En
anterior artículo decíamos que la globalización está afectando incluso a las
Instituciones Religiosas, cuya tendencia actual, en lugar de intentar reforzar
cada cual la propia y tradicional identidad –llamada carisma-, está buscando salvar y fortalecer la institución
compartiendo, en realidad, la unión en la uniformidad identitaria con otras
instituciones.
Esta orientación no es de extrañar. Hoy el
problema por solucionar entre las congregaciones es dilucidar si la institución
responde en la actualidad a lo que fue en su origen o fundación. Lo que supone
que debe abordarse su identidad o factor constitutivo –lo que se denomina
carisma-, y la institución o elemento constituido para responder al carisma
fundacional. En la formulación o institucionalización del carisma se responde al
entorno y a los retos sociales a los que quiere hacer frente la congregación.
Se entiende
aquí por carisma una gracia o don especial concedido por
Dios a algunas personas privilegiadas en beneficio de la comunidad. Para que
esa gracia pueda ser beneficiosa para la comunidad necesita ser transmitida en
sintonía con la cultura de la comunidad social a la que trata de servir. Este
objetivo se lleva a cabo a través de lo que se conoce por el fenómeno de la institucionalización
del carisma. Precisamente de la mayor o menor adecuación o armonía de la
institución con la cultura del entorno, dependerá la mayor o menor eficacia o
ineficacia social de la institución.
Eso es así porque tanto carisma como institución guardan una
estrecha relación con la circunstancia o entorno cultural donde una y otra surgen,
y a la que tratan de responder. Eso quiere decir que ni una ni otra son ahistóricas,
circunstancia esta que conlleva la posibilidad, incluso la necesidad, de tener
que redefinirse al compás del cambio de la circunstancia vital exterior, con el
fin de poder mantener en todo momento vigente su plausibilidad social. ¿El
necesario cambio institucional que le pide el cambio cultural no podrá, en
algún caso, conllevar también, en algún sentido, el cambio en el primitivo carisma
o identidad fundacional?
Porque ¿Qué sucederá si la circunstancia cultural en que
carisma e institución surgieron ya no existe, por haber sido modificada radicalmente/sustancialmente?
Que es, precisamente, lo que ha acontecido con el entorno cultural de no pocas
de las instituciones religiosas actuales que nacieron siglos atrás. Este es,
precisamente, el problema que deben tratar de resolver.
Es indiscutible que las ofertas institucionales de algunas
antiguas congregaciones todavía siguen sintonizando con las demandas de la
sociedad actual. Pero esto no significa que ni siquiera muchas de estas obras o
actividades tengan que ser realizadas hoy por una Institución religiosa, pues,
en realidad, la mayoría de estas finalidades o funciones asistenciales,
educativas y sociales responden a objetivos de referencia e incumbencia secular.
De lo dicho parece desprenderse que no pocas de las congregaciones
religiosas, que surgieron en siglos pasados, por no haberse satisfactoriamente
“aggiornado” y acomodado a las exigencias del contexto histórico de un nuevo
paradigma cultural, están hoy obsoletas, y abocadas a la muerte por haber
cumplido ya su ciclo vital. De hecho, no son pocas ya las obras de acreditados
autores que sostienen que el modelo de vida religiosa tradicional está ya obsoleto,
y necesitado de ser reemplazado por otro paradigma o modelo de vida religiosa nuevo
en sintonía con el paradigma de la cultura actual. Entre los efectos más graves
de esta anticuada situación, que se traduce en crisis, es la falta de
vocaciones en estas congregaciones. Esta pobreza de vocaciones agrava su cada
día mayor irrelevancia religiosa y social.
Ante esta decadente situación la respuesta más inmediata, fácil y clara, para hacer frente al problema de las
tareas u obras institucionales, es la unión entre las congregaciones con
objetivos afines, por aquello de que la
unión hace la fuerza. El peligro en estas circunstancias es subordinar lo
carismático a lo institucional con peligro de llegar a ser sustituido. Es
lógico y normal que ante la inviabilidad del carisma en su pureza primitiva se
busque, al menos, la viabilidad de la
institución. Esta fue, posiblemente, la razón sobre la que se apoyaron algunos
ilustres miembros del último Concilio para pedir la unión de las congregaciones
afines.
Hay que advertir que la situación descrita acontece en Europa
y, en general, en Occidente, y que el fenómeno afecta al conjunto de la Iglesia
occidental, pero no sucede lo mismo en otros continentes y culturas. El
problema, por tanto, grave y urgente por resolver –si tiene solución-, es saber
responder a la actual situación cultural de Occidente, con soluciones viables,
desde el carisma institucional.
Para poder acertar con la solución, lo primero por lo que hay que empezar es por aceptar que hoy
en Occidente se vive un nuevo paradigma
cultural, que en nada se parece a
paradigmas pasados, paradigma que hay
que asumir, hacer frente y saber responder con soluciones adecuadas.
En nuestro caso las congregaciones
participan de la misma situación que también afecta a la Iglesia oficial, que
aún sigue sin aceptar, con todas sus negativas consecuencias, el paradigma de
la modernidad. Y, a decir de los entendidos, “para asegurar el futuro de la
Iglesia, pasa a ser extraordinariamente urgente traducir la doctrina de la fe
al lenguaje de la modernidad” (R.Lenaers). Y “sin una autocomprensión de la iglesia dentro del paradigma de la
modernidad nunca habrá evangelización”(J.Monserrat). Lo que significa que
tampoco habrá evangelizadores en armonía con los “signos de los tiempos”.
Llegados a esta
situación de crisis eclesial y congregacional, tal vez venga al caso recordar
lo que hace ya algún tiempo dijo el famoso periodista Vittorio Messori: “Hoy hay en la Iglesia exceso de palabrería; las
pocas fuerzas que quedan parecen dedicadas a elaborar documentos para los archivos
o a hacer reuniones, encuentros, asambleas, en los que, además, participan
siempre las mismas personas, mientras que el mundo se aleja cada vez más de la
fe. En los últimos veinte años la Iglesia ha publicado más documentos que en
los veinte siglos precedentes. Son las instituciones en crisis, las que ya no
creen en sí mismas, las que multiplican las palabras”. En la referencia a la Iglesia incluía el
periodista desde el Papa hasta el último sacerdote, pasando por las
instituciones religiosas.
Isaías
Díez del Río