domingo, 2 de junio de 2019

CARISMA, INSTITUCIÓN Y NUEVO PARADIGMA CULTURAL


En anterior artículo decíamos que la globalización está afectando incluso a las Instituciones Religiosas, cuya tendencia actual, en lugar de intentar reforzar cada cual la propia y tradicional identidad –llamada carisma-, está buscando salvar y fortalecer la institución compartiendo, en realidad, la unión en la uniformidad identitaria con otras instituciones.

Esta orientación no es de extrañar. Hoy el problema por solucionar entre las congregaciones es dilucidar si la institución responde en la actualidad a lo que fue en su origen o fundación. Lo que supone que debe abordarse su identidad o factor constitutivo –lo que se denomina carisma-, y la institución o elemento constituido para responder al carisma fundacional. En la formulación o institucionalización del carisma se responde al entorno y a los retos sociales a los que quiere hacer frente la congregación.
Se entiende aquí por carisma   una gracia o don especial concedido por Dios a algunas personas privilegiadas en beneficio de la comunidad. Para que esa gracia pueda ser beneficiosa para la comunidad necesita ser transmitida en sintonía con la cultura de la comunidad social a la que trata de servir. Este objetivo se lleva a cabo a través de lo que se conoce por el fenómeno de la institucionalización del carisma. Precisamente de la mayor o menor adecuación o armonía de la institución con la cultura del entorno, dependerá la mayor o menor eficacia o ineficacia social de la institución.


Eso es así porque tanto carisma como institución guardan una estrecha relación con la circunstancia o entorno cultural donde una y otra surgen, y a la que tratan de responder. Eso quiere decir que ni una ni otra son ahistóricas, circunstancia esta que conlleva la posibilidad, incluso la necesidad, de tener que redefinirse al compás del cambio de la circunstancia vital exterior, con el fin de poder mantener en todo momento vigente su plausibilidad social. ¿El necesario cambio institucional que le pide el cambio cultural no podrá, en algún caso, conllevar también, en algún sentido, el cambio en el primitivo carisma o identidad fundacional?
Porque ¿Qué sucederá si la circunstancia cultural en que carisma e institución surgieron ya no existe, por haber sido modificada radicalmente/sustancialmente? Que es, precisamente, lo que ha acontecido con el entorno cultural de no pocas de las instituciones religiosas actuales que nacieron siglos atrás. Este es, precisamente, el problema que deben tratar de resolver.


Es indiscutible que las ofertas institucionales de algunas antiguas congregaciones todavía siguen sintonizando con las demandas de la sociedad actual. Pero esto no significa que ni siquiera muchas de estas obras o actividades tengan que ser realizadas hoy por una Institución religiosa, pues, en realidad, la mayoría de estas finalidades o funciones asistenciales, educativas y sociales responden a objetivos de referencia e incumbencia secular.
De lo dicho parece desprenderse que no pocas de las congregaciones religiosas, que surgieron en siglos pasados, por no haberse satisfactoriamente “aggiornado” y acomodado a las exigencias del contexto histórico de un nuevo paradigma cultural, están hoy obsoletas, y abocadas a la muerte por haber cumplido ya su ciclo vital. De hecho, no son pocas ya las obras de acreditados autores que sostienen que el modelo de vida religiosa tradicional está ya obsoleto, y necesitado de ser reemplazado por otro paradigma o modelo de vida religiosa nuevo en sintonía con el paradigma de la cultura actual. Entre los efectos más graves de esta anticuada situación, que se traduce en crisis, es la falta de vocaciones en estas congregaciones. Esta pobreza de vocaciones agrava su cada día mayor irrelevancia religiosa y social.


Ante esta decadente situación  la respuesta más inmediata, fácil  y clara, para hacer frente al problema de las tareas u obras institucionales, es la unión entre las congregaciones con objetivos afines, por aquello de que  la unión hace la fuerza. El peligro en estas circunstancias es subordinar lo carismático a lo institucional con peligro de llegar a ser sustituido. Es lógico y normal que ante la inviabilidad del carisma en su pureza primitiva se busque, al menos,  la viabilidad de la institución. Esta fue, posiblemente, la razón sobre la que se apoyaron algunos ilustres miembros del último Concilio para pedir la unión de las congregaciones afines.


Hay que advertir que la situación descrita acontece en Europa y, en general, en Occidente, y que el fenómeno afecta al conjunto de la Iglesia occidental, pero no sucede lo mismo en otros continentes y culturas. El problema, por tanto, grave y urgente por resolver –si tiene solución-, es saber responder a la actual situación cultural de Occidente, con soluciones viables, desde el carisma institucional.
Para poder acertar con la solución, lo primero por  lo que hay que empezar es por aceptar que hoy en Occidente se  vive un nuevo paradigma cultural, que en  nada se parece a paradigmas pasados, paradigma  que hay que asumir, hacer frente y saber responder con soluciones adecuadas.


En nuestro caso  las congregaciones participan de la misma situación que también afecta a la Iglesia oficial, que aún sigue sin aceptar, con todas sus negativas consecuencias, el paradigma de la modernidad. Y, a decir de los entendidos, “para asegurar el futuro de la Iglesia, pasa a ser extraordinariamente urgente traducir la doctrina de la fe al lenguaje de la modernidad” (R.Lenaers). Y “sin una autocomprensión de la iglesia dentro del paradigma de la modernidad  nunca habrá evangelización”(J.Monserrat). Lo que significa que tampoco habrá evangelizadores en armonía con los “signos de los tiempos”.


Llegados a esta situación de crisis eclesial y congregacional, tal vez venga al caso recordar lo que hace ya algún tiempo dijo el famoso periodista Vittorio Messori: “Hoy hay en la Iglesia exceso de palabrería; las pocas fuerzas que quedan parecen dedicadas a elaborar documentos para los archivos o a hacer reuniones, encuentros, asambleas, en los que, además, participan siempre las mismas personas, mientras que el mundo se aleja cada vez más de la fe. En los últimos veinte años la Iglesia ha publicado más documentos que en los veinte siglos precedentes. Son las instituciones en crisis, las que ya no creen en sí mismas, las que multiplican las palabras”.  En la referencia a la Iglesia incluía el periodista desde el Papa hasta el último sacerdote, pasando por las instituciones religiosas.
                                                                           Isaías Díez del Río