sábado, 11 de marzo de 2017

POSMODERNIDAD Y VIDA CONSAGRADA



POR QUÉ NO TENEMOS VOCACIONES


                          No tenemos, y las pocas que tenemos, se nos van.


1.- El problema planteado es muy complejo, pues en su producción intervienen muchos factores de índole cultural, social, económico,  político  y religioso. Por eso, el  método o camino más idóneo para darle solución, no puede ser otro que el de una  larga y fundamentada reflexión, a partir de un análisis y diagnóstico certero de la situación.



2.-Para poder tener una pista en la solución del problema, es preciso partir de los resultados de los estudios/obras que tratan profusa y profundamente del tema, que no son pocos. Una vez conocidos, confrontar sus razones y  conclusiones con la situación de nuestra propia institución, y hacer, en consecuencia, las confirmaciones y correcciones oportunas. Convendría, por eso, contar en la Institución con alguna/s persona/s en posesión de estos saberes –miembro/s, por supuesto, de la Comisión provincial de Vocaciones- , para, como experto/s, poder asesorar en los momentos oportunos  sobre la materia al gobierno provincial.



3.- Desde luego, no es por falta de oraciones . Nunca se ha rezado tanto por las vocaciones en todas las Congregaciones, y nunca se han  tenido tan pocas. Y, sin embargo, cuando no se rezaba, sí había vocaciones. Si ahora  se reza, y no las hay,  hay que buscar las causas de esta ausencia en otros factores. Estos factores, principales causantes de la situación actual, están relacionados con los nuevos valores de la posmodernidad, precisamente los que la vida religiosa todavía no ha sabido o querido asumir y hacer frente, para salir de su postración actual. Participa, en este caso, de la situación de la Iglesia oficial, que aún sigue sin aceptar, con todas sus negativas consecuencias, el paradigma de la modernidad. Como alguien ha afirmado [H. J. Höhn], la Iglesia todavía carece de una  verdadera “hermenéutica teológica de la modernidad”, esto es, no dispone de una hermenéutica del cristianismo construida desde la imagen de la modernidad. Y ya no son pocos los prestigiosos analistas de la situación que coinciden en afirmar que: “Para asegurar el futuro de la iglesia, pasa a ser extraordinariamente urgente traducir la doctrina de la fe al lenguaje de la modernidad” (R. Lenaers). En modo alguno, esto  significa renunciar a rezar por esa intención. Al contrario, ahora, más que nunca, se impone incrementar el “ora et labora”,  el “a Dios rogando, y con el mazo dando”, es decir, el juntar la oración y la acción en torno al problema vocacional. La acción específica y más urgente en este caso  concreto sería el estudio serio del problema, para dar con la pronta solución y la salida airosa de esta situación.



4.- Tampoco la falta de acogida comunitaria, es la causa que impide la entrada, y la que mueve a la salida de los vocacionables. Nunca las congregaciones han acogido y tratado mejor que ahora a los jóvenes religiosos. En realidad, se les trata como al hijo único en las familias, para que no abandone el hogar. Falta, eso sí, verdadero calor de hogar. Pero, tal vez, esta carencia siempre ha existido, pues es una consecuencia de la idiosincrasia y de las circunstancias comunitarias , así como de la formación impartida por la institución en tiempos pasados. Recuérdese que, así como antes del Concilio, la persona religiosa era para la Institución,  a partir del Concilio, se invirtió la situación, siendo considerada la Institución para el individuo.  Y, sin embargo, cuando todavía “la persona era para la institución”, y la acogida a los jóvenes religiosos en las comunidades no era mejor que la acogida que éstas les ofrecen en la actualidad, los religiosos no abandonaban como hoy la institución.



5.-Generalmente los autores atribuyen la situación básicamente al cambio de valores en la sociedad, que en nada son parecidos, es más, que son totalmente opuestos a los de épocas pasadas. Es de tal calibre y dimensión el cambio de valores, que desde hace ya tiempo se viene hablando de un nuevo paradigma cultural o "cambio epocal". Y los cambios de valores en la sociedad conllevan siempre la aparición de nuevas generaciones de jóvenes diferentes  de las generaciones anteriores. Para que no cunda el desánimo por la urgencia en la solución del problema, no hay que perder de vista que hablar de “cambio epocal”, significa presagiar una crisis cultural muy alargada y, por tanto, la solución de la crisis vocacional, en el supuesto de que  esta hipótesis sea correcta/cierta, se presenta bastante lejana. Las crisis culturales y sociales son más largas que las económicas. A quienes buscan y creen encontrar la explicación de la deplorable situación religiosa de nuestros jóvenes en no pocas causas secundarias, J.  Rojano, aludiendo a la famosa frase “¡Es la economía, estúpido!” ,pronunciada en recientes elecciones americanas, los corrige respondiéndoles: “¡Es la cultura!”. La cultura, en efecto, es, para los autores más avizores, la causa determinante de esta situación (o.c., p. 9). “Los nuestros –ha escrito Z.Bauman- son malos tiempos para cualquier fe, sagrada o secular, para la fe en la Providencia, en una Cadena Divina de los Seres, tanto como para la fe en una utopía mundana, en una sociedad perfecta de futuro” (La soc.indiv., p. 23).



6.- Los valores sociales de épocas pasadas,  -sin ir más lejos, de hace sólo medio siglo atrás-, no diferían en el orden ético/moral  y religioso, sino más bien, armonizaban con los valores de la vida religiosa. Los hogares y el mismo ambiente social eran un atrio, una antesala del convento. El paso de un estado secular al religioso sólo era cuestión de grado. Eso, sin contar con que, en aquella depauperada y no muy ilustrada sociedad, en la que no era fácil comer ni estudiar, el ingreso en la vida religiosa/sacerdotal para no pocos de aquellos jóvenes suponía un reconocido y apetecido  ascenso en el status o escala social. Los valores socioculturales de hoy son radicalmente diferentes, y, como tales, no sólo no son indiferentes, son diametralmente opuestos a los valores evangélicos de los votos religiosos.



7.- Es un principio asumido por los analistas sociales que a contextos culturales diferentes responden generaciones de jóvenes diferentes. Todos los innumerables estudios que existen sobre la juventud actual, convienen en afirmar que nuestros jóvenes están viviendo, esto es, están basando/nutriendo sus vidas en y de los valores de la modernidad tardía o posmodernidad. Según estos estudios, la mentalidad de los jóvenes que están viviendo los valores posmodernos, por lo que respecta a la vida religiosa se traduciría en las siguientes manifestaciones:



n  Sueñan y buscan comunidades cálidas o emocionales, en las que se sientan acogidos, reconocidos y queridos como son, y donde encuentren respuesta  sus necesidades, no sólo espirituales, sino, sobre todo, las de índole emocional o afectivo. Su particular idiosincrasia es más propensa a una vida en comuna, donde se respeta y florece el individualismo/narcisismo, que a una vida en comunidad, en la que prevalece y se fomenta el ideal de alteridad y altruismo. Hoy priva entre las generaciones jóvenes una sensibilidad andrógina o femenina, es decir, más emotiva que racional. Y la religiosidad – no se olvide- es una experiencia emocional de lo sagrado. Tal vez por eso “La nueva religiosidad – ha escrito J. M. Mardones- busca la seguridad por la senda de la experiencia emocional”.

n  Su proyecto personal suele ser el resultado o consecuencia inconsistente de un idealismo narcisista. De ahí que su proyecto vital no implica asumir  compromisos definitivos. Su exacerbado/marcado individualismo –producto de la cultura epocal -, conocido como “individualismo atomista o expresivo” (C. Taylor),  les incapacita para contraer compromisos duraderos. Por principio, sólo están dispuestos a compromisos temporales o “consensos blandos”: El tiempo requerido para cubrir  sus objetivos inmediatos, generalmente carencias de orden afectivo. De esta actitud dimana el hecho de que las creencias actuales tiendan todas a traslucir transitoriedad, provisionalidad, situacionalidad. Por eso, las comunidades características de la cultura actual , en terminología del famoso sociólogo Zygmunt Bauman, son “comunidades perchero”, porque, como en el teatro, la gente solo está junta mientras dura la función; una vez terminada, coge el abrigo y se va.

n  Quieren  que la comunidad les sirva, más  que servir ellos  a la comunidad. En realidad, no buscan primeramente enrolarse en una comunidad o grupo para llevar a cabo los objetivos o misión de la comunidad, sino, fundamentalmente, para que la comunidad dé respuesta a sus objetivos, resolviendo  sus problemas personales. Prefieren, por eso, una identidad individualizada a una identidad institucional. Tal vez  a esta nueva mentalidad ha respondido el cambio, antes mencionado, en las Órdenes religiosas, a partir del Concilio, de dar la primacía a la persona sobre la institución. Esta tendencia explica por qué la creencia de hoy es una “recomposición de lo religioso sobre el fondo del individualismo y la experiencia emocional subjetiva” (J.M.Mardones).

n  Dado su peculiar talante, para el joven de hoy  tiene  mayor importancia, que para los jóvenes de épocas precedentes, el microgrupo de idénticos, que normalmente está representado en el grupo identitario de los amigos, en el que realmente encuentra la posibilidad de ejercer su plena libertad y encontrar su mayor gratificación emocional, saliendo, con esa compañía compartida, de su  soledad.

n  Cuando el joven piensa entrar en un grupo o comunidad,  lo primero  que busca es encontrar el grupo de seguridad, en que piensa encontrar refugio y solución a su soledad  e inseguridad. Ese cometido suele buscarlo y encontrarlo en el grupo de amigos, es decir,  en una comunidad donde se viva la amistad/fraternidad en verdad y profundidad.

n  Los jóvenes creyentes y practicantes españoles (un exiguo número, por desgracia), -cantera normal de las posibles vocaciones-. aunque  en teoría valoran y admiran mucho (dan una puntuación notable-sobresaliente) los votos religiosos: pobreza, obediencia, castidad, en la práctica casi nadie está dispuesto a asumirlos. Nadie está dispuesto a renunciar a la riqueza, a la libertad, y a las relaciones afectivas. En definitiva, admiran la vida religiosa, pero para otros, no para ellos (Encuesta a la juventud creyente-practicante). El eclipse de los valores religiosos entre nuestros jóvenes es un hecho manifiesto. La atracción que   algunos de estos jóvenes sienten hoy  por el Voluntariado y las ONGs, se explica, precisamente, porque el servicio solidario/altruista –pulsión tan juvenil- prestado en esas organizaciones, por muy sacrificado que en ocasiones sea, responde mejor al proyecto de vida al que aspiran y no implica el compromiso de los votos religiosos. Como sostiene J.Rojano, “para muchos hoy la solidaridad y el voluntariado no deben basarse en motivaciones de religiosidad trascendente, sino en la sacralización de lo humano sin trascendencia” (o.c.p. 44).

n  El  semillero tradicional de las vocaciones religiosas siempre ha sido la familia. Aparte la tendencia actual de la paternidad en Europa, que apunta hacia un solo descendiente, circunstancia ésta que afecta no poco al tema que nos ocupa, ¿En qué hogar familiar se fomenta hoy la vocación religiosa entre su/s  hijo/s?

n  Hubo un tiempo en que la valoración social de la vocación/profesión religioso-sacerdotal, era alta o muy alta; hoy, en cambio, ¿qué estimación o aprecio tienen estas vocaciones/profesiones en el imaginario social? Como dice Estrada, “la vida religiosa ha pasado de ser un modelo referencial a convertirse en algo marginal, desvalorizado y muchas veces desconocido” (p.123).





OFERTA INSTITUCIONAL:



1,-Lo primero que hay que reconocer es que nuestra institución, es decir, la oferta  institucional carece de carisma o identidad (en alemán, Volksgeist) claramente definida y, por consiguiente, no se ofrece y forma a los aspirantes en y para un peculiar/específico  modo o forma de vida y  una misión concreta. Preocupados/obcecados por el número, con tal de sumar se ofrece todo, lo que guste al consumidor. Esta indefinición, por falta de clara identidad, u oferta “a la carta”, es lo peor que hoy puede acontecer a una institución. El que busca, algo concreto busca, y va allí donde lo ofrecen. ¿Qué oferta concreta e ilusionante ofrece hoy a los jóvenes la institución? Hubo un tiempo, sin embargo, sobre todo al inicio de la fundación, que la Institución sí tenía una misión claramente preferente. Y en relación a esa función preferente, así se formaba en el Seminario. Pero, ¿ahora? A nuestra Institución le ha pasado lo que a la mayoría  de Congregaciones históricas y tradicionales, que , en vez de velar por clarificar y  fortalecer la identidad religiosa, se han fijado y esmerado más en incrementar y mejorar la prestación de sus servicios sociales. La identidad/carisma con que nació  la fundación de la institución ha sufrido lo que Max Weber llamó la “rutinización” del carisma del fundador, que se traduce/manifiesta en el mero cumplimiento de las prácticas establecidas. En nuestro caso, además, la situación se agrava porque no tenemos muy claro lo que  somos y lo que queremos ser, es decir, carecemos de clara y definida identidad.



2.- Además de lo dicho, en el supuesto de contar con candidatos, lo más frecuente es que muy pronto abandonen la institución. ¿Por qué? ¿la formación que se da  a los aspirantes es la adecuada? ¿Se les instruye y forma en la dimensión teológica de los votos, para que sepan y puedan valorar y apreciar la vivencia de los votos religiosos de forma que, con esa su especial sobreestima, puedan contrarrestar y vencer la atrayente tentación/llamada de los valores seculares contrarios? ¿Se les forma para alguna misión concreta, de manera que esta misión concreta sea el horizonte preferente de la instrucción? Dada la importancia dada hoy a los sentimientos, ¿Se les forma para poder desarrollar y vivir el gozo del afecto de una auténtica y sana  amistad en la vida religiosa? ¿Se les prepara adecuadamente para poder superar con éxito el importante, por delicado,  paso/cambio de la comunidad “cálida” del Seminario, a la comunidad, si no “fría” , al menos, “distinta”, que pueden encontrar al salir de la casa de formación e ir a otras comunidades? ¿No sería aconsejable que, al terminar la formación y enrolarse en la vida cotidiana de la Institución, se les auspiciase, durante algún tiempo, cierto acompañamiento personal psicológico y espiritual? ¿El nivel cultural que se les imparte y se les exige, está a la altura del nivel cultural de los seglares de su mismo rango académico, de suerte que, como dignos mensajeros de la fe,  sean capaces de mantener un diálogo ilustrado con los seglares  de su entorno sobre la problemática religiosa de nuestro tiempo? ¿Qué formación se les da, para que los formandos puedan saber usar, con responsabilidad y rectitud, la plena libertad, de la que todos van a gozar al salir del Seminario, y ser capaces de ser fieles a la vocación en “un mundo líquido, que aborrece todo lo sólido y durable” (Z.Bauman), en el que están instalados y por necesidad van a tener que vivir? ¿Se sale de la casa de formación con la conciencia  de que, como reiteradamente dice el Papa Francisco, el futuro de la vida religiosa va a tener que desenvolverse en las periferias existenciales del ser humano, sean de naturaleza individual o social,  para suplir las carencias humanas?



3.-Nuestras comunidades no son calidas o emocionales, porque no pueden serlo. Aunque, en la praxis, deberían, en lo posible, intentarlo, en rigor no lo son, porque constitutivamente son comunidades estructurales, en las que el funcionamiento interno y las mismas relaciones personales están jerárquicamente regulados/institucionalizados. Así como la comunidad del Seminario Mayor, en la praxis, en cierto sentido sí lo es (todos están siempre juntos en todo, y a nivel de iguales), no lo son, por ejemplo, las de los Colegios, por la sencilla razón de que lo hace inviable, entre otras regulaciones, el ejercicio de la profesión de sus miembros.



Esto no quiere decir que no pueda y deba  mejorarse el clima de fraternidad y de calor humano, así como de vida de oración personal y comunitaria, que actualmente existe en las comunidades. No hay que olvidar que el testimonio de vida personal y comunitario de los miembros de una institución religiosa, es un importante factor de atracción o rechazo de la vida consagrada. Lo acaba de decir el Papa Francisco también de la Iglesia. “La Iglesia, ha dicho, no crece por proselitismo, sino por atracción testimonial”. En este sentido, lo primero que el testimonio personal y comunitario debe demostrar al joven vocacionable es que es falsa la definición de la vida religiosa dada por Voltaire, aquella que afirma que los consagrados “entran en la vida religiosa sin conocerse, viven sin amarse, y mueren sin llorarse”. Hay que reconocer que no ha sido infrecuente entre los religiosos el absurdo de creer que no amar a nadie es la muestra o prueba de amar a Dios. Porque aquel “mirad cómo se aman”  de hace dos mil años, sigue siendo también hoy la mejor invitación para el acercamiento a la vida religiosa. Además, si es cierto que el carisma agustiniano es la amistad, en su dimensión de fraternidad cristiana, el testimonio personal y comunitario, ante quienes a nosotros se acercan, debe reflejarse en unas relaciones personales cálidas y abiertas, llenas de comprensión, de cercanía y de calor humano, entre los miembros de la comunidad, actitud comunitaria que, por supuesto, debe compartirse y reflejarse en la acogida amistosa prestada a los eventuales huéspedes y a los posibles candidatos vocacionables. El signo por excelencia de nuestra fraternidad auténtica ante los demás debe responder al que nos dejó Jesús: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os améis los unos a los otros" (Jn 13,35). 



Para subsanar la falta, en general,  de auténtica “vida comunitaria” en las  Congregaciones históricas tradicionales,  el P.J.M. Guerrero, s.j. acaba de diseñar en la revista “Vida Nueva” el perfil de la futura vida comunitaria como: “comunidades que sean como esos espacios verdes en las ciudades, donde se respira aire de Dios y de humanidad: lugares de encuentro y de amistad, de acogida y de apoyo, de perdón, serenidad y fiesta. Necesitamos comunidades que sean, al mismo tiempo, espacios en donde se respire franqueza, lealtad, transparencia, ayuda fraterna, comprensión y alegría. Añoramos comunidades cálidas y acogedoras con mucho sabor a hogar. Y la palabra hogar evoca rápidamente un clima de familiaridad, naturalidad, donde reinan la confianza, la comunicación, la libertad interior, la intimidad y el compartir gozoso” ( VN, nº 2846,  p.28).




4.-Nuestras comunidades no ofrecen al joven el  microgrupo de idénticos, sencillamente porque hoy no hay jóvenes en las comunidades, con capacidad para formar grupo. Generalmente, cuando un joven llega a una comunidad, en lugar de grupo de iguales, encuentra grupo de viejos. Esta carencia de “grupo afín” pudiera tener su importancia en la permanencia o abandono de los jóvenes religiosos. Pero, ¿cómo salvar/evitar en la Institución  esta “brecha generacional” en las actuales circunstancias?



5.-Generalmente, nunca las comunidades han ofrecido el calor de hogar que hoy busca el joven. Históricamente, son varios los factores que lo han impedido, entre otros:



5.1.-La formación que les fue dada a las generaciones precedentes. Desde el primer día de la entrada en el seminario la formación que les fue dada trató de erradicar del candidato toda afectividad. Su objetivo era arrancar del candidato toda sensibilidad humana de orden pasional. Recuérdese el tabú  de las “amistades particulares”, etc. Aquellos formadores no sabían o no querían diferenciar la “amistad” del “amiguismo”. No sabían o no querían reconocer que, como alguien ha escrito, “padecemos constantemente estímulos emocionales, pero nos determinamos por los afectos”. Además, ¿acaso la identidad/carisma agustiniano no ha sido definida como vida de “comunidad en amistad”?



5.2.-En épocas pasadas, los jóvenes estaban tres años, a partir de la ordenación, jurídicamente excluidos, p.e., de las consultas/decisiones comunitarias. Esa –entre otras- exclusión no favorecía, evidentemente, las relaciones  amistosas entre jóvenes y no-jóvenes



5.3.-Prácticamente, en algunas comunidades los jóvenes no tomaban parte con el resto de religiosos  “mayores” ni siquiera en los momentos de recreo comunitario, pues eran tiempos  normalmente  ocupados por sus obligaciones. En general, en el resto de comunidades sólo estaban, con seguridad, juntos jóvenes y adultos en el refectorio. Pero,  tampoco en aquel lugar y momento podía haber entre ellos  mucha intercomunicación, pues aparte del tiempo de lectura en silencio, los religiosos estaban colocados por orden de antigüedad o profesión.



5.4.- El hecho  de ser, de hecho y de derecho, la comunidad religiosa tradicional, una comunidad estructural, no emocional. Aparte esta naturaleza o modo de ser comunitario, la dedicación profesional –educación- de los miembros de la comunidad ha hecho y hace  imposible o no fácil la plasmación de una comunidad cálida, ya que ésta requeriría, entre otras condiciones, estar muchos más tiempos  todos juntos y haciendo la misma tarea, como acontece en el Seminario Mayor.



6.- A pesar de esta carencia institucional, los jóvenes religiosos de épocas pasadas cubrían su necesidad de grupo de identidad y seguridad con el grupo de jóvenes de la comunidad. Se trata, naturalmente, de tiempos en que había jóvenes religiosos en las comunidades. El grupo formado de jóvenes hacía las veces de pequeña comunidad emocional, es decir, el “compañerismo” o confraternidad subsanaba los defectos emocionales de la comunidad en cuanto tal. Esta circunstancia hoy, evidentemente, no existe, porque, normalmente, no existe grupo de jóvenes en las comunidades.



Me pregunto si la atracción que hoy ejercen sobre nuestros jóvenes los NME (Nuevos Movimientos Eclesiales) –germen, tal vez, de las futuras Congregaciones- , y, en contraste, la nula convocatoria que suscitan en ellos las Congregaciones religiosas tradicionales, no estará, en alguna medida, relacionada con la importancia que tiene para el joven compartir sus sueños con un “grupo afín”,  en este caso de jóvenes. En no pocos de los NME suelen encontrarse, de hecho, muchas personas de la misma generación, generalmente joven, que, al compartir la misma historia y aspirar a realizar el mismo proyecto de vida, se suscita fácilmente entre ellos la más sana y profunda  amistad, reforzándose con ella el mutuo compromiso y el entusiasmo en la prosecución  de la  misión compartida.



Esa positiva respuesta juvenil, y no tan juvenil, a la llamada de los NME –“esta nueva forma de vivir la fe” (Gianni La Bella)- , ¿no estará indicando que, posiblemente, el modelo de las tradicionales Ordenes religiosas ya ha cumplido/agotado su ciclo histórico de vida, estando, por tanto, llamado  a ser sustituido por otro modelo nuevo, más acorde con los tiempos que vivimos y nos esperan? Dada la vertiginosa evolución y cambio de la sociedad secular en los dos últimos siglos, ¿cuántas Congregaciones tradicionales siguen manteniendo todavía hoy plenamente vigentes/actuales sus primitivos objetivos y fines fundacionales? Es evidente que los objetivos para los que surgieron muchas instituciones religiosas ya no se corresponden con las necesidades de la sociedad actual. Por eso, ¿Con esto del rezo  que hoy nos piden nuestros superiores por las vocaciones, no nos estarán diciendo que pidamos a Dios poder seguir sembrando en el campo del Señor arando con el arado romano, cuando hoy sólo se ara con tractores y máquinas mejores? Si es así, aunque recemos, ¿cómo nos va a escuchar y hacer caso Dios?



Insistiendo en el pensamiento precedente, hay que señalar que ya no son pocas las obras que abordan en toda su complejidad el tema aquí planteado, es decir, estudios que, dando por hecho probado que el anterior paradigma está obsoleto,  abogan por un nuevo paradigma de vida religiosa, capaz de responder a los nuevos retos de la globalización, la secularización y la posmodernidad. Una de esas obras es la de Juan Antonio Estrada “Religiosos en una sociedad secularizada. Por un cambio de modelo”. Pues bien, tras una larga y profunda reflexión sobre el tema, estas son las palabras con que finaliza la obra: “Hay que buscar nuevas fórmulas de vida religiosa; de que sean encontradas, dependerá en buena parte su futuro, así como también el de la misma Iglesia”.




No deja de llamar también la atención el hecho, ya en el occidente europeo insólito, de que las contadísimas comunidades de “vida religiosa” surgidas en nuestros días con capacidad de éxito en su convocatoria vocacional, todas están fundadas y/o dirigidas por personas carismáticas, es decir, por esos seres humanos privilegiados, dotados de  ese “don que tienen algunas personas de atraer o seducir por su presencia o su palabra” (RAE). ¿Habrá, entonces, que pedir y esperar a que aparezcan en las instituciones tradicionales  estos líderes carismáticos, para solucionar el problema vocacional?



Creo recordar que el P. Hans Kolvenbach, el anterior Superior General de la Compañía de Jesús, solía decir que los religiosos de hoy son posmodernos y no pueden ser otra cosa. ¿No habrá que asumir esa realidad, y atenerse, en el pensar y en el obrar, a las consecuencias?



Con lo dicho, no queremos negar que la vida religiosa tenga futuro, sólo queremos afirmar que no toda forma de vida religiosa lo tendrá. Como dice el ya citado P. José Mª Guerrero,s.j., “La Vida Religiosa tiene futuro, pero ciertas formas de Vida Religiosa anacrónicas, obsoletas, anticuadas, que dicen muy poco o nada, no permanecerán, aunque aparentemente tengan cierto éxito por lo que conllevan de seguridad y de poder. Por tanto, la Vida Religiosa tiene futuro, pero en la medida en que sea testimonial y significativa y nos abramos a los cambios culturales, sociales, tecnológicos, y con fidelidad creativa seamos capaces de descubrir las raíces de nuestros carismas y replantearlas en el humus nuevo de nuestros tiempos” (VN, nº 2845, p.26). ¿Lleva este camino y sentido el proceso de La Unión abierto/emprendido por las Provincias agustinianas españolas? Porque, el objetivo de ese empeño no parece ser otro más acertado que el buscar y dar con  una redefinición del carisma original, adecuada, aggiornada, a las exigencias de nuestro tiempo. Lo cual supone que previamente ese carisma esté claramente definido y compartido.  ¿Lo está?



Dice la teología, y todos los documentos eclesiales, que la vocación religiosa es una especial llamada de Dios. Es cierto.  Pero, aquí no se habla de la acción de Dios, que llama, sino de la respuesta del hombre, quien es llamado. Y, por regla general, la acogida y respuesta positiva a la divina llamada , suele estar condicionada por la circunstancia que afecta al sujeto llamado. Recuérdese la parábola del sembrador (Mateo 13:1-9, Marcos 4:1-9 y Lucas 8:4-8). Es Dios quien siembra, pero, ¿Dónde germinó y fructificó la semilla? Sólo la que cayó en “buena tierra”.  En nuestro caso, la respuesta a la llamada, si hay respuesta, es consecuencia del influjo del medio en el que la persona se mueve.



Y la actual cultura de Occidente,  es decir, la cultura de la modernidad –que, por cierto, no parece previsible que su evolución  vaya a dar marcha atrás cambiando de sentido-, si no se asume y logra cultivar adecuadamente por la religión/Iglesia, no es “buena tierra” para la siembra y germinación de la vocación religiosa. Pero, ¿cuándo va a reconocer y asumir la Iglesia que el mundo en el que y del que sus fieles están viviendo, es el mundo moderno? ¿Acaso, el aggiornamento al mundo/cultura moderna, pedido por el Concilio, no va incluido también en el proyecto evangelizador de la inculturación de la religión?  Hoy , que se habla tanto de “nueva evangelización”,  ya es habitual leer entre los analistas prestigiosos de la situación religiosa que “sin una autocomprensión de la iglesia dentro del paradigma de la modernidad nunca habrá evangelización” (J.Monserrat). Y, menos, vocaciones religiosas en consonancia con las exigencias pastorales/evangelizadoras de los “signos de los tiempos”.



Parece ser un hecho cierto  que de los NME, -de carácter conservador/fundamentalista, los más prósperos y significativos-, están saliendo vocaciones, naturalmente de formación y carácter tradicional. Esto significa que a la iglesia tradicional no le van a faltar líderes o pastores. No parece presentarse la misma perspectiva a la, llamémosla, iglesia  postconciliar, una iglesia, a diferencia de la conservadora,  de mirada hacia adelante, sin recelo al presente y futuro. Es un hecho constatable  que la renovación postconciliar de constituciones y estatutos de las Congregaciones religiosas no ha sido capaz de promover las vocaciones religioso-sacerdotales. Esta carencia –evidente también en el ámbito del sacerdocio secular-, ¿no estará relacionada con el hecho de que la religión, en general, y la vida religiosa, en particular, todavía no han sabido responder adecuadamente, como venimos diciendo,  a la posmodernidad?.¿Cuándo aparecerán los nuevos modelos de vida religiosa que están reclamando las exigencias de nuestro tiempo? ¿El éxito de la “refundación”, hoy emprendida por muchas Congregaciones tradicionales, descansará únicamente  –como algunos sostienen, teniendo por referente el éxito de algunos de los NME de talante conservador- en el regreso a la Regla monástica en su primitiva austeridad, sacrificio y rigor de vida? Si la respuesta estuviese en esa sencilla receta, ¿cómo explicar el también constatable estiaje vocacional en aquellas Congregaciones, que siguen hoy con el mismo rigor/radicalidad de vida monástica que tuvieron en los tiempos de su fundación?



Decir lo precedente,  no significa negar que los NME  puedan ofrecer pistas por donde puede venir la renovación, refundación o redefinición de las congregaciones tradicionales. De hecho, en algunos de estos NME parecen alumbrarse derroteros por donde pudieren caminar las nuevas fundaciones de vida religiosa. En algunos, al menos, de los nuevos movimientos laicales aparecen elementos de espiritualidad/religiosidad, que parecen dar adecuada respuesta a determinadas demandas y necesidades eclesiales y sociales de nuestra época. Refiriéndose a este cambio de situación o nueva realidad, J. A. Estrada ha escrito: “Ha cambiado la dinámica del pasado, en la que la vida religiosa servía de referente para los laicos. Ahora son éstos los que ofrecen elementos que hay que tener en cuenta para un replanteamiento de las congregaciones”. (J.A.Estrada, p.103).



Isaías Díez del Río, osa

Valdeluz





Juan Antonio Estrada, “Religiosos en una sociedad secularizada. Por un cambio de modelo”  (Trotta, 2008) 302 pp.

Marciano Vidal, Retos morales en la sociedad y en la Iglesia. Evd. 1992.

Javier Monserrat, Hacia un Nuevo Concilio. El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia. Ed.San Pablo, 2010.

José María Mardones, Las nuevas formas de la religión. Evd. 1994

Zygmunt Bauman, Modernidad líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica. 1999; Tiempos líquidos. Barcelona. Tusquets. 2007.

IDEM, La  sociedad individualizada, Catedra. Madrid 2001, p.23.

Castillo, J.M., El futuro de la vida religiosa. De los orígenes a la crisis actual, Madrid, Trotta, 2003

Rojano, Jesús, Cultura actual y pastoral juvenil, CCS, Madrid 2014