jueves, 17 de mayo de 2018

GLOBALIZACIÓN E IDENTIDAD: POLITICA Y RELIGIÓN


La identidad suele definirse como el conjunto de los rasgos propios de una persona, de una cosa o de una comunidad. Estos rasgos caracterizan al sujeto, al objeto, o a la colectividad frente a los demás y a lo demás.

       La identidad se ejerce, se desarrolla y se potencia en la medida en que se afirma en la diferencia, en la medida en que se reconoce distinta en la alteridad de los otros y de lo otro. En la praxis, la identidad se predica siempre de sujetos o actores sociales, es decir, de personas, grupos y colectividades.


Cualquier impedimento o dificultad al despliegue de la identidad personal o de una comunidad identitaria, suele provocar el descontento y la posible aparición en la sociedad de la rebelión personal o colectiva a través de la reafirmación y defensa de la diferencia. No faltan, por eso, reconocidos analistas de la violencia en el mundo actual, que sostienen que “la paz, la armonía y la justicia están, inextricablemente, relacionadas con el enfoque que la humanidad adopte para resolver la cuestión de las identidades” (F.Wilfred).

Aunque la globalización es un fenómeno económico, político, cultural y social, su mayor enemigo es el fenómeno cultural de la globalización, más conocido como mundialización de la cultura. La globalización, en el ámbito de la cultura, se caracteriza por el proceso que interrelaciona y trata de fusionar las distintas sociedades y culturas locales en una cultura y sociedad o aldea global (network society). La globalización tiende a uniformar, a reducirlo todo a lo mismo, a “la expulsión de lo distinto” (Byung-Chul Han), provocando así la erosión y la pérdida de lo diferente, de lo identitario. Su impacto o repercusión sobre la originalidad identitaria, en beneficio de la homogeneidad o igualdad cultural es enorme, y fácilmente constatable. Su horizonte es la multiculturalidad del melting pot.


A nivel social, el proceso uniformador de la globalización está provocando en la actualidad el renacer y la proliferación de los nacionalismos y los movimientos populistas e identitarios. En España tenemos el caso reciente de Cataluña.

La identidad está en estrecha relación con el nacionalismo: esa tendencia de las comunidades nacionales a la reafirmación de la propia personalidad identitaria mediante la autodeterminación política. Entre los diferentes significados con que el término es definido por la RAE, entendemos aquí por nacionalismo “el afecto y sentido de pertenencia de los oriundos de una determinada nación respecto a ella”.

El nacionalismo, a su vez, suele estar estrechamente ligado al populismo, por aquello de que siempre se está ligado al lugar donde uno nace. No en vano el término nacionalismo, está formado del latin “nasci” que significa “nacer” y el sufijo “–ismo” que equivale a “sistema, teoría, doctrina o tendencia”. En este caso sería la tendencia a primar en la estimación personal aquello donde uno nace, es decir, los sueños y esperanzas del pueblo.

Si bien el término populismo es muy ambiguo, impreciso y complejo, siempre hace referencia a todo aquello – sistema, teoría o doctrina- que resulta atractivo para el pueblo. Y los objetivos y metas del pueblo van siempre dirigidos hacia todo aquello que afecta a los intereses y aspiraciones de la comunidad donde los individuos nacen y de la que forman parte. De hecho, hoy se habla de populismo como alternativa de todo. Con no pequeña exageración, rayana en la equivocación, un ilustre escritor, formado en el mismo entorno que el papa Francisco, llega a afirmar que “el Papa es el líder del populismo mundial” (J.J.Sebreli).


No ajenas, sino más bien asociadas, a este clima cultural y políticosocial de la globalización, están la intransigencia cultural de los fundamentalismos y la hoy invasiva posverdad, es decir, la definición y aceptación de la verdad de un acontecimiento o realidad por la emoción o el sentimiento que suscitan, más que por la racionalidad o verdad que comportan.

         Pese a que en el fenómeno, seguidamente a mencionar, intervengan también otros específicos factores, la globalización en este momento está afectando incluso a las Instituciones Religiosas, cuya tendencia actual, en lugar de intentar reforzar cada cual la propia y tradicional identidad –llamada carisma-, busca salvar y fortalecer la institución compartiendo la unión en la uniformidad identitaria con otras instituciones.
Es más, hasta las mismas Confesiones Religiosas están buscando en la actualidad el acercamiento y la posible unión entre ellas, fundamentándose, para este encuentro, en los elementos esenciales que todas comparten y los beneficios político-sociales que la buena relación entre ellas conlleva. No perder de vista, por ejemplo, las actuales relaciones de cercanía entre Catolicismo y Luteranismo. ¿Pretenden con esto, instituciones y confesiones, ofertar a la sociedad la religión en su pureza más simple y original, liberándola de las tradicionales diferencias históricas, que las distinguen, separan y erosionan, para así lograr atraer adeptos y hacer más placentera la práctica y la vivencia de la religión?

Nada en el ámbito de la religión responde mejor al concepto de globalización que el fenómeno de los “creyentes sin religión”, o “religión sin Dios”. Se mueven en este campo quienes desechan las religiones históricas, pero no dejan de sentir la pulsión por un sentido espiritual en su vida. La razón de esta preferencia se explica porque, como dice un autor, “la religiosidad postmoderna privilegia la experiencia antes que la doctrina, los itinerarios personales antes que las grandes tradiciones, las vivencias espirituales antes que los contenidos doctrinales” (M. Pastorino). Lo religioso después de la religión (Ferry-Gauchet), es una espiritualidad laica, humanista y sin Dios.



   Esta tendencia actual entre las religiones al diálogo y a la unión, no hay que desligarla de su beneficiosa proyección en el ámbito político. Sobre la influencia de las buenas relaciones entre las religiones en el plano político, nunca deberá minusvalorarse el conocido pensamiento de Hans Küng: "No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones, y no habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones".

En otro sentido, también están contribuyendo en la actualidad a la globalización u homogeneización de la humanidad los Derechos Humanos, por ser, precisamente, derechos inherentes a todos los seres humanos. Aunque en el plano doctrinal, tanto éstos como los Derechos Civiles no siempre estén acordes con los principios éticoreligiosos de algunas religiones y sociedades, desde que se promulgaron por vez primera (1948), no dejan de estar constantemente ampliando su campo de aplicación, afectando, por lo mismo, cada día a mayor número de sociedades, religiones y personas. 


   Sobra decir que solo es posible el fenómeno de la globalización, gracias a los actuales Medios de comunicación. La relación entre globalización y comunicación es tan estrecha y larga que, como alguien ha escrito, gracias a los medios de comunicación, avanza rápidamente la globalización, y gracias a la globalización los medios están mundialmente presentes y conocidos.

                                                             Isaías Díez del Río