jueves, 20 de septiembre de 2018

CRISTIANOFOBIA Y OCCIDENTE


No es infrecuente encontrarse hoy con publicaciones que lleven portadas como esta: “Europa en la encrucijada. Tras el “brexit”, la UE busca reinventarse para hacer frente común a los nuevos desafíos que se dibujan en el horizonte” (ABC,junio de 2018).


Que Europa está en una encrucijada, parece evidente, y no solo por un único motivo. Entre otros posibles de señalar, aquí vamos a fijarnos en uno en concreto: el referente a su identidad  tradicional. Desde siempre se ha venido definiendo la cultura occidental como la civilización constituida por tres elementos básicos: el logos o pensamiento griego, el ius, el derecho romano, y la crux, o religión cristiana. ¿Qué acontecerá si falta uno de estos tres ingredientes constitutivos de su identidad tradicional?


Nadie pone en duda la pervivencia del pensamiento grecoromano como un elemento constituyente básico de esta cultura. Pero, ¿acontece o acontecerá lo mismo con la herencia o elemento cristiano? ¿Sigue hoy la religión cristiana prestando el horizonte de sentido o respuestas últimas a la existencia  del hombre occidental, como lo ha hecho en siglos precedentes?


Desde el triunfo del cristianismo con Constantino (313), hasta el comienzo del mundo moderno, la religión cristiana, en su versión de Iglesia católica, sobrepasándose –para su mal-  a sí misma, además de un faro de sentido para la vida, es decir, además de religión, fue una visión institucionalizada (institutionalized world view) sobre todos los órdenes o aspectos de la realidad humana. Europa era cristiana en su pensamiento, instituciones y cultura. Europa, en definitiva, era la “respublica christiana” del “régimen de cristiandad”.
Desde el origen de la modernidad el pensamiento secular, profano o laico fue constante y progresivamente separándose e independizando del mundo de la fe religiosa, hasta llegar a hacerse normal en nuestros días la separación e independencia de ambos mundos. Pero no solo se han independizado –como es normal- las visiones o interpretaciones racionales del mundo del cosmos de la fe cristiana, sino también, en gran medida, han cambiado las mismas relaciones humanas con el Dios cristiano de la tradición. Es lo que se conoce con el fenómeno de la secularización del mundo, en el que florece el agnosticismo y el ateísmo en su mayor grado de expresión.


Con el previsible desarrollo o aumento de esta secularidad, en su versión de agnosticismo y de ateísmo existencial y cultural, unido a la laicidad generalizada de los Estados y la creciente inmigración de pueblos con ideologías religiosas diferentes, ¿no llegará un momento en que Occidente tenga que “reinventarse” una nueva identidad, en la que esté excluida la crux, para redefinir esta nueva cultura, huérfana del Dios cristiano?
Ese planteamiento ya se suscitó en el siglo pasado, cuando ilustres pensadores del momento, en sintonía con el pensamiento de Nietzsche, elaboraron la conocida teoría de “La muerte de Dios” (William Hamilton, Thomas Altizer, Paul van Buren, Gabriel Vahanian). A pesar de su dialéctica y su empeño en el diagnóstico de la muerte de Dios, se equivocaron en sus predicciones. Pese a este fracaso, no deja de haber todavía hoy pensadores y destacados escritores en Occidente que, con la ayuda de no pocos medios de comunicación adictos, siguen con esa misma pretensión (Richard Dawkins, Sam Harris, Dan Dennett, Christopher Hitchens, Michel Onfray…), pero, a pesar de tantos y tan variados intentos, a pesar de la no disimulada “cristianofobia” en no pocos, esa defunción, en caso de darse, parece estar todavía muy lejana.


No obstante el revés a esa muerte anunciada, tal vez por deseada, no puede negarse que desde el inicio de la modernidad la crisis o descenso progresivo de la creencia cristiana ha sido un fenómeno constante en Occidente. Pese a  la duda sobre la veracidad de los datos, según el último estudio del Centro de Investigaciones norteamericano Pew (Pew Research Center), solo dos tercios de los españoles se considera cristiano, por debajo de países como Alemania, Austria, Suiza, Reino Unido o Finlandia. Llamativo es también el índice de ateos o agnósticos en nuestro país: un 30%, por encima de Francia (un 28%) o Alemania (24%).  A pesar de todo, el estudio del Pew concluye que la identidad cristiana sigue siendo un marcador significativo en Europa occidental, incluso entre aquellos que rara vez asisten a la iglesia. En España, como en otras sociedades europeas, está bastante en boga la conocida tesis de Grace Davie “creer sin pertenecer”.


En definitiva: a pesar del creciente “silencio de Dios” en la escena pública y privada, como consecuencia de la creciente descristianización de la sociedad y el paulatino desplazamiento del cristianismo de Europa hacia otros continentes y culturas, el horizonte de una nueva redefinición de la identidad europea, en la que quede excluido el Cristianismo como ingrediente constitutivo básico de esta sociedad, todavía parece hallarse muy alejado de la conciencia generalizada de los europeos. Al menos, eso dicen las estadísticas.


                                                     Isaías Díez del Río