Felicidad es la
palabra predominante estos días en todos los "medios" de comunicación social. ¿Por qué? Porque la
felicidad es el valor y el afán humano por excelencia
y, como consecuencia, el asunto que más ha concernido siempre a los hombres de
todos los tiempos y de todas las culturas. Y lo es porque el anhelo de
felicidad es consustancial al ser humano. Todos los hombres quieren ser
felices. «Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices», confesará san
Agustín[1].
Lo que es claro síntoma de que el ser humano está destinado a la felicidad; o,
lo que es lo mismo, que, corno escribió J. B. H. de Lacordaire «la felicidad,
es la vocación del hombre».
1.
FELICIDAD Y RELIGIÓN CRISTIANA
Por eso, parece
paradójico que la religión cristiana, que es el origen y la fuente de la fiesta
humana por antonomasia -esa que
celebra la oferta gratuita de la salvación por parte de Dios-, sea una religión
considerada como enemiga de la
felicidad humana. ¿Puede justificarse o explicarse este aparente
contrasentido, proyectado habitualmente en forma de rutinaria acusación?
Hay que reconocer que ese acento en la cruz, como rasgo identitario de
esta religión, históricamente es cierto. Y tiene su explicación. En el origen
del cristianismo, el primer obstáculo que esta religión tuvo que vencer, para
abrirse camino en aquella sociedad pagana, fue demostrar la compatibilidad de
la muerte en la cruz con la divinidad de Jesús. Para la mentalidad del mundo
pagano era incomprensible que un Dios muriera en la cruz. A este primer paso o
primera motivación, le siguió -por dinámica de la tradición- la paulatina
exaltación y culto preferente de la cruz por la teología posterior, en menoscabo
de la realidad de la
resurrección.
La andadura, pues,
de esta religión comenzó por tener que defender ante el mundo pagano que la
muerte de Jesús en la cruz,
no era incompatible con el hecho de ser Dios. Pero luego, por la fuerza de la
tradición, ese primer encumbramiento, de carácter apologético, de la cruz, fue manteniéndose y acrecentándose continuamente,
hasta llegar, prácticamente, a nuestros días. Hoy, sin embargo, ya se empieza a revisar
esta visión dolorista de la vida.
Esta concepción, a juicio de relevantes pensadores, no deja de ser una visión fragmentaria,
unidimensional de la fe cristiana. Una visión integral del mensaje evangélico, sin negar la cruz, debe enaltecer, en la misma o
mayor medida, el otro elemento esencial de esta religión: la resurrección.
2. DIOS NOS QUIERE FELICES
Resaltar la
resurrección, o el perfil fruitivo de la fe cristiana, parece lógico. Lo extraño
es que no lo haya parecido siempre. Racionalmente, parece evidente que el
mensaje y el testimonio de Jesús no se aviene con una religión/institución opuesta
a la felicidad humana. Ni se aviene, ni podría avenirse, pues, como escribe J.
M.a Castillo, «si Dios, efectivamente, se identifica, se humaniza y se
funde con lo humano, eso quiere decir obviamente que la voluntad suprema y
determinante de Dios se tiene que entender a partir de la aspiración suprema que Dios
ha puesto en el ser humano, la aspiración a la felicidad. Es decir, lo que Dios
quiere, ante todo y sobre todo, es que los seres humanos seamos felices»[2].
Si el hombre está
destinado por Dios a la felicidad, parece aberrante suponer que Dios no
quiera esa felicidad del hombre. La prueba la tenemos en el testimonio de la vida
de Jesús. Todos
los hechos de la vida de Jesús fueron una
clamorosa exaltación de la vida. «Jesús, ha escrito Juan Estrada, trajo un
mensaje de esperanza; sanó, perdonó, alivió el sufrimiento;
transmitió ganas de vivir y de luchar; anunció una salvación aquí y ahora, para la
vida, la del reino de Dios. Nadie acusaría a Jesús de obstaculizar la felicidad
humana. El problema
es que no ha ocurrido lo mismo con la religión cristiana». Tradicionalmente,
ya se ha indicado y explicado el porqué, la religión cristiana ha anunciado
principalmente el mensaje de la cruz. Hoy, sin embargo, la nueva perspectiva de
la teología del hombre salvado
y redimido intenta volver a reconciliar felicidad natural y salvación
sobrenatural. G. Geshaker, por ejemplo, afirmará que «la teología actual
intenta ver la salvación como felicidad, y entender la felicidad en orden a la
salvación»[3].
Y es que, como ya en su día escribió J. L. Ruiz de la Peña, «hay que soldar la
brecha abierta entre felicidad (natural, cismundana) y salvación (sobrenatural,
ultramundana) y comprender que los momentos de felicidad son la parábola anticipatoria
de la salvación; no algo efímero que se consume fugazmente, sino primicias y
arras del gozo irrevocable»[4].
3. EL CRISTIANISMO ES CRUZ PERO, SOBRE TODO,
RESURRECCIÓN
Es innegable que el
cristianismo es cruz (referente de dolor y muerte), pero también no es menos
cierto que, además de eso y
sobre eso, es resurrección (referente de vida, felicidad y gloria).
Por eso, la Pascua, y no la cruz, es y debe ser el centro del calendario
cristiano. San Pablo nos
señala claramente que el hecho axial del cristianismo es la resurrección
y no la crucifixión (1 Co 15, 12-28). Nunca, por otra parte, debemos olvidarque el Dios del
Nuevo Testamento, es decir, el Dios de Jesucristo, es un Dios Padre, un Dios de
Misericordia y de Amor, no un Dios Justiciero y de Temor, como lo es el Dios
del Antiguo Testamento.
Un Dios complaciente/amante del dolor humano no congenia con ese rostro del Padre de Amor, Bondad y Misericordia de los Evangelios. Un Dios con rostro "sádico" sería, precisamente, una de las «imágenes perversas e idólatras» de Dios, de las que habla J. M. Mardones en su obra póstuma, que habría que sanarlas, sustituyéndolas por otras positivas y más evangélicas[5].
Se ha llegado a esta situación en la valoración cristiana porque, como recientemente se ha escrito, en la teología occidental, siguiendo la tradición, a diferencia de la oriental, ha prevalecido «una cristología con poca relevancia de la resurrección, pues parece que todo se consuma en el sacrificio de la cruz» (V. Codina). Hasta tal punto ha predominado esta visión, que se ha llegado a escribir que los cristianos/católicos parecen haber arrancado de los Evangelios las páginas de la resurrección.
Un Dios complaciente/amante del dolor humano no congenia con ese rostro del Padre de Amor, Bondad y Misericordia de los Evangelios. Un Dios con rostro "sádico" sería, precisamente, una de las «imágenes perversas e idólatras» de Dios, de las que habla J. M. Mardones en su obra póstuma, que habría que sanarlas, sustituyéndolas por otras positivas y más evangélicas[5].
Se ha llegado a esta situación en la valoración cristiana porque, como recientemente se ha escrito, en la teología occidental, siguiendo la tradición, a diferencia de la oriental, ha prevalecido «una cristología con poca relevancia de la resurrección, pues parece que todo se consuma en el sacrificio de la cruz» (V. Codina). Hasta tal punto ha predominado esta visión, que se ha llegado a escribir que los cristianos/católicos parecen haber arrancado de los Evangelios las páginas de la resurrección.
La percepción de
esta concepción dolorista de la vida, que ha solido ofrecer la
religión cristiana, ha suscitado no pocas páginas literarias. Sobresalen, tal
vez sobre todas, las que arrancó a Nietzsche: «Mirad a los cristianos. Siguen a
un resucitado, pero sus caras son de muertos. ¿Cómo voy a creer a estos
cristianos que, siguiendo a un salvador, no tienen cara de redimidos?»[6]
Este grito de
Nietzsche se ha prolongado hasta nuestros días, exteriorizándose en el eslogan
de los autobuses
que recorren algunas ciudades europeas: «Dios probablemente no existe. No te
preocupes. Disfruta de la vida»,
sufragado por colectivos ateos.
4.
SENTIDO CRISTIANO DE LA CRUZ
Con lo que fue un
acto puntual en su vida -su último gesto de amor a los hombres: la muerte en la
cruz-, ¿pretendía Jesús suscitar entre sus seguidores la voluntaria opción de
por vida de la cruz o el sufrimiento, como medio de autorrealización humana y
entrega/ofrenda grata a Dios? Si no fuere así, ¿por qué recalcar tanto e imitar
sólo ese gesto de la vida de Jesús, sobre todos los demás, y no otros, como el
hecho sustancial de la resurrección? Ciertamente, Jesús, para seguirle,
nos invita a que tomemos/soportemos -hoy diríamos, con resignación
cristiana, esto es, dándole sentido salvífico-, nuestra respectiva cruz -«si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome SU cruz y sígame» (Mc
8,34)-, pero no nos pide que hagamos voluntariamente de nuestra vida entera
una cruz.
Porque una cosa es
asumir por amor la cruz que a uno le depara la vida -¿y quién es el afortunado que se
libra de ella?-, y otra,
muy distinta, es buscar y convertir la cruz en fin de la vida y en
objeto único de plenitud de gozo y de felicidad. En nosotros, como en Jesús,
salva el amor, no el dolor. ¿Buscó, acaso, Jesús la cruz o, más bien, aceptó,
por amor a los hombres, la cruz que, contra su voluntad, su Padre
le envió: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga
mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39)?
Refiriéndose a esa
mentalidad cristiana "dolorista", J. M. Mardones, entre otras
certeras páginas, ha escrito que «con esta exaltación de la muerte y la cruz,
se sacraliza el sufrimiento con toda una serie de consecuencias negativas, patológicas»[7].
Por eso, a su juicio, «urge recuperar una religión no sacrificial y un Dios de la vida»[8].
¿No querría Jesús
con su muerte significar a sus seguidores que, para un seguidor suyo, todo lo que pueda sucederle en
el transcurso de su vida -incluida una muerte ignominiosa-,
todo tiene sentido? Es obvio que, entre las posibles y adversas situaciones en
las que pueden encontrarse los cristianos en su existencia, hay que contar con la
muerte. Pues bien, la muerte de Cristo en la cruz le está diciendo al cristiano
que incluso la
muerte -por trágica e ignominiosa que ésta sea-, tiene sentido, como la tuvo la
muerte de Él, pues sólo tras ella viene la esperada resurrección.
Todo esto viene a decirnos que debemos disfrutar de los bienes que Dios ha proporcionado/regalado al hombre, porque todos, absolutamente todos, por el mero hecho de haber sido creados por Él, son buenos. Que cuando nos venga el dolor, y tengamos que plegarnos a él por no poderlo evitar, le demos el sentido que Cristo dio al suyo. Precisamente, el sentido del dolor humano entró por vez primera en la historia -concretamente, para los cristianos-, escribió A. Camus, cuando y por el hecho de haberlo asumido/sufrido un Dios, el Dios de los cristianos.
Todo esto viene a decirnos que debemos disfrutar de los bienes que Dios ha proporcionado/regalado al hombre, porque todos, absolutamente todos, por el mero hecho de haber sido creados por Él, son buenos. Que cuando nos venga el dolor, y tengamos que plegarnos a él por no poderlo evitar, le demos el sentido que Cristo dio al suyo. Precisamente, el sentido del dolor humano entró por vez primera en la historia -concretamente, para los cristianos-, escribió A. Camus, cuando y por el hecho de haberlo asumido/sufrido un Dios, el Dios de los cristianos.
Si todo,
incluidos los placeres de este mundo, son emanaciones del amor de Dios, ¿por
qué el placer físico no va a estar también para disfrute del cristiano? ¿Hasta
cuando el placer va a ser palabra tabú entre los cristianos? ¿No es posible la relativización y
superación de una concepción sacrificial del cristianismo, incorporando el placer-incluido el
placer sexual-
como elemento intrínseco de la ética/moral cristiana? ¿Es imposible, en una
visión cristiana auténtica
e integral de la persona, desvincular el sexo de la reproducción/procreación? Para ejemplificar, ponemos
como referente el sexo, por ser la visión cristiana/católica sobre esta dimensión de la
felicidad humana la que mayormente provoca el rechazo de la sensibilidad actual, tanto de
creyentes como de no creyentes.
Poseer una
visión religiosa dolorista o fruitiva de la vida tiene sus consecuencias
prácticas. Quienes participan de la visión religiosa dolorista de la vida se
esfuerzan en ser buenos para conseguir la salvación; en cambio, quienes abrazan
la visión religiosa
fruitiva de la vida, procuran ser buenos para agradecer a Dios la salvación que en
y por Jesús les ha sido regalada. En la vida de los primeros juega un
papel importante el miedo a la condenación; en la de los segundos, sobresale
el gozo inmenso y compartido por sentirse graciosamente salvados.
Este
cambio de perspectiva, o, mejor, esta armónica integración de perspectivas -cruz y
resurrección- de nuestra religión, debe empezar
a ofrecerse e inculcarse al posible creyente ya en los primeros años de la
vida. Este empeño conlleva el conocimiento y la asunción, por parte de los
agentes de pastoral, de esta nueva sensibilidad religiosa. Las nuevas
generaciones de creyentes deben saber
y ser conscientes del alcance de la fe que profesan, tanto de lo negativo como
de lo positivo, en relación con las sensibilidades del entorno cultural en el
que tienen que vivirla. Es tan
importante para los nuevos creyentes conocer este sentido fruitivo de su
religión, que no faltan expertos que asocian el futuro de la religión cristiana
a la respuesta que esta religión
ofrezca al hombre sobre el tema de la felicidad.
Isaías Díez del Río
(Publicado en LEA digital, nº 97, enero-marzo 2011)
[1] AGUSTÍN DE HIPONA, De moribus Ecclesiae et de moribus manichaeorum,
1, 3.4.
[2] CASTILLO, J, Mª., Dios y nuestra felicidad, Desclée de
Brouwer, Bilbao 2002, p. 232. Cf. et. Pp. 235-238.
[3] GESHAKE, G., Felicidad y salvación (Fe cristiana y sociedad moderna
IX). Ed. SM, Madrid 1996,p.158.
[4] RUIZ DE LA PEÑA, J. L. “Fe
cristiana. Pensamiento secular y felicidad, en Sal Terrae 3 (marzo 1999)
191-210.208.
[5] Cf. MARDONES. J. M. Matar a nuestros dioses. Un Dios para un
creyente adulto, PPC, Madrid 2006.
[6] NIETZSCHE, F., Así habló Zaratrustra, Sarpe, Madrid
1993, p. 111; cfr. El Anticristo,
Alianza Editorial, Barcelona 1964, pp. 43-55.
[7] MARDONES, J. M., o.c. p. 73.
[8] ID., ibid., pp. 88ss.