No deja de llamar la atención el hecho de que
cultura y culto participen de la misma etimología. Como es sabido, tanto cultura como culto derivan del
verbo latino colo, colere,
cultum: cultivar, venerar. Cultivar/perfeccionar
al hombre (cultura), y
cultivar/venerar a la divinidad (culto). El acto por excelencia de la religión es el culto. El acto por
excelencia del pensamiento es la cultura. ¿No querrá significar esa
convergencia que ambos conceptos, así como
las realidades por ellos significadas, están
entre sí estrechamente relacionados? ¿No
habrá que buscarse en esa doble vinculación la explicación de la
tendencia histórica de la religión a convertirse en ideología, así como de la cultura y ciencia a
convertirse en religión? En definitiva,
¿La conflictividad entre religión y cultura no tendrá algo que ver con el hecho de que ambas comparten
funcionalmente el carácter de
culturas, a la vez que de religiones, y, como tales, una y otra luchan por
mantener sus dogmas y su propia feligresía?
Cultura
y culto como acción humana –ha escrito Klemens Brockmoller- “se distinguen
entre sí porque la primera nos relaciona con el mundo circundante y la
segunda con el mundo que está por encima de nosotros. Pero como el
mundo circundante y el que está por encima de nosotros no son dos
realidades completamente distintas entre sí, no hay cultura sin culto. En ambos
penetra como vínculo unificador la religión, que es el fundamento de la
cultura, siendo el culto el acto más elevado de la religión».
La
unidad que proviene del sujeto cultural y religioso es evidente. El hombre es el eje del que
emerge tanto la mirada hacia el mundo (cultura), como la mirada
hacia Dios (culto). Siendo la unidad subjetiva tan clara, ¿hay vinculación
objetiva entre cultura y religión? Es tal la relación existente entre ambas acciones
humanas, la de descubrir o inventar (cultura) y la de venerar (culto), que la
vinculación entre cultura y culto no sólo se da en la acción y
en la obra de cultura, sino también en el
mismo impulso originario o pulsión de la acción cultural. Así lo piensan no
pocos pensadores. Entre otros, por ejemplo, Arthur Koestler, que llegará
a afirmar que toda «búsqueda de principios de ley y de orden en el universo, es
una empresa esencialmente religiosa». Otro autor, August Brunner, por su parte, sostendrá que «toda cultura tiene su
fundamento en la religión. La cultura nace del impulso que el hombre
recibe de lo religioso en su ser profundo». El
mismo Einstein, en su ensayo sobre Ciencia y Religión, afirmaba que el sentimiento religioso es fuente de inspiración
para el científico porque «la ciencia sólo puede ser creada por quienes están fuertemente imbuidos del anhelo de
verdad y comprensión. La fuente de
estos sentimientos proviene, sin embargo, de la esfera religiosa». Y, para cerrar las citas, nuestro Ortega y Gasset
escribirá “los hombres no son productivos, sino mientras son religiosos… La
emoción de lo divino ha sido el hogar de la cultura y probablemente lo será
siempre”.
Los dos máximos logros de la
humanidad son la cultura/ciencia
y la religión. Tan importantes son estos logros, que de la
cultura y de la religión dimanan las cosmovisiones que ofrecen a los hombres la
orientación y el sentido en sus vidas. El hombre es el centro del que una y
otra conquista arrancan y en el que convergen, y, por ello, el único
ser capaz de armonizarlas. Desde una perspectiva creyente, por la
"cultura" el hombre mira y escudriña el mundo creado por Dios; por el
"culto" mira y trata de relacionarse y relacionar este mundo con Dios
Creador. La vinculación entre ambos horizontes o campos de visión es, pues, la
religión. Y su agente, el hombre religioso.
Entiéndase la religión como reelectura (re-legere)
o religación (re-ligare),
pues éstas parecen ser sus más
probables etimologías, sólo el hombre, en efecto, es capaz, por su
actividad cultural, de religar (re-ligare), de volver a unir o poner en referencia a la criatura con el Creador;
sólo el hombre es capaz, a través de su actividad cultural, de descubrir o re-leer (re-legere)
la primera creación, al encontrar las
"rationes seminales" o "gérmenes
primordiales" de cultura que, según San Agustín, Dios sembró en la creación, y, de ese modo, ponerse en relación
con el Creador.
En el pensamiento de Agustín se hacen perfectamente compatibles los significados
de la doble etimología de religión, que había recibido de sus predecesores: la
de Cicerón, que hace derivar el término de "re-legere" (Civ. Dei, 10,3), y la de Lactancio, que, corrigiendo a Cicerón, le hace derivar de
"religare" (Retract.,
1,13). Para Agustín, en definitiva, no
hay incompatibilidad sino, más bien,
profunda relación entre cultura (re-legere)
y religión (religare).
Así
como la cultura tiende a idolatrarse, es decir, a convertirse en religión, también la religión, por su
parte, ha tendido y tiende con frecuencia a culturalizarse, convirtiéndose, al
menos funcionalmente, en ideología. Tanto
la “sacralización de la cultura” como la “politización de la religión” se han
dado y siguen dándose actualmente en la historia humana. De ahí la desarmonía y
los frecuentes desencuentros entre cultura/ciencia y religión. En el
catolicismo hasta tal punto ha llegado la conflictividad entre ambos mundos,
sobre todo en lo relacionado con el mundo ético, que los últimos Pontífices no
se han cansado de repetir que el drama de nuestro tiempo es la “ruptura entre el evangelio y la cultura”.
Ese
drama, por alguien calificado “tsunami de la secularización” y por Benedicto XVI
“fatiga del cristianismo”, se debería más bien, según calificados expertos, a
la “fatiga” de la religión frente a la vertiginosa “velocidad” de la nueva
civilización secularizada.
De
todo esto se deduce la importancia que tiene para las religiones el contar
entre sus miembros con líderes de mente cultivada y actitud abierta y comprensiva ante los continuos avances de
la ciencia, así como con científicos creyentes
ilustrados y comprometidos, capaces de armonizar en el pensamiento y en la vida cultura, ciencia y religión.
Isaías Díez del Río