sábado, 1 de mayo de 2021

EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA

 Toda religión ofrece una explicación global/total del mundo y un sentido último a la existencia. Como en la religión, cualquier otra cosmovisión holística no religiosa también implica, en quien la posea y siga, una específica actitud frente al mundo y las realidades profanas acorde con esa cosmovisión. Es decir, de cada particular visión del mundo deriva una ética diferenciada, que motiva de modo diferenciado al hombre hacia la acción profana. Y en el actuar -recto o no recto- se funda la moralidad o no moralidad de los actos. 


   Cuando en una sociedad hay unidad cosmovisional, como suele suceder en las que predominan las cosmovisiones religiosas y culturales, hay también uniformidad ética. Al compartir todos los miembros del grupo las mismas certezas, todos comulgan en los mismos valores, de los que derivan las normas que orientan las acciones.

   Las éticas o morales culturales y religiosas evidentemente sólo conciernen a los clientes de esas culturas o religiones. No así la ética transcultural (J.A. Marina…) o ética civil (A. Cortina…) que, como fundada en la razón, trata de ser universal, es decir, trata de recoger y plasmar unos valores en los que coinciden/comulgan todos los ciudadanos, con independencia de sus particulares éticas o religiones. Existen valores comunes, como los “Derechos Humanos”, los “Derechos y Deberes” de los ciudadanos en el ordenamiento jurídico de cada sociedad, los Valores Sociales de la respectiva Comunidad política, así como otros valores consustanciales con la “Dignidad de toda Persona” humana…, que es necesario enseñar e inculcar a todos los ciudadanos. Y todos estos valores comunes a todos los ciudadanos al margen de su particular ideología o religión, son los contenidos de la “ética civil”. Y el proceso a través del cual los seres humanos aprenden e interiorizan las normas y los valores de una determinada sociedad y cultura específica es el proceso de socialización que comienza con la niñez y en la escuela.



   Esta ética integradora, como común, del pluralismo axiológico de la sociedad, es estrictamente racional y laica, es decir, es válida para creyentes y no creyentes, pues, aunque no hace referencia alguna a Dios, tampoco lo rechaza. Hoy, además de la ética religiosa (M. Vidal…) y la ética laica o cívica (A. Cortina, J. A. Marina…), existen también intentos de una ética laicista (E. Guisán) que, como su mismo nombre indica, es todo lo opuesto a una ética religiosa.



   La relevancia de la ética civil radica en que, al tratarse de una ética compartida, que permite la diversidad y respeta las diferencias, posibilita en la sociedad una convivencia cívica pacífica y armoniosa. De ahí la importancia de ser impartida/enseñada en la escuela. Porque la escuela no sólo debe enseñar o impartir conocimientos, sino también promover o enseñar valores comunes para vivir juntos o convivir pacíficamente en comunidad. Estos fueron, precisamente, los objetivos que se proponía la, en su dìa, controvertida asignatura “Educación para la ciudadanía” (2006) que, por ciertas cuestiones de carácter políticoreligioso, terminó por dejar de enseñarse. 

   La importancia de impartir esta materia en la niñez y la adolescencia radica en que la niñez y la juventud son el período vital en el que se desarrollan los procesos clave del aprendizaje y de la socialización del individuo. Y en un sistema educativo la impartición y calificación de la eticidad de los actos humanos corresponde a la asignatura de “Etica”. De ahí la actual demanda de esta materia en el nuevo sistema educativo de la “Ley Celaá”. 



   Aunque la ética es autónoma, no depende de la religión, no es fácil fundamentar una moral laica al margen de una instancia superior generalmente de carácter religioso. En el mundo occidental la ética y la religión han tendido durante mucho tiempo a caminar juntas, hasta tal punto de mover a Feuerbach a afirmar en su tiempo, con evidente exageración, que “la verdadera religión es la ética”. Aun hoy para las grandes mayorías sociales todavía sigue siendo la religión la fuente primera y mayor de los principios morales y cívicos de las sociedades democráticas. Para M. Vargas Llosa, por ejemplo, agnóstico confeso, “si hay algo que todavía pueda llamarse una moral, un cuerpo de normas de conducta que propicien el bien, la coexistencia en la diversidad, la generosidad, el altruismo, la compasión, el respeto al prójimo, y rechacen la violencia, el abuso, el robo, la explotación, es la religión, la ley divina y no las leyes humanas” (La civilización del espectáculo, p. 167).

 

                                                              Isaías Díez del Río