viernes, 31 de enero de 2020

CULTURA, CULTO Y RELIGIÓN


No deja de llamar la atención el hecho de que cultura y culto parti­cipen de la misma etimología. Como es sabido, tanto cultura como culto derivan del verbo latino colo, colere, cultum: cultivar, venerar. Cultivar/perfeccionar al hombre (cul­tura), y cultivar/venerar a la divinidad (culto). El acto por excelen­cia de la religión es el culto. El acto por excelencia del pensamiento es la cultura. ¿No querrá significar esa convergencia que ambos conceptos, así como las realidades por ellos significadas, están entre sí estrechamente relacionados? ¿No habrá que buscarse en esa doble vinculación la expli­cación de la tendencia histórica de la religión a convertirse en ideolo­gía, así como de la cultura y ciencia a convertirse en religión? En defi­nitiva, ¿La conflictividad entre religión y cultura no tendrá algo que ver con el hecho de que ambas comparten funcionalmente el carácter de culturas, a la vez que de religiones, y, como tales, una y otra luchan por mantener sus dogmas y su propia feligresía?

Cultura y culto como acción humana –ha escrito Klemens Brockmoller- “se distinguen entre sí porque la primera nos relaciona con el mundo circundante y la segunda con el mundo que está por enci­ma de nosotros. Pero como el mundo circundante y el que está por enci­ma de nosotros no son dos realidades completamente distintas entre sí, no hay cultura sin culto. En ambos penetra como vínculo unificador la religión, que es el fundamento de la cultura, siendo el culto el acto más elevado de la religión».

La unidad que proviene del sujeto cultural y religioso es evidente. El hombre es el eje del que emerge tanto la mirada hacia el mundo (cultura), como la mirada hacia Dios (culto). Siendo la unidad subjeti­va tan clara, ¿hay vinculación objetiva entre cultura y religión? Es tal la relación existente entre ambas acciones humanas, la de des­cubrir o inventar (cultura) y la de venerar (culto), que la vinculación entre cultura y culto no sólo se da en la acción y en la obra de cultura, sino también en el mismo impulso originario o pulsión de la acción cul­tural. Así lo piensan no pocos pensadores. Entre otros, por ejemplo, Arthur Koestler, que llegará a afirmar que toda «búsqueda de principios de ley y de orden en el universo, es una empresa esencialmente religiosa». Otro autor, August Brunner, por su parte, sostendrá que «toda cultura tiene su fundamento en la reli­gión. La cultura nace del impulso que el hombre recibe de lo religioso en su ser profundo». El mismo Einstein, en su ensayo sobre Cien­cia y Religión, afirmaba que el sentimiento religioso es fuente de ins­piración para el científico porque «la ciencia sólo puede ser creada por quienes están fuertemente imbuidos del anhelo de verdad y compren­sión. La fuente de estos sentimientos proviene, sin embargo, de la esfera religiosa». Y, para cerrar las citas, nuestro Ortega y Gasset escribirá “los hombres no son productivos, sino mientras son religiosos… La emoción de lo divino ha sido el hogar de la cultura y probablemente lo será siempre”.


Los dos máximos logros de la humanidad son la cultura/ciencia y la religión. Tan importantes son estos logros, que de la cultura y de la religión dimanan las cosmovisiones que ofrecen a los hombres la orientación y el sentido en sus vidas. El hombre es el centro del que una y otra conquista arrancan y en el que convergen, y, por ello, el único ser capaz de armonizarlas. Desde una perspectiva creyente, por la "cultura" el hombre mira y escudriña el mundo creado por Dios; por el "culto" mira y trata de relacionarse y relacionar este mundo con Dios Creador. La vinculación entre ambos horizontes o campos de visión es, pues, la religión. Y su agente, el hombre religioso.

Entiéndase la religión como reelectura (re-legere) o religación (re-ligare), pues éstas parecen ser sus más probables etimologías, sólo el hombre, en efecto, es capaz, por su actividad cultural, de religar (re-ligare), de volver a unir o poner en referencia a la criatura con el Creador; sólo el hombre es capaz, a través de su actividad cultural, de descubrir o re-leer (re-legere) la primera creación, al encontrar las "rationes semi­nales" o "gérmenes primordiales" de cultura que, según San Agustín, Dios sembró  en la creación, y, de ese modo, ponerse en relación con el Cre­ador. En el pensamiento de Agustín se hacen perfectamente compati­bles los significados de la doble etimología de religión, que había reci­bido de sus predecesores: la de Cicerón, que hace derivar el término de "re-legere" (Civ. Dei, 10,3), y la de Lactancio, que, corrigiendo a Cice­rón, le hace derivar de "religare" (Retract., 1,13). Para Agustín, en definitiva,  no hay incompatibilidad  sino, más bien, profunda relación entre cultura (re-legere) y religión (religare).


Así como la cultura tiende a idolatrarse, es decir, a convertirse en religión, también la religión, por su parte, ha tendido y tiende con frecuencia a culturalizarse, convirtiéndose, al menos funcionalmente, en ideología. Tanto la “sacralización de la cultura” como la “politización de la religión” se han dado y siguen dándose actualmente en la historia humana. De ahí la desarmonía y los frecuentes desencuentros entre cultura/ciencia y religión. En el catolicismo hasta tal punto ha llegado la conflictividad entre ambos mundos, sobre todo en lo relacionado con el mundo ético, que los últimos Pontífices no se han cansado de repetir que el drama de nuestro tiempo es la  “ruptura entre el evangelio y la cultura”.


Ese drama, por alguien calificado “tsunami de la secularización” y por Benedicto XVI “fatiga del cristianismo”, se debería más bien, según calificados expertos, a la “fatiga” de la religión frente a la vertiginosa “velocidad” de la nueva civilización secularizada.


De todo esto se deduce la importancia que tiene para las religiones el contar entre sus miembros con líderes de mente cultivada y actitud abierta y comprensiva ante los continuos avances de la ciencia, así como con científicos creyen­tes ilustrados y comprometidos, capaces de armonizar en el pensamien­to y en la vida  cultura, ciencia y religión.
                                                         
                                                     Isaías Díez del Río