de este factor, se llega al detalle de reconocer como módulo ideal de
Colegio Mayor aquel cuya dimensión
no pasa de sesenta plazas, poniendo por tope máximo de posible oferta el límite de ciento veinte plazas.
Las razones de esa
limitación
son tan obvias, que no precisan de explicación. Ese limitado número de residentes
es el que el criterio pedagógico del legislador considera adecuado para que los
colegiales
puedan ser convenientemente atendidos en una acción educativa seria y eficaz,
ya que es un número que, debido a su tamaño reducido, posibilita el contacto real entre Dirección y
Colegiales. El encuentro, por supuesto, del
que aquí se habla es el diálogo educativo, aquel que está orientado a la promoción y consecución de los fines del Colegio y, en último término, a la formación
integral del colegial residente.
V. colegio mayor y
residencia universitaria
Educación
privilegiada, además, la de los Colegios Mayores porque, a los beneficios educativos
que conlleva la comunidad en sí, hay que añadir los que puede reportar un plan formativo especialmente diseñado en estos Centros, como ya ha sido
aquí indicado, para tal fin. Hay que
reconocer, sin embargo, que la tarea educativa, teóricamente diseñada en
y para los Colegios Mayores en la Ley y desarrollada por los Estatutos de cada
Colegio, en la práctica puede desarrollarse
también, como antes hemos indicado, en una Residencia Universitaria, una Residencia de Estudiantes u
otra Institución bajo cualquier otra denominación que asuma y realice los fines
de los Colegios Mayores. El problema
no es de forma o nombre, sino de estructuras y contenidos, o proyecto
formativo. Es decir, el problema es
contar con un proyecto educativo de formación integral -como en la
actualidad lo tienen en teoría los Colegios Mayores-, disponer de estructuras y de medios (espacios, instalaciones,
convivencia, actividades, programas formativos, personal directivo...)
adecuados para llevar a cabo ese proyecto
-como los Colegios Mayores los tienen-y, como resultado de todos estos
factores, conseguir los objetivos educativos
propuestos.
Puede haber Residencias Universitarias y/o Residencias de Estudiantes
-una de las últimas recreaciones
académico-resi denciales de la Universidad
española tras la transición de régimen político (pienso, por ejemplo, en alguna Residencia de
Estudiantes de reciente creación)- que, al tener la misma o parecida
configuración/conformación material y
compartir/asumir, al mismo tiempo, los mismos fines/funciones que tienen
asignados los Colegios Mayores, apenas se distinguen de éstos nada más que en
la denominación.
Esto puede ser, y/o de hecho es así. Además, la idea más generalizada en la
sociedad es que los llamados Colegios Mayores son Residencias Universitarias. La
única diferencia que la inmensa mayoría de la gente llega a apreciar entre unas y otras instituciones es la que se deriva del mayor o menor número y
calidad de los servicios que unos y otras prestan. Son muy pocas las personas
que saben distinguir y valorar entre un Colegio Mayor y una Residencia
Universitaria. Y es que la especificidad -es decir, aquello que distingue al
Colegio Mayor de una mera Residencia Universitaria- es desconocida hasta por los miembros de la misma
comunidad universitaria. Ni el alumnado ni el profesorado universitarios
perciben la función y misión específicas de
los Colegios Mayores. Podría afirmarse que sólo conocen la distinción entre una
y otra institución quienes han vivido y viven en un Colegio Mayor y las personas
que de alguna forma,
y por algún motivo, han entrado en relación con ellos.
La figura del Colegio Mayor, por otra parte, no parece contar, en
general, en la actualidad -en parte, sin duda muy importante, por sus mismas connotaciones históricas-, con el favor -y menos
el fervor-del
alto estamento universitario. Una prueba manifiesta de esa desafección/depreciación
es el hecho, día a día constatable, de que hoy la Universidad española no recurre
a la erección de nuevos Colegios Mayores -ni siquiera allí donde éstos ya
existen- para resolver el problema residencial de sus estudiantes. Actualmente
la Universidad española,
para proporcionar residencia a sus estudiantes -buscando tal vez la
homologación/imitación europea-, se está decantando por la Residencia
Universitaria estilo apartamento. El caso quizás más reciente es el que se está dando en la
Ciudad Universitaria de Madrid. Dentro de
su campus, en la única parcela disponible en la zona donde están ubicados los Colegios Mayores, se anuncia la inmediata construcción mancomunada por las
Universidades Complutense y Politécnica de Madrid de una «Residencia
Universitaria». Otra de las
denominaciones para estas «nuevas» y «originales» creaciones académicas postmodernas es «Residencial de
Estudiantes». No sólo no erigen las
Universidades nuevos Colegios Mayores, sino que en algún caso (Salamanca, por ejemplo) hasta se ha llegado a cambiar la denominación de Colegio Mayor por el de
Residencia Universitaria.
Evidentemente, esa configuración atomizada de apartamentos autónomos de la
mayoría de las nuevas residencias universitarias, en las que los residentes sólo
comparten algún servicio material en común, no favorece, ni siquiera da lugar a
la formación de una comunidad colegial, con la privación de los
consiguientes efectos educativos/formativos que de la convivencia en comunidad
se derivan
y aquí han sido señalados. Y es que la convivencia o vida en comunidad es, probablemente,
el elemento más sustantivo y definidor del Colegio Mayor. Porque la Universidad
posiblemente piensa y quiere -y desde luego puede, por los medios de que
dispone- asumir
y reservarse esa «complementariedad» educativa -derivada de las actividades
deportivas, artísticas y culturales- que hasta hoy han venido desarrollando los
propios Colegios Mayores como signo distintivo de su identidad. ¿Qué Universidad,
de hecho, no desarrolla en la actualidad magníficos ciclos de
conferencias, de seminarios y de mesas redondas sobre temas humanísticos,
científicos y de actualidad; qué Universidad no promueve y patrocina grupos
teatrales en las
distintas Facultades, no programa ciclos extraordinarios de música clásica y
moderna, no organiza certámenes de creación literaria, de fotografía, de
tunas, de corales, de pintura, etc., así como una infinidad de
competiciones deportivas abiertas a todos los estudiantes, incluidos, por
supuesto, los residentes en Colegios Mayores?
Si analizamos los pronunciamientos de ilustres catedráticos, surgidos a raíz de la
LOU, notaremos una clara orientación de los actuales responsables de la
Universidad española a retomar y asumir como misión de la Universidad
no sólo la formación del profesional, sino también la formación del
hombre. Es decir, se percibe una clara aspiración y llamada a la
recuperación y fusión por parte de la Universidad de aquella primitiva
dicotomía (1942) entre la formación del profesional y la formación del hombre,
reservada aquélla a la Universidad y ésta al Colegio Mayor. Así, por
ejemplo, el actual Rector de la Universidad Rey Juan Carlos, Pedro
González-Trevijano, entre la pluralidad de funciones que asigna a la
Universidad (función
de ciudadanía, función transformadora y promocional de la sociedad, función
socializadora e igualitaria...), subraya la función de la formación integral.
«La Universidad -dice literalmente- debe cumplir una función de enseñanza
integral, donde se asegure una formación completa del hombre .... al tiempo que se
transmitan unos ineludibles
referentes de índole moral o ética, imprescindibles en cualquier formación
que se pueda preciar de llevar aparejada tal denominación», «La Universidad
y el Nuevo Milenio», La tercera de ABC, martes 3/9/2002).
Es cierto que la
LOU sigue reproduciendo la disminuida definición
de Colegio Mayor de la LRU, es decir, la que se ciñe a describirlos
genéricamente como Centros integrados en la Universidad para promover la
formación cultural y científica de los que en ellos residen. Pero teniendo en
cuenta:
* Esa tendencia actual de la
Universidad a asumir la educación integral del universitario, así como su
previsible progresiva capacidad para poder llevarla a cabo.
* La incapacidad del Colegio
Mayor para proporcionar, a través de sus actividades, esa «formación cultural
y científica» -que le asignan las últimas Leyes- en un nivel de excelencia realmente
significativo.
* La ineludible misión formativa
del Colegio Mayor, referida evidentemente no tanto a la formación del
profesional como del hombre.
Teniendo todos esos factores en cuenta, parece razonable pensar que
los objetivos formativos que el Colegio Mayor debe perseguir a través de todas sus actuaciones y actividades, sean del
orden y naturaleza
que sean, deben orientarse a:
•
Formar
hombres libres y responsables, desarrollando su capacidad crítica frente a la manipulación de los productos de la cultura, de la ciencia y de la tecnología,
para que de ese modo puedan luego
proyectar, crítica y responsablemente, en su ámbito profesional y en la sociedad en general, los nuevos productos que la cultura, la ciencia y la
tecnología día a día vayan creando y
transmitiendo.
• Formar hombres
sobresalientes en humanización y ciudadanía (libertad,
igualdad, solidaridad, respeto, tolerancia...), promoviendo y fomentando la
convivencia; pues, como aquí se viene insistiendo, la mayor formación que en los
Colegios Mayores puede adquirirse en la actualidad es la que proviene de la vida de convivencia o comunidad.
Se da, además, la coincidencia de que los
valores englobados en la humanización y la cultura cívica están todos
asociados a la convivencia. Fomentar, por eso, la convivencia o vida de
comunidad colegial a través de sus
actividades es un objetivo fundamental del Colegio Mayor. Bien
entendido que las actividades sólo
cumplirán este objetivo en cuanto que y en el grado en que son participadas. De poco o de nada sirven
que existan o que estén programadas en el Centro si no son participadas de forma generalizada, al menos pasivamente, por los
colegiales. Por descontado se da
que la programación de todas las actuaciones
y actividades debe estar pensada, primordialmente, en función de la misión o fines del Colegio Mayor.
• Formar hombres
en posesión de los valores del Decreto de 1973 que, una vez hayan
sido revisados y reevaluados, hayan sido hallados o considerados merecedores de
ser de nuevo retomados,
debidamente actualizados.
Porque, contando con que los «servicios» que
integran la «complementariedad»
formativa de los Colegios Mayores llegue a asumirlos la Universidad;
suponiendo que la Universidad vuelva a arrogarse como misión propia suya
tanto la función de formar profesionales como
la de forjar hombres; admitiendo -porque es constatable en algunas Universidades- que las actividades culturales, artísticas y deportivas de alto rango y calidad
las están llevando a cabo en la actualidad la Universidad y otras
Instituciones... A pesar de todo eso, el Colegio Mayor siempre retendrá la
formación y auto-formación
derivadas de la convivencia o vida en comunidad.
Esta insistencia en la educación derivada de la convivencia o
vida en comunidad se avala, refuerza y acrecienta a la vista de los magros resultados obtenidos en la consecución
de ese conglomerado de valores asignados por
la ley a los Colegios Mayores y que éstos, teóricamente al menos, deben intentar transmitir a los colegiales. Porque
en este sentido tienen razón los que afirman que la misión asignada a los Colegios Mayores por el mencionado
Decreto de 1973 es una utopía.
Efectivamente, es una utopía que, como tal, señala el horizonte lejano hacia el que hay que caminar,
aunque sepamos de antemano que nunca llegaremos a tocar el final. Lo que
acontece, y es causa del desánimo, es
que la distancia entre la meta y la consecución, el desacuerdo entre la expectativa y la realidad es siempre mucho mayor que el esperado.
VI. LA EDUCACIÓN
EN VALORES: OFERTA Y DEMANDA
Que los Colegios Mayores tienen por misión formar, y formar en
valores, es evidente, pues es su única razón de ser. Es el factor clave que les define y
distingue, que les crea identidad y les diferencia de las Residencias.
Es lo único que les confiere legitimación legal y les dota de propia estructura
de plausibilidad. Que no se logra esa formación, al menos en el grado y
medida que las Direcciones lo desean, es un hecho no menos evidente. De ahí,
la sensación de fracaso. De ahí el fracaso quizás real. Por eso la queja
permanente.
Pero todas las circunstancias adversas, todas las pequeñas o grandes frustraciones,
suelen tener siempre su pequeña y socorrida justificación, que intenta
aminorarlas, buscándolas alguna ajena explicación. También la tiene, por
supuesto, en alguna medida, la posible desesperanza, que suele tentar
a las Direcciones, sensibles a la responsabilidad de su cometido, a
la vista de los módicos resultados formativos obtenidos tras, en algunos casos,
un gran esfuerzo humano y de medios desplegado. En primer lugar, hay que tener
en cuenta que la tarea de inculcar esos valores nunca ha sido una tarea fácil. En segundo lugar, no hay que olvidar que esa
dificultad hoy se agrava especialmente
por el individualismo imperante y por otros factores que afectan a la sociedad y a la juventud actuales, factores que
no se daban cuando se promulgó la Ley de 1973
sobre Colegios Mayores, a la que aquí nos referimos.
Es cierto que siempre y en cualquier circunstancia, para poder inculcar esos valores se requiere una específica y esmerada
programación, a la que debe acompañar un no menor esfuerzo y capacitación por parte del
transmisor. Pero, para que la siembra fructifique, es también imprescindible
encontrar una actitud receptiva por parte del destinatario. Porque, para
evaluar los logros y fracasos del Colegio en el campo de la formación
impartida, hay que contar también con la acogida y respuesta positivas de la
otra parte, es decir, la responsabilidad que le corresponde al colegial sobre el
que recae la acción
formadora. Pues en el asunto del que aquí se trata hay dos interlocutores
esenciales: el ofertante y el demandante, el emisor y el receptor, el
educador y el educando, el Colegio y el colegial. El Colegio Mayor conoce
perfectamente, al menos en teoría, la misión educadora que le corresponde
cumplir. En el peor de los casos, siempre tiene en su proyecto un conglomerado
de valores explícitamente ofertados al cliente en el momento de solicitar éste
plaza de residente
en el Colegio Mayor. ¿Cuántos colegiales, sin embargo, solicitan y entran hoy en el
Colegio Mayor con la intención sincera de adquirir o formarse en esos u otros
valores en los que el Colegio quiere y tiene por misión formar?
¿Cuántas familias envían hoy a sus hijos al Colegio Mayor para recibir una
educación en esos u otros valores? ¿No buscarán, más bien, una «residencia de
confianza», o simplemente una «residencia hotel», por encima de una
«residencia formadora»?
En definitiva, ¿qué fin o fines persigue hoy en el Colegio Mayor y, en
consecuencia, qué oferta específica de él espera el destinatario inmediato y
concreto de la oferta, el colegial residente? Y dentro ya del amplio marco
universitario, ¿qué Universidad -me refiero no a su Rector, sino al conjunto de
miembros que forman esta corporación académica- conoce la existencia de los
Colegios Mayores
y los servicios que éstos prestan a la comunidad universitaria? De las Universidades
que conocen su existencia y sus servicios, ¿a cuántas les interesa realmente, y
en qué grado, la institución del Colegio Mayor? En el supuesto de interesarles,
¿cuál de sus servicios más le interesa y aprecia: su función residencial, su
función formativa o ambas funciones por igual?
Sería
sumamente interesante conocer la respuesta a estos interrogantes por parte
de todos estos interlocutores. Su conocimiento llevaría a despejar muchas
incógnitas y ayudaría no poco a buscar las respuestas que la circunstancia y la
demanda realmente reclaman de los Colegios Mayores en la hora actual.
Del conocimiento de
esas respuestas podría, tal vez, salir también un cierto alivio
para la posible desesperanza de la oferta, permitiéndola acogerse al conocido
eslogan: «si no puedes lo que quieres, quiere lo que puedes». Porque
no es fácil lograr un objetivo, en teoría por dos interlocutores
compartido, si entre las partes no hay coincidencia de voluntades para
conseguirlo. Esta discordancia entre empeños teóricamente
compartidos explica ese fenómeno, tan conocido y comentado, de que no
pocos colegiales pasan hoy por el Colegio, pero el Colegio apenas
pasa por ellos.
Es evidente que la cuestión de la formación está estrechamente relacionada con el
tema de la participación del colegial en la acción formadora. Y el tema
de la participación de los colegiales en las actividades formativas del
Colegio, bien sean culturales, artísticas, deportivas o de otra índole, es
un problema en la actualidad contra el que es necesario luchar para
conseguirlo erradicar. Este problema viene ya de muy atrás, si es
que no ha existido siempre. Su mayor novedad quizás sea el que hoy
aparece bastante más acentuado que antes. Esta pasividad participativa que, en
general, se da entre toda la juventud actual, se aprecia todavía más entre los
jóvenes de estos Centros,
por darse en ellos circunstancias que fuera de ellos no se dan, o no en la
misma intensidad. Entre las razones que pueden aducirse para explicar el
fenómeno, pueden citarse:
• El individualismo narcisista que caracteriza al hombre actual, y mucho más al joven, como queda
constatado en el «Informe Jóvenes
99», de la Fundación Santa María, y en todas
las radiografías existentes sobre la juventud actual. El fenómeno viene definido por un
superindividualismo, desligado de
toda conciencia social o de grupo. Sabido es que lo individual se afianza y prospera siempre en
detrimento de lo común; es más, el
individualismo convierte en instrumento de sus fines a la comunidad. Pero las últimas hornadas de jóvenes no son insolidarias por iniciativa propia.
Estos jóvenes ponen en práctica lo
que la sociedad de la que vienen y la comunidad
que les acoge les enseñan/inculcan.
•
La acentuada tendencia entre la juventud actual a
valorar al microgrupo
o «grupo afín», frente al macrogrupo o comunidad global. Es
decir, el pequeño grupo que mejor responde a sus propios intereses, sobre
todo los de tipo afectivo. Fenómeno éste muy a tener en cuenta en sí y en relación
a la tendencia
de la Universidad española que, a imitación de la europea y de la
norteamericana, tiende a edificar no Colegios Mayores, sino Residencias
Universitarias, estructura residencial que no favorece la vida de comunidad.
• La competitividad existente en la sociedad actual, y más concretamente y como proyección de ella en la
propia Universidad, en la propia
Facultad y en el mismo Colegio Mayor (¡a
ver quién obtiene mejores calificaciones!). Esta realidad, junto a otros
factores que aquí se señalan, impulsa al colegial a ponerse como fin preferente y casi único de su
estancia en el Colegio Mayor el estudio de la carrera, pasando todo lo demás a muy segundo plano en su interés.
• El pragmatismo (carreras
prácticas y rápidas). Hoy el lema es hacer una carrera rentable y en el menor
tiempo posible, para
colocarse y empezar a ganar pronto dinero. Todo lo que no le lleve a este fin
no le merece al universitario interés ni estimación y, por tanto, pasa
sencillamente de ello, porque prestarle atención es para él perder el tiempo. La
raíz del constructo
competitividad + pragmatismo está en que, como certeramente dictaminó Josep
María Bricall, director del famoso informe «Universidad 2000», hoy la gente ya
no va a la
Universidad para aprender una disciplina y formarse, como antes, sino para
ejercer una profesión. Este cambio de perspectiva o fin implica un
cambio también en los medios a elegir, en el sentido de que sólo importan los
medios que más directa
y rápidamente conducen al ejercicio de una profesión. El objetivo primero
que se busca no es aprender y formarse, sino colocarse. El lema no es
salir de la Universidad bien formados, sino salir de la Universidad pronto y
colocados.
• La clase de
carreras que
suelen cursar los residentes en los Colegios Mayores. Casi todas son Técnicas o
relacionadas con el mundo de la
Economía y de la Empresa, las cuales, para
hacerlas pronto y bien, exigen bastante o mucho tiempo de dedicación al estudio. El poco tiempo libre del
que disponen dicen necesitarlo para
descansar y distraerse. Y descansar y
distraerse es todo menos participar en una tarea formativa. En los Colegios Mayores de algunas Universidades,
por ejemplo los de Madrid, no suele haber demanda
de plazas de carreras humanísticas, porque
éstas existen en todas las Universidades de las Autonomías y hasta en la misma
capital de la
propia Provincia. Hablamos de carreras humanísticas como contrapuestas a
las técnicas, porque al no ser, en general, tan difíciles como las técnicas,
procuran al colegial más tiempo disponible para el ocio formativo. Aunque
también tienen el inconveniente de que, en lugar de dedicarse el tiempo libre
al ocio cultural y formativo, y por tanto a la participación en las tareas comunes, se
dedique al ocio-diversión.
• Porque, en general,
entre la clientela de los Colegios Mayores abunda el hijo único. No es por selección de
la dirección, sino por imposición de las
circunstancias, ya que el hijo único es
el que hoy existe en la familia española. El hijo único, como se sabe, tiende a valorar, mucho más que el
de familia numerosa, la autonomía individual -vivir su vida-, en perjuicio y detrimento de la relación y participación en
la vida de grupo.
• La demanda de las
familias. El
objetivo fundamental que buscan las familias que llevan a sus hijos a residir
en un Colegio Mayor lo tienen y manifiestan claramente: estudiar. Quieren y buscan que su
hijo haga lo antes y lo mejor posible la carrera que va a cursar. Con ese
fin le traen al Colegio y hacen el correspondiente sacrificio económico. De
ahí que la máxima valoración del Colegio para la mayoría de ellos es el ambiente
de estudio. En segundo lugar, valoran los servicios, bien entendido que a éstos los valoran en razón del
primer objetivo, el del estudio. Quieren que
su hijo sólo tenga que preocuparse de estudiar. Los más pretenciosos en la
educación buscan también las
relaciones amistosas de su hijo, con vista a su enriquecimiento personal y,
sobre todo, a su futura vida
profesional. Los mismos deportes los consideran interesantes, en cuanto posibilitan el ejercicio físico
del hijo –que es muy conveniente en
esa edad-, pero no en razón de la formación
deportiva, puesto que no es éste el fin para el que traen a su hijo al Colegio. Es decir, los
deportes, como cualquier otra
actividad, los aprecian por lo que pueden contribuir al mayor rendimiento académico.
• El no buen ejemplo
de los veteranos, tanto de palabra como de obra. Éste es el factor
clave. El que encauza y dinamiza al resto de
factores en un sentido u otro, es decir, en sentido participativo o no participativo. Es evidente que si los
veteranos, desde los primeros días de ingreso de
los nuevos colegiales en el Colegio, les inculcasen de palabra, y sobre todo
de obra (con su
ejemplo), la participación y la vida de comunidad colegial, de seguro que las
nuevas generaciones seguirían el ejemplo.
• La misma estructura
material del edificio: en algunos Colegios también cuentan con este
factor desfavorable. Pues tanto la magnitud (número de colegiales) como la
configuración del
edificio (disposición de los espacios) influyen en la convivencia, en el
sentido de favorecer o dificultar más el anonimato y la relación del grupo
pequeño, que la relación con la comunidad global o conciencia colectiva.
• La dirección que en
la actualidad lleva la configuración del habitat o habitación/vivienda
del colegial. Existe
en la actualidad
la tendencia a tener el colegial en su habitación todo lo que necesita, sin
necesidad de tener que salir a buscarlo fuera: comedor (comida -nevera-), bar-cafetería
(bebidas,
cafetera), televisión, ordenador que le proporciona entretenimiento e
incluso compañía a través de Internet, etc. Es decir, se está dando la
tendencia a convertir la propia habitación en pequeño apartamento. Todo esto
favorece y refuerza la vida individual/aislada, en menoscabo de la vida
de comunidad.
• Las personas que
integran la Dirección no pueden, lógicamente, soslayar la responsabilidad en la existencia
de este fenómeno, puesto que son los
responsables de la marcha del Colegio
en todos los frentes y sentidos. En tanto contribuyen al fenómeno de la no
participación, en cuanto que, por la circunstancia que sea, no intentan o no son capaces de mover y concienciar
a los colegiales a participar en los actos formativos de la comunidad colegial.
Se consiga poco o mucho, por culpa o sin culpa de los Centros, en el ámbito de la formación en valores, lo que es
indudable es que la oferta, poca o mucha, de los Colegios Mayores debe
arrancar y estar definida,
como lo está la de la Universidad, por la excelencia. El principio rector
del Colegio Mayor debe ser el cultivar y ofrecer calidad en todos sus
productos y servicios: hoteleros, actividades, relaciones, educacionales. Dejando
aparte otras posibles proyecciones de la calidad, vamos a apuntar algunas de sus
manifestaciones relacionadas
con la vida colegial. Porque, frente a la «chabacane- ría»- tan manifiesta y éticamente tan denunciada hoy-
en el poder, sobre todo en el espacio o marco de los mass-media, el
Colegio Mayor debe
ofrecer la «excelencia» en ejercicio. Entre las revelaciones de la existencia o
falta de «excelencia» en la oferta en el ámbito de la convivencia podría
señalarse: la presencia o ausencia en el Colegio de un ambiente propicio para
el rendimiento en el «estudio», que es el fin y obligación fundamental del
colegial; la existencia o carencia de un buen clima de «convivencia», factor
clave para la formación y autoformación; la abundancia o escasez en la oferta
de «tareas formativas y participadas»; la intransigencia o permisividad con la vulgaridad o falta
de «educación» en la manera de ser y de obrar; la «universalidad» o miopía y
cortedad de miras en el modo de pensar; la «tolerancia» y el respeto o
la intolerancia y falta de respeto en la convivencia o vida de relación; la
«apertura» o el aislamiento en el correspondiente entorno social, etc. El residente en un Colegio Mayor ha de ser formado para ser un excelente
ciudadano en su manera de ser, de
obrar, de pensar y de sentir. Ésta es la razón de ser y de estar en estos Centros privilegiados.
Pero parece lógico pensar que, para poder ofertar el Centro «excelencia», es
requisito necesario previo el «poseerla», por aquello de que «nadie da lo que
no tiene». Una vez en posesión de la excelencia, hay que plasmarla en la
realidad, es decir, hay que convertirla en un proyecto de vida colegial que abarque
todos los ámbitos
de la convivencia, y exigir que la demanda responda a esa oferta, puesto que, por
otra parte, es una oferta que la demanda previamente ha conocido y libremente ha
elegido y aceptado.
Entre los muchos factores que imposibilitan la excelencia está la «endogamia».
Entiendo por endogamia cuando al cuerpo directivo de un Colegio Mayor le faltan
visiones certeras de la realidad o identidad de estos centros y de su
circunstancia. Sucede esto cuando se empieza por desconocer la legislación
pertinente, donde está definida la identidad de estas instituciones, así como
otras obras literarias, fruto muchas de ellas de la experiencia de sus autores
en estos Centros,
donde se describe la filosofía que debe informar y regir a estas Instituciones. Se
acentúa este autocomplaciente, pero enormemente empobrecedor, «aislamiento» o
«ensimismamiento», cuando se ignora la realidad de «los otros» Colegios Mayores,
privándose por ello
del diálogo y de la confrontación de la realidad propia con la ajena, para poder
sacar y tener «puntos de referencia» sobre los que poder proyectar y evaluar la
propia realidad.
Quienes piensan y obran «endogámicamente» no se dan cuenta de que un
Colegio Mayor es lo que es y tiene que ser, y no lo que ellos subjetivamente
se imaginan o piensan. Es más, no somos únicamente lo que somos y lo que
nosotros creemos que somos, sino también aquello que los demás creen que somos
o deberíamos ser. Nada
ni nadie, por otra parte, puede ser su propio espejo donde mirarse, para
poder corregir los posibles defectos, si de verdad quiere mejorar su situación
y entrar en una dinámica de continua superación. Moverse con tal
empobrecida y empobrecedora perspectiva es estar y actuar dentro del más
puro narcisismo, cuya proyección en la realidad es la dirección del
Colegio Mayor a impulsos de la pura subjetividad, subjetividad que siempre
viene condicionada por ser producto y reflejo de las anteriores vivencias o
biografías personales de sus directivos.
Nos estamos refiriendo a los responsables directos del Colegio Mayor, porque al hablar de la excelencia en la
oferta, no puede pasarse por alto la
idoneidad y calidad del «Equipo directivo». Es una obviedad afirmar
que el equipo directivo es el alma, el hontanar del que brota la vitalidad del
Colegio Mayor; y como tal, el motor que genera, impulsa y mantiene la
calidad de los servicios del Colegio. Hablo de «equipo» porque de
poco sirve, por ejemplo, el liderazgo de un director, si no le acompaña
un equipo adecuado de colaboradores que le secunde. ¿La eficacia o ineficacia
formadora, así como la existencia o inexistencia del «sentido de misión» en un
Colegio Mayor no tendrán
bastante que ver con la existencia o inexistencia de la idoneidad y calidad de
los miembros de su equipo directivo?
Para no alargarme más, en todo este asunto tan importante de la calidad o
excelencia, no puedo dejar de remitir al lector al amplio y excelente trabajo,
teórico y práctico, Análisis y estrategias para el siglo XXI, que sobre y para el colectivo
de Colegios Mayores realizó «Deusto Consultores», con el fin de ser objeto de
estudio y reflexión en las «XX y XXI Jornadas sobre Colegios Mayores» celebradas en Zaragoza (1997) y
Valladolid (1998), respectivamente, donde se abordan los principales
factores de calidad de un Colegio Mayor.
VII.
presente
y futuro del colegio mayor
Si el
desarrollo de la residencia universitaria española camina en la dirección aquí indicada, y
todos los indicios apuntan que caminará hacia
ese horizonte, ¿cuál será el futuro de los Colegios Mayores dentro de nuestra
Universidad? ¿Quedarán como restos arqueológicos -«los últimos de
Filipinas»-, bellas piezas de museo, que es lo mismo que decir de recuerdo; o,
respondiendo real y cabalmente a las expectativas que su nombre genera,
perseverarán y se mantendrán constantemente como centros residenciales y
educativos de especial
rango y, tal vez, también de singular estimación social, con o sin perspectiva
de regeneración y continuidad; o, sencillamente, instalados en la rutina, y
llevados por la comodidad, la falta de exigencia formativa por parte de la
demanda, y el entorno poco o nada estimulante de la Universidad para desempeñar
su misión, se avendrán y resignarán a quedar a nivel de y a llevar una vida
similar a la de
meras Residencias Universitarias? El panorama que arroja una somera prospectiva
de inclinaciones y tendencias en torno a esta cuestión no se decanta, desde luego, a favor de un
porvenir en bonanza, y menos, de esplendor.
Alguien (Jesús García Jiménez) cuya
antena captó hace tiempo esta situación de proceso decadente, en el sentido de decreciente apreciación
académica y social, escribió ya a
finales de los años 70 titulares en la prensa como la «muerte sigilosa de los Colegios Mayores». ¿Tendrá razón?
El declive y
progresivo deterioro que «de iure» y «de facto» han sufrido la misión y
la imagen de los Colegios Mayores en el ámbito oficial de la educación
universitaria, desde su misma restauración/refundación postbélica (1942) hasta
nuestros días, puede verse reflejado en la LRU (1983) y,
posteriormente, en la reciente LOU (2001). En estos dos últimos documentos
oficiales sólo se dice de forma genérica que los Colegios Mayores
son lugares residenciales donde se promueve la formación cultural y científica de
los residentes. Nada se dice ya en estas Leyes -como se decía en las
precedentes- de la obligatoriedad de las Universidades de tener
Colegios Mayores, nada
de la convivencia como medio de formación en estos centros, nada de la
formación integral de los residentes ... nada prácticamente de lo mucho
que al respecto se decía en la legislación precedente a la LRU. En realidad,
esta Ley marca una ruptura en la apreciación de los Colegios Mayores
por parte del legislador con relación a la legislación precedente, que no se ha
vuelto a soldar con
la LOU.
El interrogante que provoca este cambio en el tratamiento dispensado a estas Instituciones por el legislador entre
unas fechas y otras -y que no debiera
dejar de ser motivo de reflexión e interpelación para los Colegios Mayores- es: ¿ese declinar de estas
Instituciones, que
aparece en la estimación oficial, se corresponde a un efectivo declinar real,
en el sentido de que lo único que las últimas Leyes hacen es detectar y sancionar
una situación real? Porque, a fuer de sinceros, en un análisis
objetivo de la situación, de todos los fines que en un principio les fueron
asignados por ley a estos Centros, -por ejemplo, los consignados en el Decreto
de 1973-, ¿cuántos y cuáles de ellos figuran actualmente entre los
objetivos educativos a lograr por los Colegios Mayores en el proyecto/programa
formativo de cada curso académico? ¿Cuántos de esos objetivos se consiguen?
No vamos a tocar aquí el tema de los objetivos específicos de los Colegios Mayores
pertenecientes a Instituciones religiosas -por los que este autor se siente concernido-,
cuyas Cartas de Fundación suelen considerar a estos Centros como lugares de
inculturación de la fe y evangelización de la cultura. ¿Qué proyecto y programa
concretos tienen
cada curso académico estos Colegios para lograr esos objetivos? ¿De qué
medios disponen, con qué personal idóneo cuentan para conseguir esos fines? ¿Qué
resultados, en fin, obtienen?
Fue aquélla
también una época (la anterior a los años 80) en la que los Colegios Mayores fueron
objeto del interés y atención del mundo intelectual universitario, como lo
demuestra la frecuencia con que estos centros eran objeto de reflexión y
discusión pública en las publicaciones universitarias más significativas
del momento. Sin embargo, a partir de la LRU ha desaparecido completamente el
interés
del mundo intelectual universitario por el tema de los Colegios Mayores. En la
actualidad el interés por esta Institución no suele rebasar el círculo de los
implicados directamente en los Colegios Mayores. ¿A qué intelectual o
escritor le despierta hoy interés el tema de los Colegios Mayores?
¿En qué publicaciones, en qué foros se debate hoy sobre los Colegios Mayores,
fuera de las tradicionales Jornadas sobre Colegios Mayores, convocadas y
exclusivamente participadas
por el gremio de sus propios directores?
Hay que reconocer y asumir que el Colegio Mayor español es una figura
universitaria atípica dentro de las Instituciones universitarias de fuera de
nuestras fronteras. Como cuerpo extraño a la realidad universitaria
universal, no es de extrañar que quede en la marginalidad de la atención de los
poderes universitarios nacionales, máxime cuando, como es el caso,
defender e impulsar esta institución no es hoy, por sus connotaciones
históricas, «políticamente correcto». Por otra parte, en esta era de la
globalización y de la homogeneización universal, tampoco es de extrañar que instituciones que
académica, social
y políticamente no son hoy significativas ni relevantes, tiendan a quedarse al
margen del interés y la atención académica y social y, a la larga, terminen en el
olvido.
Estando las cosas como están, siendo la realidad la que es y viendo por donde la
vida va, parece obvio dejar de perder el tiempo en el futuro, siguiendo
luchando contra molinos de viento, es decir, de luchar por algo que, fuera del
nombre, ya no existe ni posiblemente existirá, aceptando lo que hoy
el Colegio Mayor realmente es y puede dignamente seguir siendo: Residencia
Universitaria. Porque lo que el Colegio Mayor siempre retendrá,
cambie o no el nombre, es su condición de Residencia Universitaria. En este
caso, eso sí, siempre
será una Residencia Universitaria singular, una residencia sin par, por sus
peculiares características y prestaciones, pues es una residencia especialmente
dotada para fomentar el estudio, promover la convivencia y desarrollar la
formación humana integral. Características todas ellas de las que carece hoy
por hoy una mera Residencia. Como se dijo en las Jornadas de Barcelona del
verano de 2001 por
Juan-José López Burniol, el Colegio Mayor es «un espacio para la sociabilidad,
la convivencia, el debate, el compañerismo y la amistad», espacio cualificado
éste que no puede, en general, proporcionar la mera Residencia, al
menos en su configuración actual. El auténtico problema y reto que
el Colegio Mayor sigue teniendo hoy es el mismo de ayer, y quizás el de
siempre: el convertir en realidad lo que tiene de potencialidad, el hacer
efectivas sus capacidades y funciones formativas.
En conexión
con lo que antecede, vaya aquí, a modo de paréntesis, una sugerencia de
Perogrullo. Por el afán de evitar la contaminación entre sus diversas
realidades, el Colegio Mayor siempre ha rehuido cualquier asociación de
su denominación con la de Residencia Universitaria, lo que, para su
publicidad, no deja de serle, tal vez, contraproducente o al menos no
favorable. Pues la denominación y el concepto de «Residencia Universitaria» los
conocen y entienden todos, pues, a mayor abundamiento, la expresión es
un sintagma formado
por dos elementos o monemas de significado unívoco y de todos sabido. No
acontece así con la denominación y noción de «Colegio Mayor», que, aparte de
ser un enunciado muy poco conocido, los dos términos o monemas del sintagma son
equívocos, prestándose, como tales, a múltiples y diferentes resonancias
semánticas.
Y siendo consecuentes con la realidad, habrá que convenir que el Colegio
Mayor comparte con la Residencia Universitaria las funciones residenciales. Su
distinción de las Residencias le viene exclusivamente de sus funciones formativas. Es decir, lo
residencial es lo genérico y por ambas instituciones compartido; lo formativo
es lo específico y privativo del Colegio
Mayor. ¿Qué inconveniente, entonces,
hay para que los Colegios Mayores incorporen a su denominación el sobrenombre de Residencia
Universitaria? En ese supuesto, la
designación completa podría quedar así:
RESIDENCIA UNIVERSITARIA COLEGIO MAYOR
Esta denominación integra ambas
realidades y funciones a través de sus respectivos títulos: el título genérico (RESIDENCIA UNIVERSITARIA), común con las Residencias, y el
título específico o diferencial
(COLEGIO MAYOR), privativo del Colegio Mayor. Con esta denominación se
le dice a la sociedad, y más directamente a la clientela: a) que el Colegio Mayor es una residencia universitaria;
b) que es una residencia
universitaria de especial rango o categoría por los servicios formativos que presta, y que no ofrece la mera Residencia.
Esta singularidad formativa, si no se la desvela al cliente directamente
el nombre, se la revelará la respuesta que el cliente se dará o recabará ante
el interrogante que le suscitará esta segunda denominación.
Por lo que aquí se viene diciendo, fácilmente se comprenderá que si hoy alguien habla de crisis de los
Colegios Mayores, no debe ser por falta de
misión que cumplir ni de objetivos concretos que lograr. Normalmente, allí donde se habla de crisis suele
hacerse por referencia a la falta o disminución apreciable de la
demanda o clientela en estos centros.
Aunque esta disminución no se da en todos los Distritos Universitarios, pues
en algunos, verbigracia, en el de Madrid, la clientela o demanda va incluso en
significativo aumento, esa disminución,
allí donde se da, es un fenómeno de no difícil explicación. En
cualquiera de los casos, el factor que más negativamente le está afectando en
la actualidad al Colegio Mayor, y que le seguirá afectando, en el sentido de
restarle posible clientela, si no se corrige la situación -no fácil de corregir-, es la falta de clarificación de ambas
instituciones -Colegio Mayor y
Residencia Universitaria- ante la sociedad.
Esta indistinción, que equivale a equiparación entre ambas instituciones, va en
perjuicio del Colegio Mayor, ya que en la apreciación social ambas instituciones son similares, cuando son realidades, por
los servicios que en teoría prestan, diferentes. En la actualidad, una
Residencia Universitaria, en principio, es exclusivamente residencia
(alojamiento y pensión). Un Colegio Mayor, en cambio, es, además de residencia, ámbito privilegiado de
formación humana. Simplificando al máximo, podría decirse que la residencia
-el concepto de residencia- es mero hospedaje. El Colegio Mayor es hospedaje al
servicio de la formación humana integral
del residente. Esta formación -que no es posible ofrecer en una
residencia normal- se consigue mediante la
convivencia o vida de sus residentes en comunidad, el estudio y el desarrollo de actividades
culturales, artísticas y deportivas
por los colegiales dirigidas y participadas, para lo que el Colegio cuenta con las infraestructuras y recursos
necesarios y adecuados.
Es convicción compartida, y aquí repetida, que en la viabilidad
y efectividad
real de los objetivos formativos se sustenta la razón de ser o sentido, o
no sentido, de los Colegios Mayores, sobre todo en la mente y el
propósito de algunos de sus Titulares. Pero como aquí se ha reiterado y
explicado, una Residencia Universitaria puede ofrecer la misma oferta educativa que brinda un
Colegio Mayor, no distinguiéndose de éste
nada más que por el nombre y su absoluta libertad de acción, de la que carece, por cierto, el
Colegio Mayor. Un Colegio Mayor, por otra parte, es o va camino de
convertirse en una mera residencia u hotel,
si renuncia a su misión, es decir, si abdica y en la medida en que abdica de su condición de centro
formativo. De hecho, Residencias
Universitarias en la actualidad hay que, en proyecto y servicios, se acercan a la realidad del Colegio Mayor, así como también existen Colegios Mayores que en sus
prestaciones se aproximan a la realidad de Residencia Universitaria.
Para evitar la confusión socialmente hoy reinante entre ambas instituciones, sus
diferencias específicas deberían haber estado recogidas y definidas, al menos
teóricamente, en la nueva y reciente LOU. Pues así como sabemos perfectamente
lo que legalmente es e implica
la institución de Colegio Mayor en el ámbito residencial y educativo, no
sabemos nada de la Residencia Universitaria, ya que ésta ni estaba contemplada
en la LRU ni nada de ella se dice, fuera de
su posible existencia, en la nueva Ley de Ordenación Universitaria (LOU).
En la recién aprobada LOU lo más que se ha llegado a conseguir
-pues en el borrador de la Ley ambas instituciones estaban equiparadas (un dato más que denota la indistinción
de ambas instituciones hasta para el mismo legislador)- es que estas
entidades sean formuladas como instituciones diferentes, pero siguiendo
manteniéndolas en
la misma indefinición que tuvieron en las legislaciones precedentes. De los
Colegios Mayores se dice exactamente lo mismo que se decía en la legislación
anterior, la LRU, es decir, que «son centros universitarios que, integrados
en la Universidad, proporcionan residencia a los estudiantes y promueven la
formación cultural y científica de los residentes, proyectando su actividad al
servicio de la comunidad
universitaria» (Disposición adicional quinta). Sobre las Residencias
Universitarias no se dice otra cosa que «las Universidades podrán crear o
adscribir residencias universitarias de acuerdo con lo previsto en sus
Estatutos». Aunque el hecho de dedicarles distinto apartado ya denota que se
trata de instituciones diferentes, nada se dice de lo que las Residencias
Universitarias ofertan y las identifica, diferenciándolas del
Colegio Mayor.
La LOU reproduce
literalmente el texto de la LRU sobre los Colegios Mayores. Con la LOU (2001), igual que antes con la LRU (1983), pensamos que sigue vigente la normativa del
tantas veces mencionado Decreto de 19 de
octubre de 1973, en cuyo artículo tercero quedan definidos y
ordenados los fines o misión de los Colegios Mayores. Como entre estas dos
fechas de referencia (1973-2001) se ha producido un cambio amplio y radical en
todos los órdenes de la realidad española, hasta el punto de que esas fechas
evocan y marcan dos épocas históricas totalmente distintas, se impone, como
anteriormente
se ha indicado, revisar y adecuar esa normativa de 1973 a los postulados de la
nueva circunstancia histórica del 2001. Tal vez, con motivo de esa revisión y
puesta al día de su misión, salga un nuevo modelo de Colegio Mayor más en
consonancia con los postulados de la Sociedad, la Universidad y la Juventud del
año 2003. Ese recreado modelo de Colegio podría y debería responder a una
visión más realista,
más actual y más creíble de la institución.
Y mientras la
sociedad no sepa distinguir y apreciar la diferencia que existe entre una institución y otra -y no será fácil que
llegue a lograrlo-,
las cosas seguirán sucediendo como han aconteciendo hasta la fecha. Seguirá
produciéndose el mismo proceso de siempre. Es decir, llegado el momento de
tener que resolver una familia el problema de residencia para alguno de sus
miembros, durante la etapa de estudiante en la Universidad, la mayoría de las
familias empezará
buscando una residencia universitaria sin más, esto es, un lugar que le solvente el
problema de hospedaje (alojamiento y pensión). Acontece, sin embargo, que
puesta esta familia/clientela a buscar residencia/hospedaje, en la búsqueda se encuentra
con la existencia y realidad de los Colegios Mayores. Es entonces cuando, ya
bien informada y puesta a elegir entre
realidades/ofertas diferentes, la familia/clientela optará, con
conocimiento de causa, por la «residencia»
(Residencia Universitaria/Colegio Mayor), que considera más adecuada a
sus necesidades, gustos y posibilidades económicas. Esa adecuación la juzgará, por supuesto, en razón de los servicios que busca
y le ofrecen, y no precisamente por el nombre que la residencia ostenta. Como se da el caso de que la oferta
de los Colegios Mayores, en general,
es mucho más amplia, rica y variada que la de las meras Residencias, la opción
se inclina, ordinariamente, a favor de los Colegios Mayores.
Isaías Díez del Río
Isaías Díez del Río
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