POR QUÉ NO TENEMOS VOCACIONES
1.- El problema planteado es
muy complejo, pues en su producción intervienen muchos factores de índole
cultural, social, económico,
político y religioso. Por eso,
el método o camino más idóneo
para darle solución, no puede ser otro que el de una larga y fundamentada reflexión, a
partir de un análisis y diagnóstico certero de la situación.
2.-Para poder tener una pista en
la solución del problema, es preciso partir de los resultados de los
estudios/obras que tratan profusa y profundamente del tema, que no son pocos.
Una vez conocidos, confrontar sus razones y
conclusiones con la situación de nuestra propia institución, y hacer, en
consecuencia, las confirmaciones y correcciones oportunas. Convendría, por eso,
contar en la Institución
con alguna/s persona/s en posesión de estos saberes –miembro/s, por supuesto, de
la Comisión
provincial de Vocaciones- , para, como experto/s, poder asesorar en los
momentos oportunos sobre la materia al
gobierno provincial.
3.- Desde luego, no es por falta
de oraciones . Nunca se ha rezado tanto por las vocaciones en todas las
Congregaciones, y nunca se han tenido
tan pocas. Y, sin embargo, cuando no se rezaba, sí había vocaciones. Si ahora se reza, y no las hay, hay que buscar las causas de esta ausencia en
otros factores. Estos
factores, principales causantes de la situación actual, están relacionados con
los nuevos valores de la posmodernidad, precisamente los que la vida
religiosa todavía no ha sabido o querido asumir y hacer frente, para
salir de su postración actual. Participa, en este caso, de la situación de la Iglesia oficial, que aún sigue
sin aceptar, con todas sus negativas consecuencias, el paradigma de la
modernidad. Como alguien ha afirmado [H.
J. Höhn], la Iglesia
todavía carece de una verdadera
“hermenéutica teológica de la modernidad”, esto es, no dispone de una
hermenéutica del cristianismo construida desde la imagen de la modernidad. Y ya
no son pocos los prestigiosos analistas de la situación que coinciden en afirmar
que: “Para asegurar el futuro de la iglesia, pasa a ser extraordinariamente
urgente traducir la doctrina de la fe al lenguaje de la modernidad” (R. Lenaers). En modo alguno, esto significa renunciar a rezar por esa intención.
Al contrario, ahora, más que nunca, se impone incrementar el “ora et labora”, el “a Dios rogando, y con el mazo dando”, es
decir, el juntar la oración y la acción en torno al problema vocacional. La
acción específica y más urgente en este caso
concreto sería el estudio serio del problema, para dar con la pronta
solución y la salida airosa de esta situación.
4.- Tampoco la falta de
acogida comunitaria, es la causa que impide la entrada, y la que mueve a la
salida de los vocacionables. Nunca las congregaciones han acogido y tratado
mejor que ahora a los jóvenes religiosos. En realidad, se les trata como al
hijo único en las familias, para que no abandone el hogar. Falta, eso sí,
verdadero calor de hogar. Pero, tal vez, esta carencia siempre ha existido,
pues es una consecuencia de la idiosincrasia y de las circunstancias
comunitarias , así como de la formación impartida por la institución en tiempos
pasados. Recuérdese que, así como antes del Concilio, la persona religiosa era
para la Institución,
a partir del Concilio, se invirtió la
situación, siendo considerada la
Institución para el individuo. Y, sin embargo, cuando todavía “la persona era
para la institución”, y la acogida a los jóvenes religiosos en las comunidades
no era mejor que la acogida que éstas les ofrecen en la actualidad, los
religiosos no abandonaban como hoy la institución.
5.-Generalmente los autores
atribuyen la situación básicamente al cambio de valores en la sociedad, que
en nada son parecidos, es más, que son totalmente opuestos a los de épocas
pasadas. Es de tal calibre y dimensión el cambio de valores, que desde hace ya
tiempo se viene hablando de un nuevo paradigma cultural o "cambio
epocal". Y los cambios de valores en la sociedad conllevan siempre la
aparición de nuevas generaciones de jóvenes diferentes de las generaciones anteriores. Para que no
cunda el desánimo por la urgencia en la solución del problema, no hay que
perder de vista que hablar de “cambio epocal”, significa presagiar una crisis
cultural muy alargada y, por tanto, la solución de la crisis vocacional, en
el supuesto de que esta hipótesis sea correcta/cierta,
se presenta bastante lejana. Las crisis culturales y sociales son más largas
que las económicas. A quienes buscan y creen encontrar la explicación
de la deplorable situación religiosa de nuestros jóvenes en no pocas causas
secundarias, J. Rojano, aludiendo a la famosa frase “¡Es la economía, estúpido!” ,pronunciada
en recientes elecciones americanas, los corrige respondiéndoles: “¡Es la cultura!”. La cultura, en
efecto, es, para los autores más avizores, la causa determinante de esta
situación (o.c., p. 9). “Los nuestros
–ha escrito Z.Bauman- son malos tiempos para cualquier fe, sagrada o secular,
para la fe en la Providencia, en una Cadena Divina de los Seres, tanto como
para la fe en una utopía mundana, en una sociedad perfecta de futuro” (La soc.indiv., p. 23).
6.- Los valores sociales de
épocas pasadas, -sin ir más lejos, de
hace sólo medio siglo atrás-, no diferían en el orden ético/moral y religioso, sino más bien, armonizaban
con los valores de la vida religiosa. Los hogares y el mismo ambiente
social eran un atrio, una antesala del convento. El paso de un estado secular
al religioso sólo era cuestión de grado. Eso, sin contar con que, en aquella
depauperada y no muy ilustrada sociedad, en la que no era fácil comer ni
estudiar, el ingreso en la vida religiosa/sacerdotal para no pocos de aquellos
jóvenes suponía un reconocido y apetecido ascenso en el status o escala social. Los
valores socioculturales de hoy son radicalmente diferentes, y, como tales,
no sólo no son indiferentes, son diametralmente opuestos a los valores evangélicos
de los votos religiosos.
7.- Es un principio asumido por
los analistas sociales que a contextos culturales diferentes responden generaciones
de jóvenes diferentes. Todos los innumerables estudios que existen sobre la
juventud actual, convienen en afirmar que nuestros jóvenes están viviendo, esto
es, están basando/nutriendo sus vidas en y de los valores de la modernidad
tardía o posmodernidad. Según estos estudios, la mentalidad de los jóvenes que
están viviendo los valores posmodernos, por lo que respecta a la vida religiosa
se traduciría en las siguientes manifestaciones:
n
Sueñan y buscan comunidades cálidas o
emocionales, en las que se sientan acogidos, reconocidos y queridos como
son, y donde encuentren respuesta sus
necesidades, no sólo espirituales, sino, sobre todo, las de índole emocional o
afectivo. Su particular idiosincrasia es más propensa a una vida en comuna,
donde se respeta y florece el individualismo/narcisismo, que a una vida en comunidad,
en la que prevalece y se fomenta el ideal de alteridad y altruismo. Hoy priva
entre las generaciones jóvenes una sensibilidad andrógina o femenina, es decir,
más emotiva que racional. Y la religiosidad – no se olvide- es una experiencia
emocional de lo sagrado. Tal vez por eso “La nueva religiosidad – ha escrito J. M. Mardones- busca la seguridad por
la senda de la experiencia emocional”.
n
Su proyecto personal suele ser el resultado o
consecuencia inconsistente de un idealismo narcisista. De ahí que su proyecto
vital no implica asumir compromisos
definitivos. Su exacerbado/marcado individualismo –producto de la cultura
epocal -, conocido como “individualismo atomista o expresivo” (C. Taylor), les incapacita para contraer compromisos
duraderos. Por principio, sólo están dispuestos a compromisos temporales o
“consensos blandos”: El tiempo requerido para cubrir sus objetivos inmediatos, generalmente carencias
de orden afectivo. De esta actitud dimana el hecho de que las creencias
actuales tiendan todas a traslucir transitoriedad, provisionalidad,
situacionalidad. Por eso, las comunidades características de la cultura actual
, en terminología del famoso sociólogo Zygmunt
Bauman, son “comunidades perchero”, porque, como en el teatro, la gente
solo está junta mientras dura la función; una vez terminada, coge el abrigo y
se va.
n
Quieren que
la comunidad les sirva, más que servir ellos a la comunidad. En realidad, no buscan
primeramente enrolarse en una comunidad o grupo para llevar a cabo los
objetivos o misión de la comunidad, sino, fundamentalmente, para que la
comunidad dé respuesta a sus objetivos, resolviendo sus problemas personales. Prefieren, por eso,
una identidad individualizada a una identidad institucional. Tal
vez a esta nueva mentalidad ha
respondido el cambio, antes mencionado, en las Órdenes religiosas, a partir del
Concilio, de dar la primacía a la persona sobre la institución. Esta tendencia
explica por qué la creencia de hoy es una “recomposición de lo religioso sobre
el fondo del individualismo y la experiencia emocional subjetiva” (J.M.Mardones).
n
Dado su peculiar talante, para el joven de
hoy tiene mayor importancia, que para los jóvenes de épocas
precedentes, el microgrupo de idénticos, que normalmente está
representado en el grupo identitario de los amigos, en el que realmente
encuentra la posibilidad de ejercer su plena libertad y encontrar su mayor
gratificación emocional, saliendo, con esa compañía compartida, de su soledad.
n
Cuando el joven piensa entrar en un grupo o
comunidad, lo primero que busca es encontrar el grupo de
seguridad, en que piensa encontrar refugio y solución a su soledad e inseguridad. Ese cometido suele buscarlo y
encontrarlo en el grupo de amigos, es decir,
en una comunidad donde se viva la amistad/fraternidad en verdad y profundidad.
n
Los jóvenes creyentes y practicantes españoles
(un exiguo número, por desgracia), -cantera normal de las posibles vocaciones-.
aunque en teoría valoran y admiran
mucho (dan una puntuación notable-sobresaliente) los votos religiosos: pobreza,
obediencia, castidad, en la práctica casi nadie está dispuesto a asumirlos.
Nadie está dispuesto a renunciar a la riqueza, a la libertad, y a las relaciones
afectivas. En definitiva, admiran la vida religiosa, pero para otros, no para
ellos (Encuesta a la juventud
creyente-practicante). El eclipse de los valores religiosos entre nuestros
jóvenes es un hecho manifiesto. La atracción que algunos de estos jóvenes sienten hoy por el Voluntariado y las ONGs,
se explica, precisamente, porque el servicio solidario/altruista
–pulsión tan juvenil- prestado en esas organizaciones, por muy sacrificado que
en ocasiones sea, responde mejor al proyecto de vida al que aspiran y no
implica el compromiso de los votos religiosos. Como sostiene J.Rojano,
“para muchos hoy la solidaridad y el voluntariado no deben basarse en
motivaciones de religiosidad trascendente, sino en la sacralización de lo
humano sin trascendencia” (o.c.p. 44).
n
El semillero
tradicional de las vocaciones religiosas siempre ha sido la familia.
Aparte la tendencia actual de la paternidad en Europa, que apunta hacia un solo
descendiente, circunstancia ésta que afecta no poco al tema que nos ocupa, ¿En
qué hogar familiar se fomenta hoy la vocación religiosa entre su/s hijo/s?
n
Hubo un tiempo en que la valoración social de
la vocación/profesión religioso-sacerdotal, era alta o muy alta; hoy, en
cambio, ¿qué estimación o aprecio tienen estas vocaciones/profesiones en el
imaginario social? Como dice Estrada, “la vida religiosa ha pasado de ser un
modelo referencial a convertirse en algo marginal, desvalorizado y muchas veces
desconocido” (p.123).
OFERTA INSTITUCIONAL:
1,-Lo primero que hay que reconocer
es que nuestra institución, es decir, la oferta institucional carece de carisma o identidad (en
alemán, Volksgeist)
claramente definida y, por consiguiente, no se ofrece y
forma a los aspirantes en y para un peculiar/específico modo o forma de vida y una misión concreta. Preocupados/obcecados
por el número, con tal de sumar se ofrece todo, lo que guste al consumidor. Esta
indefinición, por falta de clara identidad, u oferta “a la carta”, es lo
peor que hoy puede acontecer a una institución. El que busca, algo concreto
busca, y va allí donde lo ofrecen. ¿Qué oferta concreta e ilusionante
ofrece hoy a los jóvenes la institución? Hubo un tiempo, sin embargo, sobre
todo al inicio de la fundación, que la Institución sí tenía una misión claramente
preferente. Y en relación a esa función preferente, así se formaba en el
Seminario. Pero, ¿ahora? A nuestra Institución le ha pasado lo que a la mayoría
de Congregaciones históricas y tradicionales,
que , en vez de velar por clarificar y fortalecer
la identidad religiosa, se han fijado y esmerado más en incrementar y mejorar
la prestación de sus servicios sociales. La identidad/carisma con que
nació la fundación de la institución ha
sufrido lo que Max Weber llamó la “rutinización” del carisma del fundador, que
se traduce/manifiesta en el mero cumplimiento de las prácticas establecidas. En
nuestro caso, además, la situación se agrava porque no tenemos muy claro lo
que somos y lo que queremos ser, es
decir, carecemos de clara y definida identidad.
2.- Además de lo dicho, en el
supuesto de contar con candidatos, lo más frecuente es que muy pronto abandonen
la institución. ¿Por qué? ¿la formación que se da a los aspirantes es la adecuada? ¿Se les
instruye y forma en la dimensión teológica de los votos, para que sepan y
puedan valorar y apreciar la vivencia de los votos religiosos de forma
que, con esa su especial sobreestima, puedan contrarrestar y vencer la atrayente
tentación/llamada de los valores seculares contrarios? ¿Se les forma para
alguna misión concreta, de manera que esta misión concreta sea el
horizonte preferente de la instrucción? Dada la importancia dada hoy a los
sentimientos, ¿Se les forma para poder desarrollar y vivir el gozo del afecto
de una auténtica y sana amistad
en la vida religiosa? ¿Se les prepara adecuadamente para poder superar con
éxito el importante, por delicado, paso/cambio
de la comunidad “cálida” del Seminario, a la comunidad, si no “fría” , al
menos, “distinta”, que pueden encontrar al salir de la casa de formación e
ir a otras comunidades? ¿No sería aconsejable que, al terminar la formación y
enrolarse en la vida cotidiana de la Institución, se les auspiciase, durante algún
tiempo, cierto acompañamiento personal psicológico y espiritual? ¿El nivel
cultural que se les imparte y se les exige, está a la altura del nivel
cultural de los seglares de su mismo rango académico, de suerte que, como
dignos mensajeros de la fe, sean capaces
de mantener un diálogo ilustrado con los seglares de su entorno sobre la problemática religiosa
de nuestro tiempo? ¿Qué formación se les da, para que los formandos puedan saber
usar, con responsabilidad y rectitud, la plena libertad, de la que todos van
a gozar al salir del Seminario, y ser capaces de ser fieles a la vocación
en “un mundo líquido, que aborrece todo lo sólido y durable” (Z.Bauman), en el que están instalados y por
necesidad van a tener que vivir? ¿Se sale de la casa de formación con la
conciencia de que, como reiteradamente
dice el Papa Francisco, el futuro de la vida religiosa va a tener que desenvolverse
en las periferias existenciales del ser humano, sean de naturaleza
individual o social, para suplir las
carencias humanas?
3.-Nuestras comunidades no son
calidas o emocionales, porque no pueden serlo. Aunque, en la praxis,
deberían, en lo posible, intentarlo, en rigor no lo son, porque constitutivamente
son comunidades estructurales, en las que el funcionamiento interno y las
mismas relaciones personales están jerárquicamente regulados/institucionalizados.
Así como la comunidad del Seminario Mayor, en la praxis, en cierto sentido sí
lo es (todos están siempre juntos en todo, y a nivel de iguales), no lo son,
por ejemplo, las de los Colegios, por la sencilla razón de que lo hace inviable,
entre otras regulaciones, el ejercicio de la profesión de sus miembros.
Esto no quiere decir que no pueda
y deba mejorarse el clima de
fraternidad y de calor humano, así como de vida de oración personal
y comunitaria, que actualmente existe en las comunidades. No hay que olvidar
que el testimonio de vida personal y comunitario de los miembros de una
institución religiosa, es un importante factor de atracción o rechazo de la
vida consagrada. Lo acaba de decir el Papa Francisco también de la Iglesia. “La
Iglesia, ha dicho, no crece por proselitismo, sino por atracción testimonial”.
En este sentido, lo primero que el testimonio personal y comunitario debe demostrar
al joven vocacionable es que es falsa la definición de la vida religiosa
dada por Voltaire, aquella que afirma que los consagrados
“entran en la vida religiosa sin conocerse, viven sin amarse, y mueren sin
llorarse”. Hay que reconocer que no ha sido infrecuente entre los religiosos el
absurdo de creer que no amar a nadie es la muestra o prueba de amar a Dios.
Porque aquel “mirad cómo se aman”
de hace dos mil años, sigue siendo también hoy la mejor invitación para
el acercamiento a la vida religiosa. Además, si es cierto que el carisma
agustiniano es la amistad, en su dimensión de fraternidad
cristiana, el testimonio personal y comunitario, ante quienes a nosotros se
acercan, debe reflejarse en unas relaciones personales cálidas y abiertas,
llenas de comprensión, de cercanía y de calor humano, entre los miembros de la comunidad, actitud comunitaria que, por supuesto, debe compartirse y reflejarse en la acogida amistosa prestada a los eventuales huéspedes y a los posibles candidatos vocacionables. El signo por excelencia de nuestra fraternidad auténtica ante los demás debe responder al que nos dejó Jesús: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os améis los unos a los otros" (Jn 13,35).
Para subsanar la falta, en general, de auténtica “vida comunitaria” en las Congregaciones históricas tradicionales, el P.J.M.
Guerrero, s.j. acaba de diseñar en la revista “Vida Nueva” el perfil de la futura vida comunitaria como: “comunidades
que sean como esos espacios verdes en las ciudades, donde se respira aire de
Dios y de humanidad: lugares de encuentro y de amistad, de acogida y de apoyo,
de perdón, serenidad y fiesta. Necesitamos comunidades que sean, al mismo
tiempo, espacios en donde se respire franqueza, lealtad, transparencia, ayuda
fraterna, comprensión y alegría. Añoramos comunidades cálidas y acogedoras con
mucho sabor a hogar. Y la palabra hogar evoca rápidamente un clima de
familiaridad, naturalidad, donde reinan la confianza, la comunicación, la
libertad interior, la intimidad y el compartir gozoso” ( VN, nº 2846, p.28).
4.-Nuestras comunidades no
ofrecen al joven el microgrupo de
idénticos, sencillamente porque hoy no hay jóvenes en las comunidades, con
capacidad para formar grupo. Generalmente, cuando un joven llega a una
comunidad, en lugar de grupo de iguales, encuentra grupo de viejos. Esta
carencia de “grupo afín” pudiera tener su importancia en la permanencia
o abandono de los jóvenes religiosos. Pero, ¿cómo salvar/evitar en la Institución esta “brecha generacional” en las
actuales circunstancias?
5.-Generalmente, nunca las
comunidades han ofrecido el calor de hogar que hoy busca el joven. Históricamente,
son varios los factores que lo han impedido, entre otros:
5.1.-La
formación que les fue dada a las generaciones precedentes. Desde el primer día
de la entrada en el seminario la formación que les fue dada trató de erradicar
del candidato toda afectividad. Su objetivo era arrancar del candidato
toda sensibilidad humana de orden pasional. Recuérdese el tabú de las “amistades particulares”, etc. Aquellos
formadores no sabían o no querían diferenciar la “amistad” del “amiguismo”. No
sabían o no querían reconocer que, como alguien ha escrito, “padecemos
constantemente estímulos emocionales, pero nos determinamos por los afectos”.
Además, ¿acaso la identidad/carisma agustiniano no ha sido definida como vida
de “comunidad en amistad”?
5.2.-En épocas
pasadas, los jóvenes estaban tres años, a partir de la ordenación, jurídicamente
excluidos, p.e., de las consultas/decisiones comunitarias. Esa –entre
otras- exclusión no favorecía, evidentemente, las relaciones amistosas entre jóvenes y no-jóvenes
5.3.-Prácticamente,
en algunas comunidades los jóvenes no tomaban parte con el resto de
religiosos “mayores” ni siquiera en
los momentos de recreo comunitario, pues eran tiempos normalmente ocupados por sus obligaciones. En general, en
el resto de comunidades sólo estaban, con seguridad, juntos jóvenes y adultos en
el refectorio. Pero, tampoco en aquel
lugar y momento podía haber entre ellos mucha intercomunicación, pues aparte del
tiempo de lectura en silencio, los religiosos estaban colocados por orden de
antigüedad o profesión.
5.4.- El
hecho de ser, de hecho y de derecho, la comunidad
religiosa tradicional, una comunidad estructural, no emocional.
Aparte esta naturaleza o modo de ser comunitario, la dedicación profesional
–educación- de los miembros de la comunidad ha hecho y hace imposible o no fácil la plasmación de una
comunidad cálida, ya que ésta requeriría, entre otras condiciones, estar
muchos más tiempos todos juntos y
haciendo la misma tarea, como acontece en el Seminario Mayor.
6.- A pesar de esta carencia
institucional, los jóvenes religiosos de épocas pasadas cubrían su necesidad de
grupo de identidad y seguridad con el grupo de jóvenes de la comunidad. Se
trata, naturalmente, de tiempos en que había jóvenes religiosos en las
comunidades. El grupo formado de jóvenes hacía las veces de pequeña comunidad
emocional, es decir, el “compañerismo” o confraternidad subsanaba
los defectos emocionales de la comunidad en cuanto tal. Esta circunstancia hoy,
evidentemente, no existe, porque, normalmente, no existe grupo de jóvenes en las
comunidades.
Me pregunto si la atracción
que hoy ejercen sobre nuestros jóvenes los NME (Nuevos Movimientos
Eclesiales) –germen, tal vez, de las futuras Congregaciones- , y, en contraste,
la nula convocatoria que suscitan en ellos las Congregaciones religiosas
tradicionales, no estará, en alguna medida, relacionada con la importancia
que tiene para el joven compartir sus sueños con un “grupo afín”, en este caso de jóvenes. En no pocos de los
NME suelen encontrarse, de hecho, muchas personas de la misma generación,
generalmente joven, que, al compartir la misma historia y aspirar a realizar el
mismo proyecto de vida, se suscita fácilmente entre ellos la más sana y
profunda amistad, reforzándose con ella
el mutuo compromiso y el entusiasmo en la prosecución de la
misión compartida.
Esa positiva respuesta juvenil, y
no tan juvenil, a la llamada de los NME –“esta nueva forma de vivir la
fe” (Gianni La Bella)- , ¿no estará
indicando que, posiblemente, el modelo de las tradicionales Ordenes
religiosas ya ha cumplido/agotado su ciclo histórico de vida, estando, por
tanto, llamado a ser sustituido por otro
modelo nuevo, más acorde con los tiempos que vivimos y nos esperan? Dada la vertiginosa
evolución y cambio de la sociedad secular en los dos últimos siglos,
¿cuántas Congregaciones tradicionales siguen manteniendo todavía hoy plenamente
vigentes/actuales sus primitivos objetivos y fines fundacionales? Es
evidente que los objetivos para los que surgieron muchas instituciones
religiosas ya no se corresponden con las necesidades de la sociedad actual. Por
eso, ¿Con esto del rezo que hoy nos
piden nuestros superiores por las vocaciones, no nos estarán diciendo que
pidamos a Dios poder seguir sembrando en el campo del Señor arando con el arado
romano, cuando hoy sólo se ara con tractores y máquinas mejores? Si es así, aunque
recemos, ¿cómo nos va a escuchar y hacer caso Dios?
Insistiendo en el pensamiento
precedente, hay que señalar que ya no son pocas las obras que abordan en toda
su complejidad el tema aquí planteado, es decir, estudios que, dando por hecho
probado que el anterior paradigma está obsoleto, abogan por un nuevo paradigma de vida
religiosa, capaz de responder a los nuevos retos de la globalización, la
secularización y la posmodernidad. Una de esas obras es la de Juan Antonio
Estrada “Religiosos en una sociedad
secularizada. Por un cambio de modelo”. Pues bien, tras una larga y
profunda reflexión sobre el tema, estas son las palabras con que finaliza la
obra: “Hay que buscar nuevas fórmulas
de vida religiosa; de que sean encontradas, dependerá en buena parte su futuro,
así como también el de la misma Iglesia”.
No deja de llamar también la
atención el hecho, ya en el occidente europeo insólito, de que las contadísimas
comunidades de “vida religiosa” surgidas en nuestros días con capacidad
de éxito en su convocatoria vocacional, todas están fundadas y/o
dirigidas por personas carismáticas, es decir, por esos seres humanos
privilegiados, dotados de ese “don que
tienen algunas personas de atraer o seducir por su presencia o su palabra”
(RAE). ¿Habrá, entonces, que pedir y esperar a que aparezcan en las
instituciones tradicionales estos
líderes carismáticos, para solucionar el problema vocacional?
Creo recordar que el P. Hans Kolvenbach, el anterior Superior
General de la Compañía
de Jesús, solía decir que los religiosos de hoy son posmodernos y no
pueden ser otra cosa. ¿No habrá que asumir esa realidad, y atenerse, en el
pensar y en el obrar, a las consecuencias?
Con lo dicho, no queremos negar
que la vida religiosa tenga futuro, sólo queremos afirmar que no toda forma de
vida religiosa lo tendrá. Como dice el ya citado P. José Mª Guerrero,s.j., “La Vida Religiosa tiene futuro,
pero ciertas formas de Vida Religiosa anacrónicas, obsoletas, anticuadas, que
dicen muy poco o nada, no permanecerán, aunque aparentemente tengan cierto
éxito por lo que conllevan de seguridad y de poder. Por tanto, la Vida Religiosa
tiene futuro, pero en la medida en que sea testimonial y significativa
y nos abramos a los cambios culturales, sociales, tecnológicos, y con fidelidad
creativa seamos capaces de descubrir las raíces de nuestros carismas y
replantearlas en el humus nuevo de nuestros tiempos” (VN, nº 2845, p.26). ¿Lleva este camino y sentido el proceso de La Unión
abierto/emprendido por las Provincias agustinianas españolas? Porque, el
objetivo de ese empeño no parece ser otro más acertado que el buscar y dar con una redefinición del carisma original, adecuada,
aggiornada, a las exigencias de
nuestro tiempo. Lo cual supone que previamente ese carisma esté claramente
definido y compartido. ¿Lo está?
Dice la teología, y todos los
documentos eclesiales, que la vocación religiosa es una especial llamada
de Dios. Es cierto. Pero, aquí no se
habla de la acción de Dios, que llama, sino de la respuesta del hombre, quien
es llamado. Y, por regla general, la acogida y respuesta positiva a la divina llamada
, suele estar condicionada por la circunstancia que afecta al sujeto llamado.
Recuérdese la parábola del sembrador (Mateo
13:1-9, Marcos 4:1-9 y Lucas 8:4-8). Es Dios quien siembra, pero, ¿Dónde
germinó y fructificó la semilla? Sólo la que cayó en “buena tierra”. En nuestro caso, la respuesta a la llamada, si
hay respuesta, es consecuencia del influjo del medio en el que la persona se
mueve.
Y la actual cultura de
Occidente, es decir, la cultura de la
modernidad –que, por cierto, no parece previsible que su evolución vaya a dar marcha atrás cambiando de sentido-,
si no se asume y logra cultivar adecuadamente por la religión/Iglesia, no es
“buena tierra” para la siembra y germinación de la vocación religiosa. Pero,
¿cuándo va a reconocer y asumir la
Iglesia que el mundo en el que y del que sus fieles están
viviendo, es el mundo moderno? ¿Acaso, el aggiornamento al mundo/cultura
moderna, pedido por el Concilio, no va incluido también en el proyecto evangelizador
de la inculturación de la religión?
Hoy , que se habla tanto de “nueva evangelización”, ya es habitual leer entre los analistas
prestigiosos de la situación religiosa que “sin una autocomprensión de la
iglesia dentro del paradigma de la modernidad nunca habrá evangelización” (J.Monserrat). Y, menos, vocaciones
religiosas en consonancia con las exigencias pastorales/evangelizadoras de los
“signos de los tiempos”.
Parece ser un hecho cierto que de los NME, -de carácter conservador/fundamentalista,
los más prósperos y significativos-, están saliendo vocaciones,
naturalmente de formación y carácter tradicional. Esto significa que a la iglesia
tradicional no le van a faltar líderes o pastores. No parece presentarse la
misma perspectiva a la, llamémosla, iglesia
postconciliar, una iglesia, a diferencia de la conservadora, de mirada hacia adelante, sin recelo al
presente y futuro. Es un hecho constatable
que la renovación postconciliar de constituciones y estatutos de las
Congregaciones religiosas no ha sido capaz de promover las vocaciones
religioso-sacerdotales. Esta carencia –evidente también en el ámbito del
sacerdocio secular-, ¿no estará relacionada con el hecho de que la religión, en
general, y la vida religiosa, en particular, todavía no han sabido responder
adecuadamente, como venimos diciendo, a
la posmodernidad?.¿Cuándo aparecerán los nuevos modelos de vida religiosa que
están reclamando las exigencias de nuestro tiempo? ¿El éxito de la “refundación”,
hoy emprendida por muchas Congregaciones tradicionales, descansará
únicamente –como algunos sostienen, teniendo
por referente el éxito de algunos de los NME de talante conservador- en el
regreso a la Regla
monástica en su primitiva austeridad, sacrificio y rigor de vida? Si la
respuesta estuviese en esa sencilla receta, ¿cómo explicar el también
constatable estiaje vocacional en aquellas Congregaciones, que siguen hoy
con el mismo rigor/radicalidad de vida monástica que tuvieron en los tiempos de
su fundación?
Decir lo precedente, no significa negar que los NME puedan ofrecer pistas por donde puede venir
la renovación, refundación o redefinición de las congregaciones tradicionales.
De hecho, en algunos de estos NME parecen alumbrarse derroteros por donde pudieren
caminar las nuevas fundaciones de vida religiosa. En algunos, al menos, de los
nuevos movimientos laicales aparecen elementos de espiritualidad/religiosidad,
que parecen dar adecuada respuesta a determinadas demandas y necesidades
eclesiales y sociales de nuestra época. Refiriéndose a este cambio de situación
o nueva realidad, J. A. Estrada ha escrito: “Ha cambiado la dinámica del
pasado, en la que la vida religiosa servía de referente para los laicos. Ahora son
éstos los que ofrecen elementos que hay que tener en cuenta para un
replanteamiento de las congregaciones”. (J.A.Estrada, p.103).
Isaías Díez del Río, osa
Valdeluz
Juan Antonio Estrada, “Religiosos en una sociedad secularizada.
Por un cambio de modelo” (Trotta,
2008) 302 pp.
Marciano Vidal, Retos morales en la sociedad y en la Iglesia. Evd. 1992.
Javier Monserrat, Hacia un Nuevo Concilio. El paradigma de la
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