viernes, 14 de julio de 2017

INVITACIÓN A LA FELICIDAD


Felicidad es la palabra predominante estos días en todos los "medios" de comunicación social. ¿Por qué? Porque la felicidad es el valor y el afán humano por excelencia y, como consecuencia, el asunto que más ha concernido siempre a los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas. Y lo es porque el anhelo de felicidad es consustancial al ser humano. Todos los hombres quieren ser felices. «Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices», confesará san Agustín[1]. Lo que es claro síntoma de que el ser humano está destinado a la felicidad; o, lo que es lo mismo, que, corno escribió J. B. H. de Lacordaire «la felicidad, es la vocación del hombre».

1. FELICIDAD Y RELIGIÓN CRISTIANA

Por eso, parece paradójico que la religión cristiana, que es el origen y la fuente de la fiesta humana por antonomasia -esa que celebra la oferta gratuita de la salvación por parte de Dios-, sea una religión considerada como enemiga de la felicidad humana. ¿Puede justificarse o explicarse este aparente contrasentido, proyectado habitualmente en forma de rutinaria acusación? 
Hay que reconocer que ese acento en la cruz, como rasgo identitario de esta religión, históricamente es cierto. Y tiene su explicación. En el origen del cristianismo, el primer obstáculo que esta religión tuvo que vencer, para abrirse camino en aquella sociedad pagana, fue demostrar la compatibilidad de la muerte en la cruz con la divinidad de Jesús. Para la mentalidad del mundo pagano era incomprensible que un Dios muriera en la cruz. A este primer paso o primera motivación, le siguió -por dinámica de la tradición- la paulatina exaltación y culto preferente de la cruz por la teología posterior, en menoscabo de la realidad de la resurrección.
La andadura, pues, de esta religión comenzó por tener que defender ante el mundo pagano que la muerte de Jesús en la cruz, no era incompatible con el hecho de ser Dios. Pero luego, por la fuerza de la tradición, ese primer encumbramiento, de carácter apologético, de la cruz, fue manteniéndose y acrecentándose continuamente, hasta llegar, prácticamente, a nuestros días. Hoy, sin embargo, ya se empieza a revisar esta visión dolorista de la vida. Esta concepción, a juicio de relevantes pensadores, no deja de ser una visión fragmentaria, unidimensional de la fe cristiana. Una visión integral del mensaje evangélico, sin negar la cruz, debe enaltecer, en la misma o mayor medida, el otro elemento esencial de esta religión: la resurrección.


2. DIOS NOS QUIERE FELICES

Resaltar la resurrección, o el perfil fruitivo de la fe cristiana, parece lógico. Lo extraño es que no lo haya parecido siempre. Racionalmente, parece evidente que el mensaje y el testimonio de Jesús no se aviene con una religión/institución opuesta a la felicidad humana. Ni se aviene, ni podría avenirse, pues, como escribe J. M.a Castillo, «si Dios, efectivamente, se identifica, se humaniza y se funde con lo humano, eso quiere decir obviamente que la voluntad suprema y determinante de Dios se tiene que entender a partir de la aspiración suprema que Dios ha puesto en el ser humano, la aspiración a la felicidad. Es decir, lo que Dios quiere, ante todo y sobre todo, es que los seres humanos seamos felices»[2].

    Si el hombre está destinado por Dios a la felicidad, parece aberrante suponer que Dios no quiera esa felicidad del hombre. La prueba la tenemos en el testimonio de la vida de Jesús. Todos los hechos de la vida de Jesús fueron una  clamorosa exaltación de la vida. «Jesús, ha escrito Juan Estrada, trajo un mensaje de esperanza; sanó, perdonó, alivió el sufrimiento; transmitió ganas de vivir y de luchar; anunció una salvación aquí y ahora, para la vida, la del reino de Dios. Nadie acusaría a Jesús de obstaculizar la felicidad humana. El problema es que no ha ocurrido lo mismo con la religión cristiana».   Tradicionalmente, ya se ha indicado y explicado el porqué, la religión cristiana ha anunciado principalmente el mensaje de la cruz. Hoy, sin embargo, la nueva perspectiva de la teología del hombre salvado y redimido intenta volver a reconciliar felicidad natural y salvación sobrenatural. G. Geshaker, por ejemplo, afirmará que «la teología actual intenta ver la salvación como felicidad, y entender la felicidad en orden a la salvación»[3]. Y es que, como ya en su día escribió J. L. Ruiz de la Peña, «hay que soldar la brecha abierta entre felicidad (natural, cismundana) y salvación (sobrenatural, ultramundana) y comprender que los momentos de felicidad son la parábola anticipatoria de la salvación; no algo efímero que se consume fugazmente, sino primicias y arras del gozo irrevocable»[4].
 3. EL CRISTIANISMO ES CRUZ PERO, SOBRE TODO, RESURRECCIÓN

Es innegable que el cristianismo es cruz (referente de dolor y muerte), pero también no es menos cierto que, además de eso y sobre eso, es resurrección (referente de vida, felicidad y gloria). Por eso, la Pascua, y no la cruz, es y debe ser el centro del calendario cristiano. San Pablo nos señala claramente que el hecho axial del cristianismo es la resurrección y no la crucifixión (1 Co 15, 12-28). Nunca, por otra parte, debemos olvidarque el Dios del Nuevo Testamento, es decir, el Dios de Jesucristo, es un Dios Padre, un Dios de Misericordia y de Amor, no un Dios Justiciero y de Temor, como lo es el Dios del Antiguo Testamento. 
Un Dios complaciente/amante del dolor humano no congenia con ese rostro del Padre de Amor, Bondad y Misericordia de los Evangelios. Un Dios con rostro "sádico" sería, precisamente, una de las «imágenes perversas e idólatras» de Dios, de las que habla J. M. Mardones en su obra póstuma, que habría que sanarlas, sustituyéndolas por otras positivas y más evangélicas[5]. 

Se ha llegado a esta situación en la valoración cristiana porque, como recientemente se ha escrito, en la teología occidental, siguiendo la tradición, a diferencia de la oriental, ha prevalecido «una cristología con poca relevancia de la resurrección, pues parece que todo se consuma en el sacrificio de la cruz» (V. Codina). Hasta tal punto ha predominado esta visión, que se ha llegado a escribir que los cristianos/católicos parecen haber arrancado de los Evangelios las páginas de la resurrección.
La percepción de esta concepción dolorista de la vida, que ha solido ofrecer la religión cristiana, ha suscitado no pocas páginas literarias. Sobresalen, tal vez sobre todas, las que arrancó a Nietzsche: «Mirad a los cristianos. Siguen a un resucitado, pero sus caras son de muertos. ¿Cómo voy a creer a estos cristianos que, siguiendo a un salvador, no tienen cara de redimidos?»[6]     
Este grito de Nietzsche se ha prolongado hasta nuestros días, exteriorizándose en el eslogan de los autobuses que recorren algunas ciudades europeas: «Dios probablemente no existe. No te preocupes. Disfruta de la vida», sufragado por colectivos ateos.

4. SENTIDO CRISTIANO DE LA CRUZ

Con lo que fue un acto puntual en su vida -su último gesto de amor a los hombres: la muerte en la cruz-, ¿pretendía Jesús suscitar entre sus seguidores la voluntaria opción de por vida de la cruz o el sufrimiento, como medio de autorrealización humana y entrega/ofrenda grata a Dios? Si no fuere así, ¿por qué recalcar tanto e imitar sólo ese gesto de la vida de Jesús, sobre todos los demás, y no otros, como el hecho sustancial de la resurrección? Ciertamente, Jesús, para seguirle, nos invita a que tomemos/soportemos -hoy diríamos, con resignación cristiana, esto es, dándole sentido salvífico-, nuestra respectiva cruz -«si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome SU cruz y sígame» (Mc 8,34)-, pero no nos pide que hagamos voluntariamente de nuestra vida entera una cruz. 
Porque una cosa es asumir por amor la cruz que a uno le depara la vida -¿y quién es el afortunado que se libra de ella?-, y otra, muy distinta, es buscar y convertir la cruz en fin de la vida y en objeto único de plenitud de gozo y de felicidad. En nosotros, como en Jesús, salva el amor, no el dolor. ¿Buscó, acaso, Jesús la cruz o, más bien, aceptó, por amor a los hombres, la cruz que, contra su voluntad, su Padre le envió: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39)?
Refiriéndose a esa mentalidad cristiana "dolorista", J. M. Mardones, entre otras certeras páginas, ha escrito que «con esta exaltación de la muerte y la cruz, se sacraliza el sufrimiento con toda una serie de consecuencias negativas, patológicas»[7]. Por eso, a su juicio, «urge recuperar una religión no sacrificial y un Dios de la vida»[8].

    ¿No querría Jesús con su muerte significar a sus seguidores que, para un seguidor suyo, todo lo que pueda sucederle en el transcurso de su vida -incluida una muerte ignominiosa-, todo tiene sentido? Es obvio que, entre las posibles y adversas situaciones en las que pueden encontrarse los cristianos en su existencia, hay que contar con la muerte. Pues bien, la muerte de Cristo en la cruz le está diciendo al cristiano que incluso la muerte -por trágica e ignominiosa que ésta sea-, tiene sentido, como la tuvo la muerte de Él, pues sólo tras ella viene la esperada resurrección.
    Todo esto viene a decirnos que debemos disfrutar de los bienes que Dios ha proporcionado/regalado al hombre, porque todos, absolutamente todos, por el mero hecho de haber sido creados por Él, son buenos. Que cuando nos venga el dolor, y tengamos que plegarnos a él por no poderlo evitar, le demos el sentido que Cristo dio al suyo. Precisamente, el sentido del dolor humano entró por vez primera en la historia -concretamente, para los cristianos-, escribió A. Camus, cuando y por el hecho de haberlo asumido/sufrido un Dios, el Dios de los cristianos.
Si todo, incluidos los placeres de este mundo, son emanaciones del amor de Dios, ¿por qué el placer físico no va a estar también para disfrute del cristiano? ¿Hasta cuando el placer va a ser palabra tabú entre los cristianos? ¿No es posible la relativización y superación de una concepción sacrificial del cristianismo, incorporando el placer-incluido el placer sexual- como elemento intrínseco de la ética/moral cristiana? ¿Es imposible, en una visión cristiana auténtica e integral de la persona, desvincular el sexo de la reproducción/procreación? Para ejemplificar, ponemos como referente el sexo, por ser la visión cristiana/católica sobre esta dimensión de la felicidad humana la que mayormente provoca el rechazo de la sensibilidad actual, tanto de creyentes como de no creyentes.

Poseer una visión religiosa dolorista o fruitiva de la vida tiene sus consecuencias prácticas. Quienes participan de la visión religiosa dolorista de la vida se esfuerzan en ser buenos para conseguir la salvación; en cambio, quienes abrazan la visión religiosa fruitiva de la vida, procuran ser buenos para agradecer a Dios la salvación que en y por Jesús les ha sido regalada. En la vida de los primeros juega un papel importante el miedo a la condenación; en la de los segundos, sobresale el gozo inmenso y compartido por sentirse graciosamente salvados.
Este cambio de perspectiva, o, mejor, esta armónica integración de perspectivas -cruz y resurrección- de nuestra religión, debe empezar a ofrecerse e inculcarse al posible creyente ya en los primeros años de la vida. Este empeño conlleva el conocimiento y la asunción, por parte de los agentes de pastoral, de esta nueva sensibilidad religiosa. Las nuevas generaciones de creyentes deben saber y ser conscientes del alcance de la fe que profesan, tanto de lo negativo como de lo positivo, en relación con las sensibilidades del entorno cultural en el que tienen que vivirla. Es tan importante para los nuevos creyentes conocer este sentido fruitivo de su religión, que no faltan expertos que asocian el futuro de la religión cristiana a la respuesta que esta religión ofrezca al hombre sobre el tema de la felicidad.

                                                     Isaías Díez del Río

(Publicado en LEA digital, nº 97, enero-marzo 2011)





[1] AGUSTÍN DE HIPONA, De moribus Ecclesiae et de moribus manichaeorum, 1, 3.4.
[2] CASTILLO, J, Mª., Dios y nuestra felicidad, Desclée de Brouwer, Bilbao 2002, p. 232. Cf. et. Pp. 235-238.
[3] GESHAKE, G., Felicidad y salvación (Fe cristiana y sociedad moderna IX). Ed. SM, Madrid 1996,p.158.
[4] RUIZ DE LA PEÑA, J. L. “Fe cristiana. Pensamiento secular y felicidad, en Sal Terrae 3 (marzo 1999) 191-210.208.
[5] Cf. MARDONES. J. M. Matar a nuestros dioses. Un Dios para un creyente adulto, PPC, Madrid 2006. 
[6] NIETZSCHE, F., Así habló Zaratrustra, Sarpe, Madrid 1993, p. 111; cfr. El Anticristo, Alianza Editorial, Barcelona 1964, pp. 43-55.
[7] MARDONES, J. M., o.c. p. 73.
[8] ID., ibid., pp. 88ss.