sábado, 25 de febrero de 2017

PASTORAL UNIVERSITARIA

RESIDENCIAS Y COLEGIOS MAYORES


E
ntendemos aquí por pastoral lo que el sen­tido común entiende por evangelización, es decir, el anuncio de la buena noticia de Jesucris­to en el mundo concreto que nos ha tocado vivir y/o ejercer la misión evangelizadora. Una tarea evangelizadora con garantía de éxito debe desarrollarse teniendo siempre en cuenta estos mínimos puntos de referencia: la situación con­creta del mundo que recibe la buena noticia, lo que en ese ambiente debe transmitirse de la buena noticia, el modo en que debe presentarse hoy esa buena noticia, el sujeto receptor de esa buena noticia, el agente evangelizador o trans­misor de esa buena noticia, y el lugar apropiado para llevar a cabo la tarea evangelizadora. Un proyecto o programa pastoral -que marca las acciones concretas para conseguir unos objeti­vos evangelizadores concretos—, debe partir/tener en cuenta, a ser posible, todos esos ele­mentos. El mero enunciado de esta breve diser­tación ya nos evoca y señala de algún modo todos estos referentes. Aquí sólo abordaremos algunos de estos factores, porque los otros, por formar el ambiente o circunstancia vital por todos vivida, se dan por todos los lectores cono­cidos. Este apunte, es ocioso decirlo, no alcanza la labor pastoral que puede y debe desarrollarse en la Universidad, y en las Facultades. El punto de mira de estas reflexiones se circunscribe úni­camente al ámbito de las Residencias y Colegios Mayores universitarios.
La situación de los sujetos receptores de la evangelización nos viene dada por los Informes-Encuesta, que, aunque no dicen toda la verdad, con todo son los que más se acercan con objetividad a ella. La juventud es un colectivo muy diverso y plural. En realidad, no existe una juventud. Existen constelaciones de jóvenes. Además, si en todas las edades existe el cambio, en ninguna sucede con la rapidez con que acon­tece en la juventud. Y es comprensible. El mundo se acelera y cambia día a día, y quienes primero captan, encarnan y protagonizan las novedades socioculturales son los jóvenes. Ellos son, por eso, los más sensibles radares y los sis­mógrafos más fieles del cambio social. Las últi­mas generaciones han nacido y vivido en la atmósfera de una sociedad postmoderna. Eso quiere decir que nadie vive en mayor plenitud que estos jóvenes los valores de la postmoderni­dad: consumismo, hedonismo, presentismo y narcisismo.


Esa aceleración del cambio generacional nos explica que el panorama que nos describió el Informe de la Fundación Santa María del año 1994, ya ha experimentado un cambio bastante significativo con la última generación joven que ha abierto este milenio. El cambio, por cierto, que refleja el último Informe es todavía más sombrío para la religión y para la Iglesia. Según el Informe "Jóvenes españoles 99", realizado por la Fundación Santa María, con los resulta­dos de una encuesta a 3.853 jóvenes españoles de 15 a 24 años, el panorama que nos ofrece por referencia al Informe del 94 es, a grandes rasgos, como sigue:
Disminuye la práctica religiosa. Sólo doce de cada cien jóvenes de las edades señaladas asisten semanalmente a misa, ocho puntos menos que en el estudio del año 94. E153% reconoce que no va nunca a la Iglesia.

Baja también la creencia. Dios existe para un 67% de jóvenes, pero sólo un 13% dice ser católico practicante. De ese 67% que dice creer en Dios, el 60% señala que "Dios existe y se ha dado a conocer en la persona de Jesucristo", diez puntos menos que en el informe de hace cinco años.
Un 42,9% afirma que "lo que llamamos Dios no es otra cosa que lo que hay de positivo en hombres y mujeres". Afirman "pasar de Dios, no interesarles el tema", un 24,4%, seis puntos sobre la encuesta anterior, que eran un 18%. "Para mí Dios no existe", recibe el 22,4% de acuerdos, y la posición dubitativa que dice que "no sé si Dios existe o no, pero no tengo motivos para creer", sube del 24 al 32 por cien­to. Llama no poco la atención que hay más jóvenes que creen en la reencarnación (27%), que en la resurrección de los muertos (26%). Además, hay un 21% de jóvenes que apenas ha tenido relación con la Iglesia Católica. La evolu­ción que ha experimentado la religiosidad juve­nil, puede constatarse en la siguiente tabla:

Autoposición religiosa de los jóvenes entre
1970 y 1999

                                                                        1970      1989      1999
Católicos practicantes                                62%       45%       35%
Católicos no practicantes                          18%       29%       32%
No religiosos (indiferentes, ateos,...)    20%            24%       26%

Fuente: Juan González-Anleo "Luces y sombras de la juventud actual", en la Semana de Teología Pastoral, Ins­tituto de Teología Pastoral de la UPSA, Madrid 2001.
La frecuencia de la asistencia a la eucaristía de los jóvenes practicantes entre 18 y 24 años, esto es, los misalizantes dominicales, puede apreciarse en el siguiente cuadro:

                                                      1984      1989      1994      1999
Todas las semanas                      20%       21%       17%       12%
Una vez al mes                           10%       10%       9%          9%
Navidad/Semana Santa              13%       16%       16%       12%

Fuente: E. Bueno de la Fuente, "España, entre cristianis­mo y paganismo". Madrid, San Pablo 2002, p.82.
Hemos consignado el dato de los misalizan­tes, por considerarlo un dato muy relevante en el tema que nos ocupa. Pensamos que, como sostiene J.González-Anleo, "en la misa, para el católico, se funden los tres mensajes fundamen­tales del cristianismo: el de sentido, el de salva­ción y el de comunidad moral. Al perder la misa y sus tres mensajes, se pierde, asimismo, la potente sinergia religiosa que de ellos emergía. Perder la misa es perder muchas cosas, no sólo incumplir una obligación".
La religión para muchos de los jóvenes que se confiesan creyentes no pasa de ser una reli­gión "light", una "religión a la carta", en la que Dios es un ser útil y potenciador del hombre a la manera que lo predica la New Age. Forman parte del abultado grupo de creyentes que hoy se mueven en un "catolicismo por libre", reli­giosidad muy acorde con la sensibilidad post-moderna.
La situación descrita empeora entre la juven­tud universitaria. Según datos de una reciente encuesta hecha a los 252.182 universitarios matriculados en las universidades públicas y pri­vadas de Madrid, se declaran:

Católicos practicantes
11,6%
Católicos no practicantes
42,3 %
Indiferentes
11,2%
No creyentes/ateos
16,7%
Otra religión
1,8%
Fuente: "Menos 25", 4 de junio de 2001, p.3.

Por lo que respecta a las actitudes o valora­ciones de los jóvenes actuales, lo que más valo­ran es la familia, lo que menos la religión. No llegan al 3% quienes señalan la Iglesia como un lugar en donde se dicen cosas interesantes. Es sumamente elocuente el hecho de que de los que se consideran católicos practicantes (un 12%), sólo un 2% encuentran en la Iglesia el espacio donde orientarse en cuanto a ideas e interpretaciones del mundo. De esto se deduce que la Iglesia ha perdido toda su capacidad de socialización religiosa.
Como resultado de esa evolución negativa, se ha abocado hoy a una auténtica des-eclesialización del mundo joven. "La gran masa de jóve­nes españoles —nos asegura el profesor Elzo— mantiene con la Iglesia una situación de divor­cio asimétrico y distante. Frente al manifiesto interés de la Iglesia en establecer nuevos puentes con la juventud o mantener los ya existentes, los jóvenes, en su gran mayoría, o rechazan a la Iglesia o manifiestan una displicente ignorancia de su existencia, o bien la aceptan más como un espacio acogedor y cálido que como instancia dadora de sentidos y manifestación visible de la trascendencia" (Jóvenes españoles 99, p. 301). Esta des-eclesialización de la juventud se perci­be hasta en la disonancia sobre la concepción misma de la religiosidad, discordancia que lleva al profesor Elzo a afirmar que "La iglesia católi­ca, para los jóvenes, ya no es percibida como instancia definidora de lo que supone ser reli­gioso. No se trata solamente de que no encuen­tren en la Iglesia orientación para sus vidas. Es que tampoco les sirve para delimitar el campo de lo religioso" (en Jóvenes españoles 99, Madrid, Fundación Santa María, 1999, p. 286-89).
La valoración de la Iglesia en el mundo uni­versitario, a juzgar por los resultados de la encuesta a los universitarios de Madrid antes aludida, es muy baja. Al pedirles que valoraran del uno al diez veinte instituciones públicas españolas y euro- peas, a la Iglesia le fue otorgada la última calificación.
  En una obra que apareció recientemente en las librerías, el joven escritor y periodista, Eduardo Verdú (1974), nos ofrece el siguiente autorretrato de sus compañeros de generación: "Para la actual generación joven sólo existe el presente (el hoy), sin referencias hacia atrás (el ayer) ni hacia delante (el mañana) (p. 12). Su consigna de vida es "no hay pasado, no hay futuro, disfrutemos, pues, del presente". Bien entendido que "hoy es únicamente hoy, no es el día después de ayer ni la víspera de mañana" (48). "Despojados de ideales de cara al futuro, ajenos a las glorias del porvenir, vacunados con­tra los valores antiguos, nos hemos hecho mate­rialistas: buscamos el bienestar inmediato, tan­gible, instantáneo e individual" (42). El "presentismo" nos hace más "individualistas", egoístas quizá (56). "Lo que de verdad cuenta es uno mismo" (125). "Somos jóvenes individualistas que no deseamos sacrificarnos por nuestra gene­ración, nuestra patria o por Dios. Sólo creemos en la única y valiosa vida de que disponemos. TODO POR NOSOTROS"(142). El relativis­mo moral, la tolerancia, y la permisividad de esta juventud sobrepasa la media europea. "La individualidad y el egocentrismo de los jóvenes de nuestra generación demanda, por lógica, un gobierno absoluto de nuestro destino, de nues­tro cuerpo y de nuestra moral. Somos nuestros propios jueces, para bien o para mal" (172-173).
En una vida dominada por esta perspectiva, "Dios -nos sigue diciendo el mismo autor- es un mito. Murió hace años y hoy sobrevive como Elvis Presley o Marilyn Monroe. Para los jóvenes de ahora, Dios es como un actor falleci­do en un Porsche o un olvidado cantante "sobredoseado" en el baño de su suite (...). Jesu­cristo ya no tiene nada que ver con nosotros. Somos la primera generación que no cuenta con él (131). Muchos jóvenes creemos en Dios pero ni siquiera la mitad comulgamos con conceptos primitivos como la vida después de la muerte, el infierno, el cielo o el pecado.... Casi la mitad de nosotros piensa que lo que llamamos Dios no es otra cosa que lo que hay de positivo en los hombres y las mujeres (133)" (...). "Pero lo que sucede es que a los jóvenes no nos resulta ni seductora ni convincente la interpretación que la Iglesia traza de Dios. Dios ya no es suyo, la Iglesia ha perdido los derechos de imagen, hoy Dios se ha liberado, y gracias a ello sigue latente en los jóvenes. Es la Iglesia lo que verdadera­mente ha caducado para nosotros. Cuando a los jóvenes se nos pregunta en qué instituciones tenemos más confianza, la Iglesia aparece en último lugar, por debajo incluso del Parlamen­to, los sindicatos o las Fuerzas Arma­das.... (133)". "La religión, en fin, no nos intere­sa. La religión no cuaja en nosotros porque no somos un terreno donde puedan prender sus preceptos. El catolicismo, como la inmensa mayoría de los cultos, se asienta en el presente sostenido por dos pilares básicos: el pasado y el futuro... (135)". Ahora bien, "hoy no hay ayer ni mañana. Hoy es la única parcela a la vista, es una isla de tiempo suspendida en el espacio en el que naufragan los pilares de la religión. Si nuestra generación no tiene en cuenta el pasado ni el futuro, si somos una carnada que habita un presente continuo sin horizontes ni estelas, es imposible que nos contagiemos de una religión que habla, básicamente, del pasado y del porve­nir. Los jóvenes nos enganchamos con cualquier corriente o fenómeno que provea inmediatez, actualidad, rapidez, porque no tenemos tiempo, porque "ahora", "aquí" y "ya", son las únicas coordinadas donde se nos encuentra" (136). (Eduardo Verdú, Adultescentes. Ediciones Temas de Hoy, Madrid 2001).

Este es el colectivo juvenil del que proviene la clientela de las Residencias Universitarias y Colegios Mayores. Creemos, no obstante, que, en la clientela de las Residencias y de los Cole­gios Mayores dirigidos por Instituciones religiosas, predomina el colectivo de jóvenes que en la tipología del Informe de 1994 se consideraba procedente de "familias armónicas", y en la tipología de 1999 se denominan "Jóvenes Cató­licos autónomos". Es decir, son, en general, jóvenes que vienen de hogares de padres creyen­tes y, mayoritariamente, también practicantes. Apoyamos esta hipótesis en el hecho de que los que normalmente solicitan plaza en estos cen­tros, suelen manifestar que dan prioridad a la Residencia y al Colegio Mayor regentados por religiosos, porque en éstos creen encontrar una prolongación del hogar familiar en cuanto a la vivencia de los mismos valores. Con lo dicho volvemos a insistir en que nuestra reflexión -aunque pueda tener mayor alcance- se limita al ámbito concreto de las Residencias y Colegios Mayores de Instituciones religiosas. Parece obvio que la única razón de ser, el sentido o no sentido de estos Centros para estas Institucio­nes, es el de servirles un campo específico, a la par que propicio, para llevar a cabo la misión de la inculturación de la fe o evangelización de la cultura.
Si esto es así, ¿por qué, con el paso del "HOGAR familiar" a la "Comunidad colegial" o a la Residencia suele darse el abandono de la práctica religiosa en no pocos jóvenes universi­tarios, incluidos los que residen en Residencias Universitarias y Colegios Mayores de Religio­sos? Sé que, en una visión amplia y totalizante, no son pocos ni simples los factores que concu­rren en la producción de ese fenómeno. Pero, de entre todos, aquí sólo quiero señalar uno, que juzgo de singular significación y relevancia -aunque, tal vez, no sea el de mayor importan­cia-, por ser el primero en intervenir -y, luego, acompañar- en el origen y todo el proceso de ese fenómeno.

Comienza, tal vez, esa desafección religiosa, porque, al venir los jóvenes a la Universidad y entrar en la Residencia o Colegio Mayor, les falta/pierden la motivación que les movía a practicar, cuando se encontraban viviendo en el hogar familiar. La ausencia de esta motivación se da, además, en un momento en el que el nuevo entorno social del joven va a ser mucho más indiferente e incluso adverso a la creencia y práctica religiosas. ¿Cuál era esa motivación? La instancia (de instar) paterna, junto a su ejemplaridad. El insistir, una y otra vez, al hijo en la práctica de la religión y el acompañar esa insis­tencia con el testimonio de su ejemplo personal.
Aunque en la producción de ese vacío o carencia en la Residencia o Colegio Mayor pue­den concurrir más de una causa, que no es el momento ni el lugar de explicitar ni discutir, el hecho en sí me lleva a pensar que el agente evangelizador, -y muy particularmente el encar­gado directamente de la pastoral del Colegio o Residencia-, no debe ser un mero ofertante; no debe tomar la postura pasiva de dar, si se le pide, sino, todo lo contrario, debe mantener una actitud activa/dinámica, que se manifiesta en adelantarse, en ir al encuentro, en provocar el diálogo con el colegial, en ofrecer sin necesi­dad de demanda. No debe estar esperando a que los colegiales/residentes vengan al encuen­tro de él, sino salir él al encuentro de ellos, y ponerse a su lado, como compañero, para inte­resarles, provocarles, inquietarles, motivarles, impulsarles, involucrarles, enrolarles, compro­meterles en la cuestión y experiencia religiosas.
Esto quiere decir que la capilla es el lugar de la sacramentalización, pero no el lugar para el ejercicio de la pastoral o evangelización. Lugares pastorales son todos cuantos posibiliten y facili­ten el encuentro y diálogo con los colegiales, bien sean de índole informal, como halls, cafe­tería...., o bien de carácter formal, como pueden ser los lugares dedicados y/o las acciones expre­samente programadas para tal fin, como convi­vencias, reuniones, charlas, seminarios, confe­rencias, etc...


Hay que partir del supuesto o presupuesto de que el universitario, en general, se abandona en su dimensión religiosa, porque, como JOVEN y UNIVERSITARIO, Dios no es sen­tido como necesario y, menos, imprescindible en su vida. Y para el joven lo que no se siente, no existe. Y, en general, no lo siente en ninguna de las dimensiones o ámbitos básicos de la per­sonalidad. No le echa de menos:
1.- Ni biológicamente, de suerte que su ausencia sea sentida como puede notar, por ejemplo, la carestía o carencia de la comida, cuando le acucia el hambre.
2.- Ni psíquicamente, porque a esa edad los afectos personales y la autorrealización y búsqueda de la felicidad personal caminan por otros rumbos y miran hacia otras metas
3.-Ni intelectualmente, pues su única ocupa­ción y preocupación son los estudios, para poder ejercer, cuanto antes, una profesión, ganar dinero -a ser posible, cuanto más, mejor-, casarse, etc.
En consecuencia, Dios, por principio, no es asunto de atención prioritaria para el joven uni­versitario. Si, como antes hemos señalado, Dios, en general, no es asunto que le concierna en absoluto hoy a la juventud, le interesa en menor grado todavía a la juventud universitaria.
En una situación donde, como decimos, la oferta, en general, no es sentida ni demandada, -y, menos todavía, ofrecida y respirada en la atmósfera del contexto social, dentro del cual ya no resulta hoy plausible la creencia—, es necesa­ria "la voz que no cesa" a través de una presen­cia, de un estar al lado, de un acompañamiento, de un estímulo, de un diálogo..., para conseguir, al menos, que el joven mantenga la inquietud y la puerta siempre abierta a la posible entrada de la oferta religiosa. En la religión, como en tan­tos otros asuntos, se cumple también el princi­pio psicológico de que la "función crea el órgano": la práctica genera la práctica, así corno la no práctica termina en la indiferencia. Hay que convencer al joven —o apuntalar y reforzar su, casi siempre, frágil convencimiento- de que la dimensión religiosa, aunque no sea una realidad muy sentida ni echada de menos en esta edad y circunstancia, es la dimensión más valiosa de la persona a lo largo de la vida y, por tanto, es conveniente/aconsejable no cerrarse a ella ni dejarla morir. Es decir, hay que procurar lograr que, si el joven —o el joven que- no siente a Dios o no quiere comprometerse con la causa religiosa, al menos perciba esa Realidad como algo necesario o, al menos, interesante/impor­tante para su vida personal en y para lo que realmente importa en la vida. Porque suele constatarse que, con el paso del tiempo, cuando la vida del joven ya ha quedado estabilizada en y por la profesión y el matrimonio, suele darse un retorno hacia la práctica religiosa. Pero, el éxito de este retorno sólo suele acontecer, cuando la experiencia religiosa y el trato/contacto con el líder religioso, habidos en la edad joven, han sido positivos, porque ello hace que el rescoldo de Dios no haya sido apagado del todo en la interioridad de la persona.
Aparte la acción motivadora, a través del encuentro, el diálogo y el estímulo, el universi­tario necesita que, a la hora de ofertarle la reli­gión, la oferta sea atrayente y acorde con las necesidades de su edad y circunstancia. Es decir, pide, consciente o inconscientemente, que la religión le dé adecuada respuesta a la problemá­tica o interrogantes que, a su edad y en su cir­cunstancia, en cada momento concreto le pre­senta la vida. Esto implica que las plasmaciones en que se concreta la oferta religiosa, deben concernirle e interpelarle real y personalmente. Para que así sea, se precisan:
* celebraciones litúrgicas atrayentes/participativas/ juveniles;
* prédicas en las eucaristías con contenido actual e interpelante/impactante, y presentado con metodología apropiada. No hay que olvidar que las actuales generaciones son "generaciones icónicas", que sólo saben leer y oír el discurso directo y concreto;

* charlas/seminarios/mesas—redondas de carácter informativo, formativo y testimonial —ejemplos vivientes de vida cristiana—, sobre cuestiones/contenidos ético-religiosos de actualidad y que le conciernan, procurando ofrecer de los hechos y problemas que en esos momentos se abordan unas interpretaciones religiosomorales acordes con la hora actual. El ideal sería que esos contenidos fuesen ofrecidos por personas creíbles, es decir, por personas que encarnan en su propia vida lo que dicen;
* formación de "grupos de jóvenes—fermen­to", que, en el roce y trato con sus compa­ñeros/as, les atraigan, muevan e incorporen a la adherencia y vivencia religiosas. Pienso que los principales y más eficientes agentes de pastoral entre los jóvenes son y deben ser otros jóvenes cristianos comprometidos, a los que, lógicamente, hay que formar, sostener y animar, para lanzar a la evangelización de sus compañeros;
* creación, promoción, acompañamiento y seguimiento de grupos de oración y refle­xión cristiana;
* implicación del mayor número posible de colegiales/residentes en la participación y preparación de las funciones y reflexiones /sermones litúrgicas;
* acogida, promoción, y creación de grupos de Voluntariado, ONGS, etc... que, con su ejemplo, testimonien a los demás el ejer­cicio real de la solidaridad/caridad, verificando así, en la experiencia, la validez del discurso cristiano.


En la formación de "grupos" hay que contar con el fenómeno sociológico actual de la pro­pensión del joven posmoderno —y todos nues­tros jóvenes viven la atmósfera de la sensibilidad posmoderna—, a priorizar lo "emocional" y "experiencial" sobre lo "doctrinal e intelectual". Para las generaciones jóvenes sólo existe y vale lo que se siente y es fruto de la experiencia. Lo que les lleva a integrarse preferentemente en "grupos cálidos", aquellos que ofrecen acogida y calor de hogar, por encima de los que ofrecen indoctrinación. El joven universitario, con mayor motivo que cualquier otro "hombre con­temporáneo, cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y en los hechos que en la teoría" (Redemptoris Missio, 42). En definitiva, procurar crear comunidades vivas y acogedoras, espacios de fe compartida y celebrada que ayu­den a hacer atrayente la opción cristiana.

Por supuesto que, en el tema que nos ocupa, el problema lo centra el personaje principal a quien va dirigida la oferta. Todo: el qué, el cómo, el dónde, el cuándo, de la oferta, debe estar pensado teniendo como punto de referen­cia al sujeto receptor o cliente de la oferta. Y, al decir el cliente de la oferta, me refiero al joven y su circunstancia.

Si tenemos en cuenta que el quién o ejecutor de la oferta religiosa, con todas sus circunstan­cias, es el agente pastoral, merece la pena dise­ñar el perfil del agente que ha de llevar a cabo esa empresa. A fin de cuentas, el "quién" y el "a quién" son los dos polos en relación, los prota­gonistas básicos del encuentro entre el yo-mensajero y el tú-receptor o destinatario del mensa­je. ¿Cuáles son los rasgos que deben definir al agente de pastoral universitaria y, por ende, de una Residencia o Colegio Mayor? Entre otros:
* estar intelectualmente bien preparado; a ser posible, con estudios de rango universitario para transmitir una fe razonable, es decir, acorde con los tiempos y la mentalidad de los destinatarios;
* estar actualizado en -y, si es posible, sentir— las sensibilidades culturales del momento universitario, para hablar desde la fe a un mundo real;
* conocer y empatizar con la problemática de esta juventud y de la propia Universidad;
* ser persona activa y dinámica, en el sentido antes descrito de estar constantemente moviendo, instando, impulsando, promo­viendo..., y de fácil relación/intercomuni­cación con los universitarios;
* tener una estimación positiva, es decir, ser optimista y motivador de las conductas de los otros;
* tener vocación de servicio, siendo una per­sona profundamente humana, es decir, acogedora, humilde, singularmente dialo­gante y comprensiva, y siempre dispuesta a responder a la llamada del joven:
* tener conciencia -y obrar en consecuencia- de no poseer la verdad ni de encarnar la norma moral- al estilo del dogmático y fundamentalista, que se cree y siente per­fecto y sabedor de todo, incluida la volun­tad de Dios-, lo que no le exime de ser ejemplar;
* ser joven físicamente, para poder encarnar algunas de estas virtudes/cualidades y, así, poder "empatizar" y "simpatizar" mejor con la sensibilidad del joven; y, si gozar de juventud física no le es posible, ser, al menos, joven psíquica y mentalmente, acoger incondicionalmente a los jóvenes, estando siempre dispuesto a "perder el tiempo" con ellos:
* procurar, por todos los medios a su alcan­ce, lograr el mayor número posible de encuentros y diálogo personal con cada colegial/residente;
* ser una persona creíble, es decir, un testigo y testimonio fehaciente de la fe que profesa e intenta transmitir;
* no ser presa fácil del desaliento en su misión;
* querer a los jóvenes, a pesar de todo.


Por supuesto, que sería loable que también compartieran estos rasgos todos los miembros del equipo directivo de la Residencia o Colegio Mayor. Pero, como esta situación –por muchos motivos- no es objetivo de fácil consecución, no parece mucho pedir que, al menos, los posea el agente principal de las pastoral de la Residencia o Colegio. Porque, volvemos a insistir en que no es tarea fácil la misión evangelizadora en el ambiente universitario. Si siempre es dificultosa e incierta la fructificación de la siembra de la Buena Nueva en cualquier circunstancia y escenario social, más todavía lo es en este ámbito concreto de la Universidad. Sí es cierto, sin embargo, que quien no siembra no cosecha. Es preciso, por eso, sembrar. Y, para sembrar con ciertas garantías de éxito en la recolección, hay que realizar la siembra teniendo en cuenta todos los factores o reglas de  juego que intervienen y más favorecen la buena germinación y fructificación de la semilla. Entre los factores a tener en cuenta, están los que aquí han sido señalados.
Y, de cualquier forma y en cualquier caso, en esto, como en todo, tampoco hay que olvidar que una cosa es el ideal soñado, y otra la realidad posible. Un cosa es el perfil ideal, y otra su encarnación en la vida real. El ideal, con todo, señala una meta u horizonte hacia el que es preciso siempre mirar y dirigir nuestros pasos y esfuerzos. Pues, como alguien diría, si no fuese por el empuje y el tirón de la utopía, el hombre seguiría llevando todavía una vida cavernícola


Isaías Diez del Río
                                              (Publicado en “Cristianismo, universidad y cultura”, nº 5, 2002, pp. 59-66.)