No pocos de
los analistas de la situación religiosa actual comienzan su análisis con la constatación
de la fuerte secularización de la sociedad occidental. No es infrecuente leer que tenemos que aceptar que hoy en Occidente
se vive en una sociedad culturalmente poscristiana. Naturalmente para avalar su
afirmación suelen recurrir a las estadísticas, que, por desgracia, les dan la
razón. Por consignar unos datos de
Europa, según el último estudio del Pew
Research Center, el 30% de los españoles se declara ateo o agnóstico, por
detrás de Holanda (48%), Noruega (43%), Suecia (42%), Belgica (38%),Dinamarca
(30%) .
No
todas las personas que no se adhieren o que se desligan de una religión
institucionalizada carecen de creencias religiosas. Son precisamente estas
novedosas expresiones religiosas, a las que se adhieren no pocos de los que
abandonan o renuncian a las creencias tradicionales, las referentes de estas líneas. Es el
fenómeno que hoy se conoce con la denominación genérica de “nueva religiosidad”.
La
“nueva religiosidad” –a menudo también definida como “nueva espiritualidad”- es
un melting pot, un totum revolutum, un “mosaico” de
creencias y de prácticas, en el que se encuentran mezclados elementos
culturales, religiosos y antropológicos, provenientes de muchas y muy distintas
tradiciones culturales y religiosas, cuya común convergencia es exhibir todos un
carácter de alternativa al “establishment”
religioso tradicional. Los fenómenos religiosos de la “Nueva Religiosidad”, encuadrados en la conocida New Age, presentan fuertes rasgos de
religiosidad pagana y oriental, y se parecen muy poco a la religión cristiana
tradicional. Alguien ha definido este nuevo
paradigma religioso como un fenómeno “psico-místico-paracientífico-espiritual-terapéutico” (Th.Roszak). Este sincretismo religioso, por alguien
calificado “religiosidad difusa” (J.M.Mardones), coincide, sin embargo, con la religión tradicional en que trata de
restituir un sentido a la vida y en que,
para sus seguidores, hace las funciones de religión.
Esta
nueva religiosidad , según Introvigne, sería la última etapa a que
ha llegado el proceso degenerativo de la religión en Occidente, es decir, la
fase que el autor formula como: “lo
sagrado sí, religión no”. En esta “religión sin religión” lo sagrado no
estaría fuera, más allá y por encima de lo humano, sino en el mismo ser humano.
En la evolución del fenómeno religioso en Occidente viene haciéndose realidad el vaticinio de G.K.Chesterton: “el peligro de no creer en nada es acabar creyendo
en cualquier cosa”.
Esta
espiritualidad posmoderna es una espiritualidad emocional sin el Dios de las religiones tradicionales. Como la
describe un autor , “la religiosidad posmoderna privilegia la experiencia antes
que la doctrina, los itinerarios personales antes que las grandes tradiciones,
las vivencia espirituales antes que los contenidos doctrinales. Y el creyente
de hoy es un buscador, un peregrino que quiere decidir cómo, cuándo y a quién
creer”(M.Pastorino). En realidad es
una religiosidad multiforme, sin nombre ni rostro.
Dicen
los entendidos que hay dos distintas perspectivas o formas diferentes de mirar
y ver el mundo: el modo masculino y el modo femenino. La mirada masculina viene
definida por la fuerza, la violencia, la dominación, el poder y, en último
término, la racionalidad. La manera de ver el mundo femenina, en cambio, denota
debilidad, ternura, paz, servicio…Por eso el espíritu moderno es eminentemente
“masculino”; el espíritu, en cambio de
la posmodernidad es predominantemente “femenino”. En la nueva sensibilidad
posmoderna prevalece evidentemente la visión femenina del mundo, es decir, una
visión donde la “intuición”, la “emoción” y la “sensibilidad” predominan sobre
o, por lo menos, tanto como la racionalidad. De ahí la actualidad hoy de la “posverdad”.
Según
los datos del año 2010 de Research
Religion and Public Life Proyect, los “creyentes sin religión” en Europa son
un 18%, en Asia, 21%, y en América Latina un 8%. En el mundo ascienden al
16,4%. Hoy estos porcentajes se han incrementado significativamente.
Esta específica sensibilidad cultural no deja
de proyectarse, de algún modo y en cierta medida, en las manifestaciones de la
religiosidad tradicional. A diferencia de la religión oficial, por ejemplo, la religión popular no deja de tener rasgos
parecidos a los de la nueva religiosidad. Según un autor, la religión popular “es
una religión ligada al cuerpo, a la danza, a la música, a la comida, a la
sexualidad, es comunitaria y cósmica,
con una fuerte impregnación ecológica y una decisiva participación de la mujer”
(Pablo Richard). Es una religión
eminentemente emocional. No es por eso infrecuente el paso de elementos de una
religión a otra.
Respondiendo
también a esta nueva sensibilidad
cultural posmoderna, en el ámbito de la moral católica pueden señalarse
las que Carlos Arboleda Mora ha
calificado como características de la moral renovada:
-
Una moral del indicativo antes
que del imperativo
-
Una moral de la persona antes
que de la ley
- Una moral del espíritu antes
que de una moral juridicista (moral de convicción)
- Una moral de contexto antes que
una moral del objeto en sí
- Una moral de la perfección
antes que de una moral estática e intemporal
- Una moral de motivación más que
una moral de coacción
- Una moral de actitudes y no de
actos
- Una moral de diálogo y no de
imposición
Consciente
sabedor de esta nueva sensibilidad posmoderna, no es tampoco extraño que el
Papa Francisco en sus alocuciones priorice siempre la fe, el amor y la
misericordia por encima de las enseñanzas, la doctrina y la moral. No faltan,
por eso, quienes le califican ideológicamente como “populista”.