sábado, 2 de diciembre de 2017

LA POSVERDAD RELIGIOSA EN LUTERO



Aunque no nos demos cuenta, las emociones juegan un papel muy importante en el día a día de nuestra vida. Gran parte de nuestras decisiones emanan influenciadas, en mayor o menor grado, por las emociones. No deja, por eso, de ser importante saber a qué inteligencia son debidas o atribuibles la mayoría de nuestras opciones vitales/personales.

Una de las opciones humanas más comprometidas y trascendentales de la vida es, sin duda alguna, la opción religiosa. ¿En qué lugar o facultad de nuestra persona hay que ubicar esta opción?

Decíamos en anterior artículo que por “posverdad” se entiende la predominancia que en los comportamientos y las decisiones humanas tienen las emociones y las creencias o deseos personales sobre los hechos objetivos y las verdades racionales.


Allí decíamos que, en las opciones religiosas, incluidas las católicas, predominaba la emoción sobre la razón. Bien entendido que decir predominar no es lo mismo que excluir, pues en la doctrina católica también en esa opción se admite la razón, para hacer –como pedía el apóstol Pedro (1.Pedro,1-7)- razonable la fe. Pues bien, frente a esta racionabilidad católica de la creencia, se enfrenta la irracionalidad luterana de la fe. Frente a una posverdad católica razonable y mesurada, una posverdad luterana irracional y radical.


Si la religiosidad católica –como toda experiencia religiosa- se enmarca y mueve predominantemente en la posverdad , es decir, fuera y al margen de la razón, -aunque no fuera o al margen de la racionalidad-,  la posverdad luterana la sobrepasa, sustentándose en la más estricta y pura irracionalidad. Su original doctrina de la justificación por la fe (sola fides) conlleva la exclusión de la religión de todo lo relacionado con la razón. Este radical irracionalismo religioso lleva a Lutero a ubicar/radicar la fe “en el corazón”, y a calificar de “prostituta” y “puta del diablo” a la razón. Tanto llegó a subrayar Lutero la dimensión volitiva del acto de fe, contra su dimensión intelectiva, que con su doctrina vino a actualizar y a reafirmar el viejo principio de Tertuliano del “credo quia absurdum: creo porque es absurdo/irracional”.


A juicio de los expertos, entre las distintas ópticas de mirar y de comprender la realidad, hoy distinguimos/contamos con tres diferentes clases de inteligencia: la racional, la emocional, y la espiritual. Por lo que venimos diciendo, en la doctrina de la justificación de Lutero queda excluida la inteligencia racional; en ella solo tienen cabida las inteligencias emocional y espiritual. ¿Qué es, en último término, la fe luterana sino el abrazo emocionado y el reposo confiado del creyente en el regazo amoroso de Dios misericordioso?

El fin de todas las religiones es la salvación. Pero, así como en el catolicismo y otras religiones solo salva la fe o creencia con obras, para la salvación luterana solo es necesario la creencia (sola fides), el estar seguro de la propia salvación.


            Pero, ¿cómo puedo conocer que creo? Según la doctrina de Lutero, la seguridad no me vendrá por la razón, sino mediante el sentimiento religioso, por el que siento que Dios me ama. Lutero erige a la propia subjetividad en la clave para interpretar toda la realidad, de la que no excluye, antes bien prima, la experiencia religiosa. En el ámbito religioso lo importante, por tanto, para salvarme, no es lo que yo haga, sino lo que yo sienta, es decir, mi subjetividad es el fundamento y la manifestación de la propia salvación.

Esta conclusión nos lleva a pensar en las diferencias que existen entre catolicismo y luteranismo. Como suele ocurrir con el correr del tiempo y el consiguiente aplacamiento de las pasiones, hoy se está llegando a convergencias entre ambas confesiones muy importantes y significativas, entre las principales, precisamente, la doctrina de la justificación. Aparte pequeños matices, ambas Iglesias ya coinciden teóricamente sobre el tema en su concreción personal.


El quinto centenario de la Reforma Protestante, cuya efeméride estamos en este año celebrando, de seguro que va a contribuir al acercamiento entre ambas confesiones. De hecho, manifestaciones sobre plausibles acuerdos entre católicos y luteranos en este encuentro ya no faltan. El núcleo de la teología luterana, que gira en torno a los cinco famosos “solos”: Sola scriptura (“solo por medio de la Escritura”); Sola fide (“Solo por la fe Dios salva”); Sola gratia (“solo por la gracia”); Solus Christus  (“solo Cristo” o “solo a través de Cristo”); Soli Deo gloria (“solo para Dios la gloria”), dan pie y materia para un largo y esperanzador diálogo en nuestros días  entre ambas confesiones.


                                                                    Isaías Díez del Río

miércoles, 1 de noviembre de 2017

IDENTIDAD, EDUCACIÓN Y CONVIVENCIA



Decíamos en anterior artículo que el tema de la convivencia está estrechamente relacionado con el de la ciudadanía, por ser el sujeto que convive un ciudadano (cives), es decir, alguien que ha nacido o que vive en una ciudad (civitas).

  Como su mismo nombre indica, convivir o vivir en compañía significa cohabitar, estar habitualmente en relación con otras personas, personas que pueden pensar, creer y sentir de distinta manera de la que uno piensa, cree y siente. Personas que, llevadas por su impulso natural, tienden a actuar y a comportarse según su propio carácter, sus propias creencias, costumbres y leyes, enfrentándose/contraponiéndose, de ese modo, su actuar al actuar de los otros.

  La convivencia evoca la apertura al otro y el reconocimiento de la diversidad. La convivencia pacífica es aceptar esa diversidad y - a partir y a través del diálogo, la tolerancia y el respeto -, vivir en armonía y paz y, a ser posible, también en amistad con los otros/diferentes.  Convivir es amar y respetar al otro, porque el otro es “otro yo”. Convivir, en definitiva, es vivir en armonía y comunión con los otros/diferentes, respetando sus diferencias.


  Desde Aristóteles se viene diciendo y reconociendo que el hombre es un ser social, esto es, un ser cuyo hábitat natural es la comunidad (la polis/civitas). Esta innata sociabilidad del ser humano llevó a Heidegger a definirlo en nuestros días como “ser-con-los-demás” , e impulsó  a Bonhoeffer a cristianizar esa relación como “ser-para-los-demás”. Pues bien, la situación de las relaciones de este hombre con los demás llevó a decir en su día a Martín Luther King que “hemos aprendido a volar como pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”.

  En una recta convivencia se manifiestan ese conjunto de valores o actitudes que Adela Cortina  engloba dentro del concepto de  “ciudadanía”[i]. Esos valores, ya mencionados en anterior artículo sobre la educación en la ciudadanía, que llevarían a una armoniosa y pacífica convivencia son:



· el respeto, frente al menosprecio o desprecio a las personas

· la igualdad, frente a la desigualdad

· la integración, frente a la exclusión

· el diálogo, frente a la conflictividad

· la tolerancia, frente a la intransigencia

· la solidaridad, frente al desinterés e indiferencia



  La tarea de armonizar la relación del individuo con los otros y con la sociedad o comunidad, corresponde básicamente a la educación.  Es un problema de educación, por aquello de que el hombre nace, pero por la cultura se hace. O, lo que es lo mismo, el hombre nace, pero el ciudadano por la educación se hace. La misión de la educación es lograr que aflore en ese ciudadano lo mejor que tiene de verdadero, de bueno y de bello su condición humana.

La institución escolar siempre ha sido el instrumento o medio a través del cual la sociedad ha transmitido su herencia identitaria de generación en generación. Si, por definición, el hombre por naturaleza es un “ser social”, el objetivo primero y básico de la educación será educar al hombre en la “sociabilidad” de lo verdadero, lo bueno y lo bello que lleva en su humanidad. Parece obvio que el mínimo básico a desarrollar de esa herencia es lo mejor y más positivo de la esencia humana, es decir, su sociabilidad, su “convivencialidad” (Ivan Illich). Y todo, con vistas a crear una armoniosa, pacífica y enriquecedora convivencia ciudadana en un mundo múltiple y diverso.


  La importancia de la educación para la convivencia dimana, precisamente, del hecho de que, en cualquier sociedad, cada individualidad o identidad personal forma parte de y se integra en una identidad colectiva, siendo, por eso, necesario armonizar las identidades individuales con la identidad común. Es la única manera de evitar en la colectividad el conflicto social.  Aunque hay que recordar que, en este empeño, también deben estar implicadas todas las demás instituciones sociales.

  En la convivencia se desarrolla y afianza la propia identidad, al verse confrontada con la identidad de los demás. Pues la identidad –esa conciencia de sí mismo distinto de los demás- se ejerce, se desarrolla y se potencia en la medida en que se afirma en la diferencia, en la medida en que se reconoce la alteridad de los otros. No solo se afirma, también se enriquece, pues le abre al individuo la posibilidad de expresión de todas sus potencialidades. “Solo viviendo en la colectividad –dijo ya Marx- consigue el hombre perfeccionar sus disposiciones en todas las direcciones”.


  Es obvio que, en un mundo globalizado, tan importante como la armonía entre las identidades personales, y, entre éstas y las respectivas grupales o colectivas, es la reconciliación y el entendimiento entre las distintas identidades culturales, religiosas, étnicas, etc. De hecho, en el panorama político mundial, éste es uno de los problemas más graves que la humanidad tiene que afrontar en la actualidad. Hasta tal punto es grave, que no faltan reconocidos analistas de la violencia en el mundo actual, que afirman que “la paz, la armonía y la justicia están, inextricablemente, relacionadas con el enfoque que la humanidad adopte para resolver la cuestión de las identidades” (F.Wilfred). Hoy, debido a la aceleración del proceso de globalización, hay miedo a perder la identidad, y un modo de responder a este miedo es su resurgimiento y rebelión en forma de nacionalismo. No pocos de los conflictos internacionales actuales en el fondo dimanan, de hecho, de la confrontación entre identidades culturales diferentes.

  Lo que aquí se ha expuesto, para evitar el conflicto social en una determinada colectividad, sirve también para aplicar entre las identidades de colectividades o grupos culturales y religiosos diferentes. De ahí la importancia de la educación para la convivencia en todas las culturas, religiones, y colectividades. Sólo así podrá pronosticarse para el futuro una sociedad global en armonía y paz. Solo entonces podrá proliferar en la sociedad el “ciudadano del mundo”.
                                                                                                                                                                 Isaías Díez del Río