Si de algo,
desde la antigüedad más lejana, se ha escrito largo, variado y bello es sobre
la amistad.
Es sin discusión el afecto humano más valorado después del amor. Incluso hay
pensadores que lo juzgan superior al amor. No es extraño, por eso, que sean
incontables los refranes que a lo largo de la historia humana este afecto ha
originado. Por citar uno, entre tantos, está el de Aristóteles que define al
amigo como “una sola alma habitando en dos
cuerpos”. La Real Academia Española la define como el “Afecto personal, puro y
desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el
trato”.
Entre la ingente bibliografía que en su largo recorrido histórico ha
originado este afecto, vamos a fijarnos únicamente en los elementos o valores
que engloba la amistad tal como en breve síntesis nos los ofrece un autor contemporáneo.
En uno de sus libros “Sobre la amistad”, Pedro Laín Entralgo nos hace esta
descripción: «La amistad es una relación genuinamente interpersonal. En un acto personal,
íntimamente vivido como propio, el amigo quiere el bien del amigo (benevolencia
personalizada), habla bien de él, sin
faltar, por supuesto, a la verdad (benedicencia personalizada), procura
efectivamente su bien (beneficencia personalizada) y le confía verbalmente algo sólo para él (benefidencia
personalizada). Aunque tanto se
abuse socialmente de los términos «amistad»
y «amigo», sólo en esto consiste la verdadera amistad, sólo así se es verdadero amigo».
Asumir en la apertura y el trato con «el otro» la
benevolencia, la benedicencia, la beneficencia y la benefidencia,
es el mejor programa que una persona o un grupo humano puede idear para fundamentar y
construir unas relaciones interpersonales sobre el más alto grado
de humanidad. Practicar la amistad es
«fraternizar», es humanizar y cordializar las relaciones humanas, es crear comunión en
la diferencia.
Un concepto muy próximo y muy afín, pero de más amplio horizonte y valía
social, al de la amistad, es el de «projimidad».
Cuando la acción de la benevolencia y de la beneficiencia tienen como
término o destino al otro simplemente por ser persona/hombre, sin ser
necesariamente amigo ni siquiera conocido del benevolente y el benefaciente, en
este caso es amor de projimidad. En
definitiva, cuando el
acto amistoso es totalmente despersonalizado y desinteresado, entonces
la acción traspasa el amor de amistad y se convierte en amor
de projimidad .
Aunque todavía se
mantenga en el horizonte humano como lejana utopía, la projimidad es un
concepto relacionado con lo que Aristóteles llamaba ya en su tiempo la “amistad cívica”, y la sociedad de
nuestros días (Adela Cortina, J.A. Marina…)
simplemente ciudadanía. Los valores con los que la sociedad trata de dotar
hoy al ciudadano los concentra y transmite en lo que llama “educación
para la ciudadanía”. Esta educación
es y debe ser una formación en valores sociales compartidos, tanto a nivel
universal de condición humana, como a nivel de identidad grupal. Su objetivo
final es la fraternidad o projimidad entre todos los hombres, esa fraternidad,
precisamente, a la que constantemente apela el Papa Bergoglio en todos sus
pronunciamientos. La misma que echó en falta Martin Luther King en aquella
célebre frase: “hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos
aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos”.
El último fin que busca la
educación por la ciudadanía es lograr un
mundo donde florezcan las relaciones humanas de
la projimidad. Por eso, con independencia de cualquier fe religiosa,
nunca se resaltará bastante en toda sociedad la importancia de la educación
para la ciudadanía. El ser social del hombre es ser ciudadano. Y la misión de
la educación es lograr que aflore en ese ciudadano lo mejor que tiene de
verdadero, de bueno y bello su condición humana. El mero análisis de la
condición humana le llevó en el siglo pasado a Martin Heidegger a definir al hombre como un ”ser-con-los-demás”, fórmula que su compatriota
D. Bonhoeffer cristianizó definiéndolo como un “ser-para-los-demás”. La meta de la educación, según estos
pensadores consistiría en lograr un hombre “con-y-para-los-demás”,
es decir, un hombre cabalmente convivencial
(Ivan Illich).
Pretender
fundamentar la convivencia social en la amistad, es
el más
alto y noble empeño que un grupo humano o sociedad puede adoptar como norma de
convivencia. Intentar ampliarla basándola en la projimidad, además de la
amistad, es la cima ejemplar en la sociedad del humanismo secular. Irrigar y trascender la amistad y la projimidad secular por
la amistad y projimidad evangélica o caridad
cristiana, dotando a ambos afectos de
horizonte y dimensión religiosa, es el rasgo distintivo y esencial
del cristiano.
El ejercicio de la amistad y de la projimidad, tanto secular como
religiosa, puede llevarse a cabo a través del individuo o por medio de un grupo
o comunidad. El fenómeno
de la globalización jugará en su práctica un papel importante. De hecho San
Agustín abre, amplifica y enaltece más el radio y la fuerza de acción de los
mencionados afectos, fortaleciendo el amor de amistad y el amor de projimidad
cristianas o caridad con su dimensión comunitaria, es decir, dando al ejercicio
de ambos amores una fuente permanente de autoalimentación y de eficacia a
través de la comunidad. Por eso el perfil de comunidad o fraternidad religiosa por
él fundada estaba caracterizado por la comunión de vida en clave de amistad, es
decir, una fraternidad cristiana vivida en comunidad.
Isaías Díez del Río